ME DUELE ESPAÑA. EL SER O NO SER

España · Angel Satué
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25 octubre 2015
“Me duele España´ - decía Unamuno -; ´¡soy español, español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio; español sobre todo y ante todo´. En aquella época de joseantonios y ortegas, España dolía.Ahora, España ha iniciado uno de esos atajos de la historia que desembocan, normalmente, en el desencuentro, salvo milagro. Otra vez, y contra todo pronóstico, pero con el aval de la Historia de España.

“Me duele España´ – decía Unamuno -; ´¡soy español, español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio; español sobre todo y ante todo´. En aquella época de joseantonios y ortegas, España dolía.

Ahora, España ha iniciado uno de esos atajos de la historia que desembocan, normalmente, en el desencuentro, salvo milagro. Otra vez, y contra todo pronóstico, pero con el aval de la Historia de España.

La afirmación de Unamuno, a muchos, no les parece evidente. No sólo a los secesionistas o localistas (reduccionistas), erróneamente, a mi parecer, llamados nacionalistas -pues si no hay nación, no cabe este término-. A otros muchos, los cambios habidos en las leyes con ánimo de transformar la sociedad, les parece bien.

Zapatero rompió con los grandes consensos de la Transición, al permitir “negociar “de un modo u otro con un grupo terrorista, al legitimar la soberanía de una región de España y al poner en tela de juicio la antropología y cultura de raíz judeo-cristiana(ideología de género, de raíz marxista; matrimonio entre iguales y no entre complementarios; el aborto libre). Fue legítimo, democráticamente hablando, pero fue unilateral. Al menos, si hubo concierto, no lo fue con luz y taquígrafos.

Para sus millones de votantes, cautivos por el canto de la igualdad y la solidaridad, estos grandes consensos, parecían irrelevantes para la convivencia ciudadana. Pero no lo eran. Eran grandes consensos, con otros tantos, y pilares esenciales de la España de hoy y de la convivencia pacífica con el primo o vecino que piensa distinto. Un logro jamás conseguido en 200 años.

Otros miles, aplaudieron como signo de modernidad y progreso, pero también, otros, de revancha, el romper de manera unilateral con las cadenas de la Historia.

Sin embargo, la Historia nos precede y nos impulsa al futuro, y nos aporta referencias en el espacio y en el tiempo. Igual que la geografía y la cultura. No hay Historia sin hombre, y no hay hombres sin su Historia ni su historia personal, y este es el drama de la España actual. España no tiene una Historia ni una Cultura que contar, pues la propuesta de su interpretación que nace de la Política y asfixia la sociedad entera es dialéctica y aparta al hombre y lo enfrenta al hombre. Es el final de la convivencia y el apogeo de la ideología como factor de (des)convivencia.

Se ha introducido la ideología para la interpretación de la Historia y de la Cultura, que es lo mismo que decir, que para la interpretación y concepción del hombre. Esto se legitima porque la Historia es tributaria de la acción de una clase superior sobre el resto, luego es justo y es necesario, renegar para renacer desnudos, de la nada, neutralizados de nuestro propio ser y poder ser lo que queramos.

Se ha introducido pues la ideología en la concepción del ser, del alma de España, de la propia España y del hombre, cuando lo que procede es la aplicación de la ideología no al ser, sino al plano organizativo del ser, esto es, al acto operativo y en acción del ser.

Pienso firmemente que es en la organización del ser, y no al revés, donde debe darse la Política, y desde ahí hacernos la siguiente pregunta: ¿Es España un país agotado –desde el lado del ser- o una democracia aun joven y por tanto que acierta errando –desde el lado organizativo del ser-?

Creo ver aquí la pregunta qué los españoles debemos responder a la menor tardanza, pues nadie la va a responder por nosotros. Ni los de fuera, ni los que no se sienten españoles.

El problema del ser de España -que es algo etéreo pues se sustenta en la conciencia de las personas que se hayan aproximado a la tradición oral y, sobre todo en nuestra hiperágrafa sociedad, a los libros de Historia-, es que se tiende a atacar y defender con la misma fuerza hasta su propia existencia –el lado del ser-, cuando toda esa energía se puede poner al servicio de la construcción de una democracia moderna –el lado organizativo del ser-.

Por tanto, vivimos en una sociedad hegeliana, marcada por la rivalidad y la revancha, donde hay enemigos, y a éstos, recuerdo, se les destruye.  Sin embargo, citando a Del Noce(“IlPopoloNuovo,  1945”): «El valor último al que el régimen democrático está ordenado no es la ventaja material de la nación o de la clase, sino la idea de la no violencia (o de la persuasión)». Es decir, la importancia de lo formal para la configuración del propio ser. Lo relevante de lo organizativo para el ser. La importancia de la Democracia para la Nación.  

Pero es en este preciso momento históricocuando podemos elegir intervenir en la organización del ser, y esto es un signo brillante de libertad, y de esperanza.

España está en la encrucijada para madurar definitivamente como Nación, o morir para siempre como Nación. Si se empeña en su ser nacional, sus más fervientes defensores argumentarán mil conquistas, mis mestizajes y mil historias hazañas heroicas. Todas ciertas. Pero como en el futbol, una defensa es una táctica que va contra la propia esencia del juego, que es marcar goles en la puerta contraria. La defensa no es bastante, pues se requiere una metodología de juego, de convivencia, que de confianza a los jugadores, los ciudadanos, de manera que el juego de la vida discurra como una balsa de aceite, mientras los goles van llegando uno detrás de otro.  Si se empeña en su destrucción, y la apostasía a su Cultura y a su Historia, fenecerá, pero también lo hará el hombre moderno que, desnudo, se atrevió con todo.

En cambio, solo si todas las energías de la Nación que existe, se ponen al servicio de apuntalar la democracia, dejaremos de ser un país agotado, y lo que es más grande, dejaremos de ser una joven democracia, para pasar al club de las democracias profundas de Occidente, que se valoran a ellas mismas, mucho más que a las cambiantes ideologías.  

En conclusión, no se trata del ser, sino de la organización del ser. Solo poniendo el acento en el último, anticiparemos una democracia madura, donde todos convivamos en paz. La pregunta que hemos de responder es si entre nosotros, la persuasión, será el instrumento para la convivencia.

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