ELECCIONES EN MARRUECOS

Los bloques políticos al servicio del statu quo

Mundo · Antonio R. Rubio Plo
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13 octubre 2016
Las elecciones legislativas en Marruecos, celebradas el pasado 7 de octubre, no arrojaron ninguna sorpresa en sus resultados. Algunos las plantearon como un combate entre la religión y la modernidad, representados respectivamente por el Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD) y el Partido de la Autenticidad y la Modernidad (PAM). Lo que está claro es que este combate no tendría nunca un claro vencedor. Ningún partido está en condiciones de obtener una mayoría absoluta de un total de 395 escaños. 

Las elecciones legislativas en Marruecos, celebradas el pasado 7 de octubre, no arrojaron ninguna sorpresa en sus resultados. Algunos las plantearon como un combate entre la religión y la modernidad, representados respectivamente por el Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD) y el Partido de la Autenticidad y la Modernidad (PAM). Lo que está claro es que este combate no tendría nunca un claro vencedor. Ningún partido está en condiciones de obtener una mayoría absoluta de un total de 395 escaños. Se explica porque es un sistema proporcional que excluye, además, a las formaciones políticas que no hayan superado el 3% de los sufragios emitidos. En la práctica esto significa que los partidos están obligados a entenderse y construir mayorías de gobierno que necesariamente constituirán formaciones dispares. Esto es lo que sucedió en las pasadas elecciones de 2011, en las que los islamistas moderados del PJD obtuvieron 107 escaños y tuvieron que formar gobierno con el Istiqlal, el partido nacionalista más antiguo de Marruecos, presente en el parlamento con 45 escaños.

Lo que sucede en el país vecino sería poco comprensible si no lo situamos en el contexto de las revueltas de la Primavera Árabe de 2011, que tuvieron consecuencias trágicas en Libia, Siria y Egipto, entre otros países. Con todo, Mohamed VI se anticipó a los acontecimientos y promovió reformas desde el poder que garantizasen una mayor representación popular. Una monarquía no puede confiar indefinidamente en el apoyo de sus súbditos con el exclusivo fundamento de la religión o la tradición. En un mundo globalizado como el nuestro, este tipo de vínculos, muy importantes en Marruecos, no resultan suficientes. El monarca lo comprendió enseguida, aunque también lo había entendido su padre, Hassan II, en los últimos años de su reinado: se hacía preciso granjearse un mayor grado de legitimidad fundamentado en las urnas. Las reformas constitucionales de 2011 transcurrieron en este sentido, y así la figura del primer ministro se veía potenciada en el sistema político marroquí. Gobernaría el partido que hubiera sido más respaldado en las urnas, y el rey ya no se limitaría a nombrar a alguien de su confianza. Marruecos no se convertía en una monarquía parlamentaria al estilo de las europeas, pero las urnas servían para dar visibilidad a la figura del primer ministro. En tiempos no tan lejanos era visto únicamente como un hombre de palacio, aunque también hubiera sido designado de entre los parlamentarios.

El líder del PJD, Abdelillah Bekirán, acostumbra a calificar a su agrupación como “un partido de raíces islamistas” y no como un partido islamista en la línea, por ejemplo, de los Hermanos Musulmanes, ahora proscritos en Egipto. De hecho, los Hermanos cometieron en el país del Nilo el error de no tener en cuenta el pluralismo existente en la sociedad y parecían aspirar a un modelo “restauracionista”, alejado de la realidad de la calle y de una revolución, la de 2011, caracterizada por la diversidad de sus actores. El PJD no aspira a caer en la misma trampa y se presenta como fiel al sistema de la monarquía alauita. Está interesado en reformas económicas que combatan la pobreza del país y en la lucha contra una corrupción considerada como unos de los factores responsables del atraso social y económico de Marruecos. Partiendo del principio de lealtad al rey, que es a la vez Comendador de los Creyentes, el PJD considera a la religión musulmana como una fuerza capaz de transformar la sociedad si se vive la autenticidad de la fe. Y otro de sus mensajes es que no existe contradicción entre la modernidad y la religión. La consabida creencia, extendida a partir del positivismo de Comte, de que la superación del credo religioso es el paso de la etapa infantil de la superstición a la adulta de la razón y la ciencia, ha podido triunfar en Occidente, pero no en el mundo árabe y musulmán. Por el contrario, el vacío religioso conlleva no pocos riesgos, los representados por una juventud sin coordenadas de referencia y entregada a un materialismo consumista sin freno. Todo vacío espera ser llenado y acaba colmándolo un radicalismo de barniz religioso y a la vez profundamente nihilista.

En Marruecos han existido históricamente partidos laicos, incluso de izquierda como la Unión Socialista de Fuerzas Populares (USFP), que en las pasadas elecciones tan solo consiguió 20 escaños. Estas y otras agrupaciones pierden fuerza por el avance del PJD, que también tiene su agenda social, como todo movimiento islámico, y que en estos momentos resulta más creíble para un ciudadano de a pie que no cuestiona la religión, bien sea por tradición o por convencimiento. Pero el principal rival del PJD es el PMD, que se presenta a sí mismo como el gran partido liberal, con ciertos tintes socialdemócratas, y que fundara Fuad el Umari, un antiguo consejero de Mohamed VI. Sus 102 escaños, con el segundo puesto en los comicios, confirman la existencia en Marruecos de dos bloques opuestos, uno religioso y otro laico. En la campaña no han faltado las dialécticas de la sospecha, las que hacen referencia a “agendas ocultas” o a “fuerzas en la sombra”, aunque las tensiones, por lo general, no pasaran de gestos o palabras fuertes. Ninguno de los dos grandes partidos puede obtener una mayoría absoluta en el sistema proporcional marroquí. Además es la propia monarquía la que ha querido esa proporcionalidad, pues Mohamed VI ha puesto en marcha el proceso político bajo su iniciativa y control.

La reforma constitucional ha obligado a que los partidos se entiendan entre sí, pero hoy por hoy no es fácil que en Marruecos se repita el fenómeno de Túnez: la coalición de gobierno entre los islamistas de Ennahda y el partido laico de Nidá Tunis. Este tipo de entente conlleva el riesgo permanente de crisis de gobierno, pero es preferible a la confrontación. Si otra cosa no es posible en Marruecos, el PJD tendrá que entenderse con el Istiqlal u otros pequeños partidos. En cualquier caso, el país magrebí emerge de estas elecciones dividido en dos bloques, pero éstos no cuestionan en absoluto el statu quo.

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