La sólida y verdadera Ilustración

El primer sexenio de Fernando VII, el trienio liberal y la entrada de los Cien Mil Hijos de San Luis inauguran una dialéctica de reacción, no rota por la Iglesia, que marca el XIX y el XX. "El pensamiento reaccionario", como lo denomina Menéndez Pelayo, había surgido tan pronto como llegan las primeras noticias de la Revolución Francesa. Es un pensamiento apologético que condena en la última década del XVIII todo lo que huela a Ilustración sin hacer el mínimo esfuerzo por recoger sus legítimas aspiraciones.
Se sospecha de la razón y de la ciencia. Por eso es tan llamativa la actitud de Jovellanos, destacada por el propio Menéndez Pelayo y por Julián Marías, entre otros. Jovellanos quiere "oponer la verdad al error, los principios de la virtud a las máximas de la impiedad y la sólida y verdadera a la falsa y aparente Ilustración". La verdadera Ilustración le hace distanciarse de Rousseau y de los "ritos cruentos" de la Revolución así como del sucederse de "una secta tras otra en la opresión". El progreso que defiende no consiste en "sacrificar la generación presente para mejorar las futuras". Apuesta, por eso, por la educación de los jóvenes.
La actitud de Jovellanos, con todas sus limitaciones, tiene algo que enseñarnos cuando cien años después el diálogo entre fe y modernidad en España está, en gran medida, pendiente. Paradójicamente el rechazo reactivo de los errores ilustrados no ha impedido que en el campo católico se haya acabado asumiendo una reducción del cristianismo a moral en la línea de lo defendido por el utilitarista inglés Jeronimo Bentham, inspirador de los progresistas españoles del XIX. Bentham aseguraba que "la religión misma no es buena sino en cuanto es auxiliar de la virtud".