Carta abierta a la comunidad universitaria

La respuesta de Universitas es oportuna, interesante y valiente

España · Agustín Domingo Moratalla
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29 marzo 2011
La carta abierta de Universitas es una respuesta oportuna, interesante y valiente. Es oportuna porque no se ha dejado pasar el tiempo y porque ha mostrado la conveniencia de reaccionar con sensatez ante unos hechos intolerables. Es interesante porque muestra dos cosas: por un lado que algo se está moviendo en el mundo universitario y por otro que el mundo académico no es social, política y religiosamente homogéneo. Es valiente porque supone dar un paso al frente y tomar una posición clara en una vida universitaria contaminada por el cáncer de lo políticamente correcto. Este cáncer de lo políticamente correcto está generando posiciones de ética democrática caracterizadas por la tibieza en los argumentos y por el deseo de que los problemas se solucionen solos, como si la dirección, gestión y administración de los asuntos públicos educativos tuviera que ser éticamente insípida, incolora e indolora.

Es probable que en las universidades haya un pacto de indiferencia ante el horizonte moral de la vida democrática. Si muchos alumnos se muestran indiferentes es porque tienen miedo a ser identificados en alguna tradición social, política o religiosa. Un miedo que no es propio de todos sino de aquellos que discrepan del laicismo beligerante, del buenismo de una izquierda de señoritos y de la falta de ilusión de una comunidad universitaria que ha tirado la toalla en cualquier proyecto éticamente inclusivo de renovación socio-cultural. El problema no es la indiferencia de los alumnos sino la indiferencia de los becarios-profesores y las autoridades académicas; los primeros porque tienen una carrera académica complicada y hacen suya la máxima guerrista quien se mueve no sale en la foto. Quienes se identifican con tradiciones no laicistas y están dispuestos a dar razón de su confesión religiosa en el contexto de una sana laicidad institucional son intencionadamente marginados. Una marginación que culmina asignando la etiqueta de fundamentalistas porque quieren dar cuenta y razón de su confesión religiosa con la altura de miras que, supuestamente, requiere la universidad. Algunas autoridades académicas son buen ejemplo de la tibieza moral porque las identificaciones no laicistas son calificadas como fundamentalistas y sectarias.

Los pactos de indiferencia sólo pueden romperse cuando no se tiene miedo a la verdad, es decir, cuando se rompe la espiral de silencio que afecta a nuestra mediocre vida universitaria. Para ello, los universitarios no debemos de dar la espalda a los problemas más dramáticos del mundo educativo, cultural, político y económico. Los hechos de Somosaguas son un buen indicador de la indiferencia que estamos manteniendo en otros ámbitos culturales internacionales donde la comunidad universitaria se mantiene cómodamente callada cuando se desprecian los derechos fundamentales, se margina a los representantes de confesiones religiosas y hasta se asesina a quienes se confiesan cristianos.

Los derechos fundamentales se podrían tutelar mejor si hubiera más alumnos y profesores universitarios que no tuvieran miedo a decir lo que piensan, a debatir con argumentos sus posiciones y, sobre todo, a intercambiar propuestas razonables sobre desafíos socio-culturales comunes. En las universidades, tanto públicas como privadas, esta tutela requiere actos de valentía que pueden ocasionar la pérdida del puesto de trabajo o la pérdida del cargo; y no me refiero a unos actos heroicos o excepcionales sino al simple hecho de recordar la legislación vigente o los valores fundamentales de la constitución. Recordar y mantener al día la Constitución en cada uno de los órganos de la vida universitaria no sólo es un acto de valentía o heroicidad cívica sino un acto subversivo, contracultural y revolucionario. Ahora bien, el recuerdo de la legislación vigente no es suficiente para una tutela efectiva de los valores que ampara la Constitución, hacen falta organizaciones de apoyo mutuo en las que un alumno que se identifica con una posición no mayoritaria no sea marginado, en las que un profesor que defiende posiciones diferentes a las que son cultural o políticamente mayoritarias no sea marginado. El escrito de Universitas merece ser apoyado y tiene un gran valor no sólo porque contribuye a despertar a los universitarios del sueño dogmático de la indiferencia sino porque puede generar iniciativas con las que empezar a frenar el cáncer de la desmoralización social.

Agustín Domingo Moratalla es profesor titular de Filosofía del Derecho en la Universidad de Valencia

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