La política como terapia

Editorial · Fernando de Haro
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7 julio 2024
La política populista se convierte en una terapia barata para sustituir lo que la vida no proporciona. No es sólo un problema de economía.

Soluciones de último minuto para evitar la catástrofe en Estados Unidos y en Francia. En los últimos días hemos visto como se pedía una intervención de urgencia para que la democracia, en dos países que han servido de referencia desde finales del siglo XVIII, no se vería golpeada de forma más intensa por el populismo.

El New York Times, tras el desastre de Biden en el primer debate, presiona para que en la convención de los demócratas de agosto el presidente no sea designado como candidato. Sería una decisión sin precedentes. Las élites demócratas de “las costas” se dan cuenta ahora de la dimensión de la emergencia. Lo mismo le ha sucedido a la derecha moderada francesa (casi inexistente), al macronismo derrotado, a la izquierda de Melenchón. Después de décadas recurriendo a las “alianzas republicanas” de última hora, para defender valores vacíos como la cuenca del ojo de un tuerto, sólo han tenido tiempo para intentar buscar un desfibrilador que mantuviera el ritmo cardíaco de la República.

No se puede decir que la victoria de Bardella en Francia y un posible segundo mandato de Trump sean una sorpresa. Lo sorprendente es la pobreza de los análisis. En el lado liberal se sigue utilizando como única clave interpretativa la económica. Como si todo lo que está ocurriendo a los dos lados del Atlántico sólo fuera la consecuencia de la onda expansiva de la crisis de 2008. Si Le Pen obtiene porcentajes del 34 por ciento y si la intención de voto para Trump está en el 49 por ciento, dicen los de siempre, es por la mala gestión de la crisis financiera. Sin duda las clases medias francesas y estadounidenses no disfrutan ya de la prosperidad previa a la globalización. La salida de la crisis de 2008 y de la crisis del COVID no ha reducido la desigualdad. Pero los datos no son malos. La tasa de paro en Francia  se ha reducido al 7 por ciento, porcentaje muy cercano al pleno empleo. Los paquetes de estímulo de Biden han fortalecido el consumo de los hogares. Por eso la inflación se ha convertido en un problema durante su mandato.

No es la economía, no. O no es solo la economía.

La crisis tiene más que ver con la antropología, con la cultura. El gran fracaso de Macron estaba anticipado en el hecho de que sus sermones sobre los valores republicanos, construidos con la maestría dialéctica que sólo tiene cierta élite francesa, no tocaban a nadie o a casi nadie. Sus largos discursos sobre el destino de Francia y de Europa estaban lejísimos de la vida cotidiana de los electores. El propio Macron, al que le gusta reñir a los jóvenes que no respetan la tradición, probablemente se pregunte por las razones que han llevado a convertir esa tradición republicana en un objeto inútil.

Esa falta de vitalidad de los valores republicanos explica, en gran medida, el  fracaso de las políticas de integración de migrantes. Es un problema de la tercera y cuarta generación de personas que descienden de extranjeros, personas que llegaron en los años 60 y 70. Y no estamos hablando sólo de una política de vivienda nefasta. Es verdad que los migrantes han ocupado durante décadas los barrios creados en su momento para los trabajadores franceses más desfavorecidos. La política social de vivienda, paradójicamente, ha creado guetos. Pero el origen del largo período de confrontación y de frustración, que actúa con la dinámica de la acción y la reacción entre población de origen migrante y de origen local, es más profundo. El migrante francés se encontraba y se encuentra con una cultura hermética. En nombre de la laicidad se le obliga a privatizar sus referencias religiosas y culturales.

Confrontación y frustración. Esa es la clave. La política, la política populista, se convierte en una terapia barata para sustituir lo que la vida no proporciona. No hay democracia estable sin ciudadanos que disfruten de un mínimo de satisfacción afectiva.

 

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