La paciencia de Li, la paciencia de Dios
Me venían a la mente estas palabras recientes en el umbral de la Navidad, al conocer una de tantas noticias que pasan por la pantalla de un periodista atento a la realidad. En la diócesis de Tian Jin, en la China profunda, el pasado 17 de diciembre eran bautizados 270 catecúmenos en una ceremonia llena de luz y de color en la catedral dedicada a San José. Pero es que además, el obispo Stephen Li Side, de ochenta y cuatro años, está confinado en una pequeña iglesia rural desde 1992, cuando el gobierno chino decidió esta forma benévola de detención a la vista de que se resistía a ingresar en la Asociación de los católicos patrióticos. La paciencia de Li… y la paciencia de Dios. Quizás sean la misma cosa. El caso es que después de revoluciones y persecuciones, después de dramas sin cuento y mil fracasos aparentes, la catedral de Kai Xi lucía esplendorosa con sus filas de niños y niñas vestidos de blanco. Si Mao levantara la cabeza. La paciencia de Li, y la paciencia de Dios.
¡Cuántas veces los hombres han intentado construir el mundo por sí solos, sin o contra Dios! Es uno de los grandes temas del pontificado de Benedicto XVI, que de nuevo hablaba a los universitarios de "aprender a construir la historia con Dios", lo que significa paciencia, sacrificio, mirada honda y larga, estar apoyados sobre la roca que no defrauda… y una pizca de ironía para juzgar los propios esfuerzos, para saber que somos solo obreros en la inmensa viña que el Amo cuida con un designio misterioso e inabarcable, pero lleno de amor.
Sí, la paciencia de Li como la paciencia de María, que se acercaba al alumbramiento sin previsión de posada, con aquel aire de nieve flotando sobre su cabeza y aquel peso tan dulce y misterioso en su vientre. Y no digamos la paciencia de José, el carpintero, que debió aprender paso a paso lo que significa "construir la historia con Dios". Ellos, María y José, descubrieron los primeros que nuestra existencia no está abandonada a las fuerzas impersonales de los procesos naturales e históricos, que nuestra vida no está confiada al azar ni a las utopías de genios y poderosos, sino al amor inconcebible de un Dios que ha querido probar el tiempo, contemplar apagarse el día y sentir el olor del pan en el horno al concluir sudoroso la jornada.
Un jovencísimo Joseph Ratzinger escribía sobre el Adviento diciendo que "no es ningún milagro súbito como prometen los predicadores de la revolución y los mensajeros de los nuevos caminos de salvación, porque Dios actúa con nosotros de forma muy humana, nos conduce paso a paso y nos espera". Como ha conducido y esperado al anciano Stephen Li, mientras los mandarines y los hombres de negocios trazan los planes de la nueva China. Y él, sonriente ante un rudimentario pesebre en Kai Xi, habrá pensado en la zozobra de aquella pareja en la noche de Belén. Cuánta paciencia Señor, cuánto cuidado y cuánta espera. Pero Tú sabes, ha merecido la pena. ¡Ah! y no te olvides de que esta historia aún no ha terminado.