La muerte de los sindicatos

España · José Luis Restán
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14 octubre 2008
He leído, entre incrédulo y amargado, la noticia de que los sindicatos UGT y CCOO han dictado instrucciones a su gente para que persigan de diversas maneras a los alumnos objetores de Educación para la Ciudadanía. De todos es conocida la sumisión ideológica de estos sindicatos a la izquierda radical-burguesa (que no está precisamente en sus orígenes populares), pero de simpatizar con la EpC a perseguir a los objetores va un abismo. ¿Qué necesidad tenían, ellos que supuestamente nacen del pueblo y sirven a la causa de los más débiles frente a los abusos del poder? 

Durante dos años, entre el 93 y el 95, me tocó informar sobre la actividad sindical, y allí encontré, junto a gente mediocre y adocenada, hombres curtidos en la lucha por los derechos de los trabajadores, gente con conciencia de pueblo, es decir, de los vínculos que unen a unos hombres con otros en camino hacia un destino bueno compartido, personas nobles con capacidad de sacrificio y anchura de miras. Pero no es un secreto que estos sindicatos atraviesan una etapa languideciente de su historia, marcada por el sometimiento al poder político, por la rigidez ideológica y por el sectarismo. En el ámbito de la Educación esto resulta evidente, con una hostilidad enfermiza hacia todas las iniciativas de la sociedad civil y una especial antipatía frente a las obras que surgen del mundo católico. Es triste ver a quienes existen para defender los derechos de los más débiles oponerse con ahínco a su libertad de construir y de elegir, y convertirse en meros altavoces de la ideología dominante, de lo políticamente correcto y del predominio invasor del Estado en todos los campos. Ese estatalismo ha devorado su creatividad, su capacidad de verdadera oposición al poder, su savia vital y su antigua capacidad educativa.

Pero la noticia de que instan a sus afiliados a presionar y asfixiar a los objetores frente a la EpC supera lo imaginable. De esta forma se convierten en una especie de inquisición laica, en lugar de ser valedores de los derechos de la gente sencilla. Han olvidado sus orígenes populares y se han convertido en fiscales de la moral estatal definida por un Gobierno al que no han sido capaces de criticar una sola vez. En lugar de estar en la lucha por la libertad (incluso la de aquéllos que no piensan como nosotros), han preferido ser guardianes de la homologación ideológica. De nuevo se han equivocado de orilla y por eso son ya poco más que un apéndice estatal. En el tiempo que se avecina harán falta los sindicatos, pero ciertamente no éstos, que se han cubierto con el oprobio de perseguidores de la libertad.

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