La mayor mentira

Mundo · Vladimir Zelinski
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3 marzo 2022
No hay mayor mentira que la que da origen a una guerra. Porque la guerra siempre presenta las cosas de tal manera que a alguien le pueda parecer que es necesaria.

¿Pero es realmente necesaria la guerra desatada por Rusia para su élite, para el entorno que rodea a su jefe de Estado? Una élite que no saca partido de contratos militares, que mantiene sus cuentas bancarias y sus grandes casas en lugares lejanos y seguros, y que está acostumbrada a vivir con un nivel de lujo que en Occidente ninguna élite osaría tener.

¿Es necesaria la guerra para la clase media, que no puede imaginarse la vida sin viajar al extranjero? ¿O para los pobres, que se cuentan por muchos millones y que serán los primeros en sufrir las consecuencias de las sanciones impuestas? ¿Es necesaria la guerra para el ejército, cuya opinión silenciosa expresó recientemente el ex general Ivashov? Los generales saben muy bien lo que es una guerra.

Entonces, ¿por qué empiezan las guerras? Tal vez, aparte del Kremlin, encarnado por un solo individuo, también sea necesaria para la opinión pública patriótica, es decir, para los fabricantes de mitos, para los constructores y difusores de mentiras.

Existen la mentira simple y la mentira ideológica. La primera puede quedar desmentida por un hecho determinado, aunque no siempre. La segunda nunca logra ser desmentida por nada. Con ella es inútil discutir porque se encuentra fuera de la esfera de la verdad, de los hechos, de la lógica. Todas esas cosas útiles las crea ella misma. Una cierta visión del mundo libra esta guerra no solo por una cuestión de territorio, sino para “liberarse del nazismo”.

“Liberación” es la palabra clave. Y no es una mentira simple, a la que se pueda contraatacar, esta es una mentira fantasmagórica, que provoca oleajes y remolinos. No le puedes hablar de democracia, elecciones y debates. Para ella, la democracia de los demás es una marioneta americana. En cambio la nuestra, con un único líder y todos los diputados y televisiones siguiendo a coro su voz, es la auténtica, la popular. El pueblo no necesita más.

Si quieren separarse de nosotros, tendremos que liberarles de ese deseo, curarles la rusofobia que les ha contagiado Occidente. Pues de todos es sabido que en Occidente la rusofobia anida debajo de los arbustos. Aunque en todos los años que llevo viviendo en Occidente, he buscado bajo todos los arbustos sin encontrar ni rastro de rusofobia (de antiamericanismo sí, en cambio, y mucho).

La guerra, lo crean o no, se libra esencialmente por amor, para que nos amen, para que los malvados medio-rusos se conviertan en rusos buenos, obedientes, de los nuestros. Ellos bombardean el Donbas y nosotros bombardearemos todo para despertar sus conciencias. Aquí no hay que buscar una lógica humana. Aquí dentro se agita el caos.

Los gérmenes del subsuelo no se han disuelto, siguen produciendo ideologías. La ideología consiste en sustituir la realidad con un sucedáneo, producto de una sociedad que es capaz de ver únicamente su propio reflejo, que vive en su mundo en blanco y negro cuyas fronteras están bajo llave, que transforma el sentimiento patriótico que llevamos dentro en una bestia que busca a quien devorar. Que siempre necesita un enemigo, malvado, escurridizo, monstruoso, porque en él reconoce su propia proyección. El diablo es muy bueno encerrando fragmentos de verdad en una gran mentira. “Cuando dice la mentira, habla de lo suyo…” (Jn 8,44). Y así desata sus guerras.

Ten piedad, Señor, de todos aquellos que han caído en esta guerra.

La Nueva Europa

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