La gracia de María

Mundo · Fernando de Haro
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11 octubre 2013
María de Villota ha aparecido este viernes muerta en unas circunstancias que todavía no se han aclarado. España entera se ha sentido conmocionada.

María de Villota ha aparecido este viernes muerta en unas circunstancias que todavía no se han aclarado. España entera se ha sentido conmocionada.

Y es lógico, porque la que fuera piloto de Fórmula 1, tras perder un ojo en un accidente el año pasado, nos dio pistas de lo que más nos interesa: cómo es posible vivir. Todos vibramos al escuchar en una rueda de prensa afirmar que tras su lesión después de haberse visto forzada a abandonar los coches, probablemente una de las cosas que más amaba en la vida, se había redescubierto. Había redescubierto otra forma de ver las cosas, más humana, más profunda. Sus palabras tenían esa positividad que todos reconocemos rápidamente como algo que es verdad, que es posible. Decía María que lo mejor estaba por llegar. Sus declaraciones, su sonrisa y sencillez al pronunciarlas quedan como un faro en una sociedad como la nuestra en la que, al final, acabamos siempre quejándonos de algo.

María de Villota, en un mundo en el que el éxito parece que lo es todo, nos ayudó a redescubir que el valor de la existencia está, no en lo que uno es capaz de lograr, sino en ser mirado y considerado por lo que uno realmente es.

La historia de María de Villota no es una de esas historias habituales de superación personal a base de esfuerzo y de voluntad. Ella no superó su accidente porque fuera más fuerte o más inteligente que otros que estaban en las mismas circunstancias, sino porque la desgracia fue la ocasión para mirar de otro modo, del modo verdadero.

María nos ayudó a reconocer, desde una situación muy difícil, la positividad de la existencia. El caso de María quizás nos sirva para reconocer que ni la más alta de las verdades, si no tiene  forma de caricia, de misericordia, si no es relación con una persona que te acompaña es capaz de sostener el día a día. Hace falta Alguien que te mire minuto a minuto, que te diga que no importa que seas incoherente, que no te mida por tu incapacidad para alcanzar el bien que tanto deseas y conoces, que te sorprenda con su imaginación y su poder para hacer las cosas grandes y bellas donde todo parecía estar destinado al dominio del dolor y del fracaso, que seque tus lágrimas, que te acompañe en la noche, que venza la muerte. Alguien, como dice el Papa, que “te primeree”. Gracias María. Lo mejor ya te ha llegado.

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