Entrevista a Massimo Borghesi

La fe nunca es sin motivo: verificación entre lo que el hombre espera y la Presencia de Dios

Entrevistas · Fernando de Haro
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24 enero 2023
La fe necesita hoy volver a lo esencial, al corazón del cristianismo, a Cristo. La predicación cristiana, la catequesis, ha sepultado a Cristo bajo el bálsamo de los “valores cristianos”.

Has escrito: “Ahora necesitamos dar forma a la parte positiva que contiene la Evangelii gaudium, la centralidad del kerygma y del testimonio. En los números 7 y 9 dice: «No me cansaré de repetir aquellas palabras de Benedicto XVI que nos llevan al centro del Evangelio: ‘No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva’. Sólo gracias a ese encuentro —o reencuentro— con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad». ¿Hasta qué punto es necesario recuperar la experiencia del cristianismo como acontecimiento?

Diría que es esencial. Durante muchos años, el porcentaje de cristianos practicantes en Europa se ha ido reduciendo drásticamente. Los jóvenes cada vez son más ajenos a la fe, ya no saben nada de la tradición cristiana. En este contexto las parroquias son, tal vez, lugares de vida pero también son ámbitos donde crece el desierto. Los “sepulcros de Dios”, como decía Nietzsche. Por su parte, los movimientos cristianos, después de la feliz etapa de los años 70-90, deben recuperar una nueva juventud, valorar su patrimonio testimonial de manera creativa. La fe necesita hoy volver a lo esencial, al corazón del cristianismo, a Cristo. La predicación cristiana, la catequesis, ha sepultado a Cristo bajo el bálsamo de los “valores cristianos”. Cristo ha desaparecido. Incluso cuando se le recuerda, como en muchas homilías, se trata de un personaje mítico, virtual, ideal, que ya no tiene ninguna relación con la historicidad de los evangelios. La catequesis está fallando claramente en su objetivo. O se mantiene en un nivel teológico abstracto, como sucede en la orientación más conservadora, o patica por el terreno sentimental, como sucede en el ámbito más progresista. Un hombre de nuestro tiempo solo puede quedar impactado por la figura de Jesús si percibe que estamos delante de un personaje “real” que descendió al espacio y al tiempo de los evangelios y que al mismo tiempo es capaz de trascender ese espacio y ese tiempo para llegar hasta nosotros. Histórico y actual. De ese modo el cristianismo puede manifestarse por lo que es: un Acontecimiento, un hecho histórico que trasciende los límites de la historia.

«El encuentro cristiano, el testimonio humano de la fe, precede existencialmente al dogma»

¿Cuál puede ser el sujeto de ese testimonio en las circunstancias actuales?

Hoy, como hace dos mil años, el sujeto cristiano se da en aquellos que son amigos de Cristo, que están cerca de Él, en sentimiento, en pasión por la vida y por la humanidad que Jesús transmitía con su testimonio. Amigos de Cristo y de los demás hombres. La compañía cristiana no puede reducirse a una compañía clerical. De clericalismo se mueren los institutos religiosos que caracterizaron el segundo milenio de la era cristiana, la era moderna en particular. La secularización está barriendo al conjunto de órdenes religiosas, masculinas y femeninas. El clericalismo, como huida de un mundo protegido, es impotente ante el viento de la secularización. Hace falta algo nuevo que replantee de manera creativa la tradición viva de la Iglesia. El tiempo histórico impone esta decisión. La tradición solo se puede salvar si volvemos a hacerla nuestra de un modo nuevo, distinguiendo críticamente en su seno lo que es válido de lo que pertenece al pasado. El sujeto cristiano hoy debe proceder de forma delicada, sencilla, sin la pretensión de conquistar el mundo. Sin asumir toda la historia de la Iglesia, con todos sus límites y también miserias. Debe proceder en compañía de los santos, en compañía de los amigos que comparten con él la su misma pasión por lo humano, el mismo afecto por Cristo. La fe se comunica por “atracción”, por la atracción de y hacia Jesús. Representa una “comunicación afectiva”. El encuentro cristiano, el testimonio humano de la fe, precede existencialmente al dogma. Si no comprendemos esto nunca llegaremos al corazón de los hombres de nuestro tiempo. Cristo solo puede hacerse patente como Verdad cuando se presenta ante todo como Vida, como aquel que, mediante un verdadero encuentro, hace más alegre la vida del hombre.

«Es un error de perspectiva dividir entre valores de derecha y de izquierda»

Muchas veces la forma del testimonio parece estar sujeta a fórmulas viejas: próvida, insistencia en el derecho natural, alianza con el cristianismo anónimo (derecha e izquierda), muros de protección (opción “benedictina”), aspiración a una cierta forma de hegemonía (nostalgia del voto unitario)…

Las fórmulas de “compensación”, compensación del vacío de fe, son innumerables. En lo que coinciden es en la miseria de resultados. El error no está en el compromiso justo que la Iglesia, y el laicado cristiano en particular, debe mostrar en su defensa de los valores centrados en el derecho natural. Comprometerse en el respeto a la vida humana de principio a fin, en la afirmación de la naturaleza dual de hombre y mujer, en la libertad de expresión, no tiene nada de reaccionario. Solo la ideología liberal, triunfante en el neocapitalismo de la globalización, puede inducirnos a pensar esto. Sin dejarse condicionar, los cristianos tienen el deber de aportar su contribución, como los no cristianos, al bien común. El error de perspectiva en este caso puede ser doble. Por un lado, dividiendo entre valores de derecha y de izquierda, contraponiendo el compromiso contra el aborto y el modelo de género al de los derechos de los trabajadores y la justicia social. Una división que favorece la polarización entre un catolicismo de derechas y otro de izquierdas. La doctrina social de la Iglesia no conoce estas polarizaciones, ofrece una visión integral del hombre y de la sociedad. Quien concibe la democracia como tutela de los más débiles unirá la lucha contra la violencia al nasciturus con la defensa de los ancianos y marginados sociales. Por otra parte, sobre un terreno propiamente teológico, el error de perspectiva está en pensar que el (justo) compromiso por la defensa de los valores “cristianos” puede sustituir al testimonio de la fe en un mundo poscristiano. Como si el restablecimiento de una sociedad fundad en el derecho natural fuera a coincidir con un “mundo cristiano”. Se trata de una ilusión que lleva a la Iglesia a hacer bandos, a convertirse en un partido, en aliada de esas fuerzas que, de manera más o menos instrumental, la usan en función de sus objetivos. Actitud favorecida por la miopía de la izquierda liberal que, con su anticlericalismo, está condenada a seguirle siempre el juego a la derecha. La Iglesia tiene el deber de recordar a los cristianos y a todos los valores fundamentales del humanismo contra cualquier tiranía. Pero no debe identificarse solo con una parte. Su tarea es comunicar la humanidad nueva de Cristo al mundo, al de los clericales y al de los anticlericales. A todos, sin tener que servir a ningún bando político.

“La secularización es una ocasión”

En su viaje a Canadá, Francisco decía que “la secularización nos pide que reflexionemos sobre los cambios de la sociedad, que han influido en el modo en el que las personas piensan y organizan la vida. No es la fe la que está en crisis, sino ciertas formas y modos con los que anunciamos. Por eso, la secularización es un desafío a nuestra imaginación pastoral”, y señalaba que es necesario “un testimonio rebosante de amor”. Estamos hablando de Occidente. ¿En qué sentido la secularización puede ser una ocasión?

Constituye una ocasión porque obliga a la fe a salir al “aire libre”, a abandonar recintos protegidos y certezas cómodas. Una cosa es encontrarse entre creyentes, otra es dialogar con quien tiene otras convicciones totalmente distintas. La secularización desafía por sus estilos de vida, sus modelos, su concepción del mundo. Aquí, una fe que solo quiera conservar está condenada a perderlo todo. Si la fe quiere vivir, debe “arriesgar”, debe ponerse en juego con formas de relación gratuitas, conscientes de que el cambio de la vida es obra de la Gracia. Se trata también de arriesgar juicios sobre lo que sucede, de ofrecer una contribución original, no obvia, sobre el propio tiempo. Los juicios “católicos” suelen ser previsibles y, por el contrario, deben ser “críticos”, capaces de distinguir lo positivo de lo negativo, de delinear escenarios históricos fundamentales para comprender también “cómo” la fe puede responder a las expectativas de nuestro tiempo. Por último, la fe hoy, en este contexto secularizado, está llamada a generar prácticas de solidaridad, de compartir necesidades, de amistad entre personas y entre pueblos. En la solidaridad maduran los encuentros y los destinos se cruzan de maneras imprevisibles.

¿Por qué dices que “la experiencia de los movimientos, además de ser corregida, también debe ser sostenida con inteligencia y paternidad por parte de la autoridad eclesial”?

Los movimientos, tan importantes en la vida de la Iglesia a lo largo de los últimos 50 años, indudablemente necesitan renovarse, recuperar de manera creativa un ímpetu nuevo, partiendo de una consideración inteligente de su propia historia y de la valoración de testimonios que hayan marcado su camino. El error más grave en estos casos es el de caer en la apología, en el énfasis de su propia unicidad, en la idea nada católica de carecer de errores. Una revisión crítica del pasado es la premisa de un reinicio en el presente que atesore sus propios límites. En este sentido, la función correctiva realizada por la institución eclesial es fundamental. Pero debe tratarse de la corrección de un padre y no de un amo. Los movimientos constituyen en el presente la dimensión adulta del laicado católico y el episcopado que afirma que quiere valorar el laicado no puede no encontrar aquí una expresión de primer nivel. Por eso, cualquier corrección debe ir acompañada de una valoración. Si quitamos los movimientos y asociaciones, ¿qué queda del laicado comprometido? La Iglesia debe custodiar celosamente este patrimonio si quiere evitar el clericalismo.

También decías que “la Iglesia no es capaz de proponer una formación intelectual adecuada a una perspectiva misionera”.

En el artículo que citabas antes yo decía: “Es un hecho que los seminarios y universidades eclesiástico-pontificias sufren la falta de una formación adecuada, de un pensamiento católico capaz de medirse con el desafío de un mundo complejo y profundamente secularizado. Tras abandonar el modelo neoescolástico, abstracto y claramente inadecuado, la Iglesia no ha sido capaz de proponer una formación intelectual adecuada con una perspectiva misionera. Después de la desaparición de los grandes maestros que prepararon el Concilio Vaticano II, es incapaz de ofrecer un ‘pensamiento católico’.

En las facultades pontificias, el bienio filosófico ha quedado desconectado, separado del trienio teológico. No va en función de la teología ni desde el punto de vista histórico ni dogmático. En muchos casos, al privilegiar orientaciones tendencialmente idealistas, corre el riesgo de resultar antitético con respecto al realismo que exige el dato revelado. No tiene presente la prioridad de la realidad sobre la idea que, según Jorge Mario Bergoglio, constituye uno de los principios fundamentales de la gnoseología. En todo caso, la orientación dominante en filosofía parece principalmente ecléctica, una mezcla heterogénea entre autores y corrientes. El joven estudiante que un día llegará a ser párroco y educador saca muy poco de útil, ninguna orientación ideal clara ni persuasiva.

Lee también: “Presencia: una humanidad que fluye dentro de mi

Consideraciones análogas valen para el trienio teológico. También aquí prevalece, en gran medida, un eclecticismo sustancial, una desatención de la perspectiva realista en favor de indicaciones trascendentales poco atentas a la historicidad del Hecho cristiano y al valor existencial de la fe. La falta de conexión con la filosofía se refleja, por un lado, en la pobreza de un pensamiento teológico que ya no es capaz de dirigirse más que a los expertos en la materia. La teología, privada de la filosofía, se queda afónica, carece de pensamientos y lenguajes que puedan dirigirse a los hombres de hoy.

Por eso se impone un replanteamiento de conjunto. El pensamiento teológico que hizo posible el Vaticano II exige que se profundice en relación con el momento presente. De lo contrario, tendremos una práctica pastoral sin respiro ideal, un voluntarismo ético condenado a apagarse. La polaridad entre contemplación y acción, que la Iglesia siempre ha tenido presente, debe replantearse. Para ello parece importante una reforma de los estudios eclesiásticos en su conjunto”.

Olivier Roy habla de “santa ignorancia” para referirse a la difusión de una religiosidad irracional. ¿Cómo influye esto en el catolicismo?

Redunda directamente en ciertos movimientos que calcan estilos y métodos derivados de una espiritualidad protestante. En este caso el emotivismo toma el control y el contenido dogmático y litúrgico se pierde en el fondo adoptando formas extrañas, evidentemente irracionales. Redunda indirectamente allí donde, como decíamos, la formación teológica impartida en los seminarios y facultades eclesiásticas resulta débil, inorgánica, incapaz de medir la conexión entre los aspectos trascendentales del Ser: lo bello, lo bueno, lo verdadero. La belleza y la bondad preceden, estética y existencialmente, a la verdad pero no la sustituyen. La ponen de manifiesto. Sin embargo, en gran parte de la catequesis actual los dos primeros rasgos trascendentales eliminan al tercero. Por eso la fe, en vez de ser un “conocimiento amoroso” de la Verdad se convierte en una opción arbitraria, irracional, puramente emotiva. Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida. Si la teología y la catequesis separan esos tres momentos, el corazón del cristianismo se disuelve.

“Hay una experiencia auténtica allí donde asistimos a la verificación de la correspondencia entre lo que se encuentra y la propia naturaleza del sujeto”

Reaparece (como en los tiempos de las acusaciones modernistas) el miedo a la categoría de la experiencia en la fe. Hay miedo a un exceso de “emotividad” y de “subjetivismo”. La experiencia del creyente está sujeta a la confirmación clerical. ¿Por qué pasa esto? 

La noción de “experiencia” ha entrado por fin en el léxico teológico después de que, debido a los límites del planteamiento modernista, estuviera vetada durante mucho tiempo en el lenguaje cristiano. Ha entrado y eso es bueno. Su presencia corrige el planteamiento “objetivista” neoescolástico y neotomista, según el cual la razón estaba llamada a reconocer el dogma según una modalidad puramente intelectual. En realidad, en el reconocimiento amoroso de la verdad cristiana, es decir, en el consenso representado por la fides, por la confianza, entra en juego la razón, el corazón, la libre voluntad. Entra en juego la experiencia entendida no de una manera meramente emotiva, como pretende el modernismo, sino de forma orgánica. Hay una experiencia auténtica allí donde asistimos a la verificación de la correspondencia entre lo que se encuentra y la propia naturaleza del sujeto. Una naturaleza caracterizada, desde el punto de vista tomista, por una serie de inclinaciones fundamentales (felicidad, amor, justicia, verdad) que constituyen la esencial ideal de todo hombre. Allí donde se da la percepción de esta correspondencia actual, la fe muestra toda su razonabilidad. La fe nunca representa una opción sin motivo. Supone el resultado de una verificación entre lo que el hombre espera y la Presencia de Dios colmando su deseo. Agustín lo comprendió perfectamente y de ese descubrimiento surge su teología “existencial”. Quien actualizó esa perspectiva en la segunda mitad del siglo XX, convirtiéndolo en eje de su antropología y de su método educativo, fue don Luigi Giussani. Gracias a él, miles de jóvenes llegaron a hacerse cristianos porque se dieron cuenta, dentro de una relación de amistad, que la propuesta cristiana correspondía plenamente a lo que esperaban su corazón y su inteligencia.

 

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