José Gregorio beato. Un santo no es un santurrón

Mundo · Bernardo Moncada Cárdenas
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21 junio 2020
«No pude nunca penetrar aquella psicología, ni alcancé jamás a descubrir los secretos de aquella ecuanimidad imperturbable. Yo le veía recorrer, con incansable actividad, el intrincado laberinto del mundo, sin comprender qué fuerza le guiaba o sostenía.» Francisco Antonio Rísquez, sobre José Gregorio Hernández.

«No pude nunca penetrar aquella psicología, ni alcancé jamás a descubrir los secretos de aquella ecuanimidad imperturbable. Yo le veía recorrer, con incansable actividad, el intrincado laberinto del mundo, sin comprender qué fuerza le guiaba o sostenía.» Francisco Antonio Rísquez, sobre José Gregorio Hernández.

«No tengas miedo de la santidad. No te quitará fuerzas, vida o alegría. Todo lo contrario, porque llegarás a ser lo que el Padre pensó cuando te creó y serás fiel a tu propio ser». Papa Francisco, Gaudete et Exsultate.

La iconografía tiende a representar a los santos en actitudes de afectación rayana en mojigatería. Lejos están las actuales estampitas populares de la fuerza que grandes pintores mostraron en los santos en el medioevo y el renacimiento. Miradas arrebatadas, gestos dulcificados, cuando no rígidamente austeros, reflejan una religiosidad quizá demasiado apoyada en el sentimentalismo y el moralismo. Tal suerte había corrido la imagen del nuevo beato de la Iglesia, el doctor José Gregorio Hernández, con atuendo negro y pose imperturbable. En vísperas del dictamen de la beatificación, muy bien ha hecho la Conferencia Episcopal Venezolana en promover su ligero pero determinante cambio de imagen.

Como acentuaba el cardenal Porras Cardozo en homilía del centenario del accidente que truncó la vida del doctor Hernández, «José Gregorio no fue un superdotado ni un ser excepcional imposible de seguir e imitar. Los invito a que lean la novela que sobre su vida acaba de publicar un profesor universitario de la ULA, titulada “Médico del alma”. Allí constatamos un ser normal como cualquiera de nosotros, salido de este mismo suelo venezolano escaso en recursos y ayuno de muchos medios. Sin embargo, su constancia, su norte seguro como ciudadano y como cristiano lo llevó a ser lo que es hoy para todos nosotros: espejo de lo que cada uno de nosotros queremos y podemos ser».

La trayectoria del beato José Gregorio Hernández muestra cómo se podía habitar, a principios del siglo XX, en el descreído y cínico ambiente de cierta ciencia moderna manteniendo una fe inquebrantable y sincera, sin dividir la personalidad; por el contrario, gozando de envidiable unidad personal. La religiosidad guio una exitosa carrera científica y profesional, y la ciencia, entendida como ferviente búsqueda del sentido divino de la existencia y servicio al bien común, reforzó la religiosidad.

A los cien años del fallecimiento de José Gregorio Hernández, pudimos descubrir la multiplicidad de mundos que este personaje, reducido a severa figurilla de negro, unió en su verdadera historia, todo un cosmos vivo, regido por la fe. La oportunidad fue un coloquio en la Academia de Mérida, cuando Ricardo Contreras, el padre Cándido Contreras, y Fortunato González Cruz, disertaron sobre las facetas de ese diamante de venezolanidad que fue el “Médico de los Pobres”.

En aquel recorrido por la biografía del doctor Hernández, la desbordante humanidad del facultativo, científico, músico, gustoso danzarín y profundo hombre de Iglesia rompió afablemente la habitual estampita para que asomara el hombre. La estatuilla de sombrero negro se abrió como una crisálida para dejar salir la rica calidad de este venezolano ejemplar.

José Gregorio Hernández enfrentó la división de evolucionismo y creacionismo que la filosofía positivista trazaba, resaltando que ambas tesis no son excluyentes. Pionero de la modernización de la medicina, fue presencia de encuentro y conciliación, en lugar de abanderado de posiciones más ideológicas que científicas o religiosas. Unía ciencia clásica –la de Copérnico, Galileo y Newton– con ciencia moderna, en el estudio y ejercicio de la medicina. De la clásica tenía la certeza de que existe la verdad, que el cuerpo humano tiene una dignidad y un sentido trascendentes, e investigar era buscar esa verdad. De la moderna, aplicó decididamente el conocimiento en técnicas y operaciones para sanar la enfermedad, sobre todo en los más necesitados. Más que un anacrónico santurrón, fue un santo habilidoso, como Jesús en su tarea salvífica; humanidad envidiable siempre vigente.

Los venezolanos de hoy, como nunca, necesitamos esa capacidad de ser líneas de unión más que de separación, más umbrales que confines, para lograr la síntesis capaz de superar la actual maquinaria de rencor, en camino al país que necesitamos.

Citaba el doctor González Cruz el libro “Elementos de filosofía”, donde José Gregorio Hernández expresa: «Si alguno opina que esta serenidad, que esta paz interior de que disfruto a pesar de todo, antes que a la filosofía, la debo a la religión santa que recibí de mis padres, en la cual he vivido y en la que tengo la dulce y firme esperanza de morir. Le responderé que todo es uno».

Entendamos el ejemplo de santidad del Médico de Los Pobres como apertura y unidad, confluyentes en una identidad integral, en vez de encerrarnos en el mutuo rechazo, con moralinas y dogmatismos discriminatorios.

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