Hildegard Burjan: ´La conciencia del Parlamento´
Casi ciento treinta años nos separan de su nacimiento en el seno de una familia judía centroeuropea, cuando todavía las fronteras eran borrosas y no se habían convertido en muros separadores. Fue una brillante estudiante, que concluyó sus estudios doctorándose en Filosofía en la Universidad de Berlín. Allí conoció y se casó a los 25 años con un joven ingeniero húngaro, también judío. Un año más tarde contrajo una grave enfermedad renal, que le hizo estar al borde de la muerte. Fue asistida en un hospital católico berlinés, donde recibió las atenciones de las monjas que lo regentaban. Allí descubrió muchas cosas nuevas para ella e inició su conversión al catolicismo, que culminó con su bautismo en 1909. Unos meses más tarde quedó encinta. Los médicos dictaminaron que el embarazo suponía un grave riesgo para su vida y le aconsejaron el aborto. Ella se negó, superó las dificultades de su embarazo y dio a luz a su hija Lisa. Hildegard sencillamente apostó por la vida.
El matrimonio se trasladó a vivir a Viena. Y allí asistió a los convulsos años del fin del Imperio Austro-Húngaro, la Primera Guerra Mundial y el nacimiento de la ya pequeña república austriaca. Impulsada por la fuerza de su espíritu, Hildegard desplegó un intenso compromiso social, con planteamientos innovadores, en favor de las mujeres más vulnerables y alentó una red social de apoyo a sus iniciativas.
Su compromiso social le llevó a la política. En las primeras elecciones de la naciente república fue elegida diputada en las filas del partido socialcristiano. En el Parlamento impulsó numerosas iniciativas en materia social, como las relativas a la protección de la maternidad y de los neonatos o a la formación permanente de las mujeres. Y de ella partió "la ley de protección de las trabajadoras a domicilio", entonces víctimas de una gran explotación. Fue siempre defensora de causas nobles, lo que hizo decir al cardenal de Viena Gustav Piffl: "es la conciencia del Parlamento".
Su actividad parlamentaria duró sólo una legislatura. Los partidos políticos son entes muy raros y sus criterios de valoración de las personas con frecuencia resultan francamente extraños. Hildegard era demasiado libre de espíritu y no se amoldaba bien a las ataduras que impone la política partidista. Además, en Austria también comenzaban a soplar los vientos del antisemitismo, que acabarían en furioso vendaval europeo. En ambientes de su mismo partido era mirada como mujer y judía, es decir, con sospecha.
Su abandono de la política no le hizo disminuir su compromiso con las causas que había defendido. Fundó Caritas socialis, un instituto religioso dedicado a la asistencia a familias y jóvenes marginadas, al que dedicó por entero el resto de su vida. Su muerte, en 1933, coincidió con el ascenso de Hitler al poder. Europa se preparaba a su gran tragedia y los ideales por los que luchó Hildegard (la dignidad humana, de mujeres y hombres, la vida, los derechos de la infancia, la familia como lugar natural de libertad) iban a ser pronto pisoteados.
En la Europa secularizada, en la Viena que expresa hoy todas las contradicciones de la sociedad europea, las causas por las que luchó Hildegard con aliento cristiano están vigentes. Su breve experiencia partidista revela los límites de la política pero también, como ella misma proclamó con fuerza, la necesidad de este compromiso. La nueva beata Hildegard Burjan es un testimonio de nuestra época al que sinceramente conviene asomarnos.