Hasta el último hombre

Cultura · Juan Orellana
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7 diciembre 2016
Mel Gibson vuelve a ponerse tras las cámaras después de muchos años de travesía por el desierto. Después de estrenar Apocalypto en 2006, Gibson entró en una fase complicada de su vida, tanto personal como profesional, en la que interrumpió su trabajo como director durante casi diez años. Ahora parece haber recuperado fuerzas al llevar a la pantalla de forma tan vigorosa la historia real de Desmond Thomas Doss (1919-2006), el primer objetor de conciencia que recibió la Medalla de Honor del Ejército norteamericano, durante la Segunda Guerra Mundial. Su adscripción a la Iglesia Adventista del Séptimo Día le impedía empuñar las armas, pero quiso alistarse como médico, y así servir a su país.

Mel Gibson vuelve a ponerse tras las cámaras después de muchos años de travesía por el desierto. Después de estrenar Apocalypto en 2006, Gibson entró en una fase complicada de su vida, tanto personal como profesional, en la que interrumpió su trabajo como director durante casi diez años. Ahora parece haber recuperado fuerzas al llevar a la pantalla de forma tan vigorosa la historia real de Desmond Thomas Doss (1919-2006), el primer objetor de conciencia que recibió la Medalla de Honor del Ejército norteamericano, durante la Segunda Guerra Mundial. Su adscripción a la Iglesia Adventista del Séptimo Día le impedía empuñar las armas, pero quiso alistarse como médico, y así servir a su país.

El argumento fue concebido en dos partes muy diferenciadas por el coguionista Robert Shenkkan. Una primera describe el mundo familiar y personal del protagonista, interpretado por Andrew Garfield y por Darcy Bryce en sus años de infancia. Un mundo rural, tradicional, en la Virginia profunda. Un mundo que Mel Gibson ha querido comparar con los dibujos de Norman Rockwell. La segunda parte, según el director, nos lleva por el contrario a un cuadro terrible de El Bosco, en el corazón de la batalla anfibia de Okinawa, una de las más sangrientas de la guerra, en la que murieron unos 250 mil hombres, pocas semanas antes de finalizar la contienda.

Gibson, por un lado, ha querido hacer un homenaje a un héroe de la conciencia, un hombre –Desmond Doss– que quiso ser fiel a sus convicciones hasta las últimas consecuencias. Según el cineasta, no estamos ante una película bélica, sino ante una historia de amor, de amor al ser humano, de amor a Dios. Y en ese sentido, Gibson nos brinda algunas escenas especialmente épicas y emotivas, escenas que subrayan la grandeza interior del personaje. Pero por otro lado, a pesar de sus palabras, “Hasta el último hombre” es una de las mejores cintas bélicas de los últimos años, que nos muestra el infierno de aquella batalla de forma brutalmente explícita, recurriendo a un montaje de John Gilbert trepidante e impresionista, que no nos ahorra espantos. Aquí reside una de las posibles objeciones al film, que por un lado elogia a un pacifista y, por otro, nos ofrece un festival de violencia extrema, a la que Gibson es tan patológicamente aficionado. No es casual que en New York Times un articulista hable de “violencia pornográfica” refiriéndose al film. Pero el hecho es que en su estreno en el Festival de Venecia recibió una ovación de pie de casi 10 minutos.

A la brillante interpretación de Andrew Garfield, y al excelente coro de secundarios, hay que añadir el trabajo de Sam Worthington, en el papel de Capitán Glover, y a Hugo Weaving, en el dramático rol del padre de Desmond. Sin duda, estamos ante una película que no sólo supone el retorno del Gibson cineasta por la puerta grande, sino también ante un film en el que ética y épica coinciden; un film que puede alinearse con los mejores títulos de Spielberg y Eastwood.

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