Hacia rutas salvajes

Mundo · GONZALO MATEOS
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3 noviembre 2024
Los programas de los dos grandes partidos, salvo alguna estridencia, son relativamente similares en lo que se refiere a opciones económicas y sociales. Pero ahora la sociedad está fracturada, airada y con sensación de fracaso. Y cuando el miedo se apodera del ambiente social, las soluciones disparatadas empiezan a parecer razonables.

Into the wild” es un libro publicado por Jon Krakauer en 1996, que en el año 2007 fue adaptado al cine con éxito por el director Sean Penn. En España se le puso el título de “Hacia rutas salvajes”. Cuenta la historia de Christopher McCandless, un joven proveniente de una familia acomodada, que en 1990 y luego de haberse graduado en la Universidad, decidió emprender un viaje sin decirle a nadie su lugar de destino. Dos años más tarde sería encontrado muerto en el interior de Alaska, cerca del parque nacional Denali, después de tratar de vivir en solitario durante casi cuatro meses en medio de las montañas, con escasa comida y un equipo insuficiente. Sus andanzas acabaron por convertirlo en un icono popular y el lugar de su muerte un destino de peregrinación.

2024 era el súper año electoral. Más de la mitad de la población mundial estaba llamada a decidir su futuro en unas elecciones. Ahora ya prácticamente sabemos lo que han elegido. Y en términos generales no ha salido demasiado bien. La deriva autoritaria goza hoy de un mayor apoyo político. Las democracias liberales retroceden y los líderes populistas ejercen de manera más ilimitada su poder. Lo hemos podido observar estos días en Moldavia o Georgia. Y ahora llega la traca final con las elecciones norteamericanas. Ya no hay apenas dudas de que conscientemente nos hemos salido de los mapas y nos adentramos por nuevos territorios antaño peligrosos.

Es comprensible que algunos se pregunten si esto es o no una exageración. Pero los analistas repiten que estas elecciones del 5 de noviembre son históricas por lo mucho que se está poniendo en juego. Todas lo son. Pero parece que estas lo son de manera significativa. Porque si se confirma que el pueblo americano cede una segunda vez frente al autoritarismo nos adentraremos en una terra incognita (lo ha explicado bien Joseph Weiler en la última edición de Revista de Occidente), y podríamos alcanzar ese punto de no retorno en lo que se refiere a la pérdida del orden de paz y prosperidad que la democracia liberal y sus valores nos había proporcionado. Lo sabemos, nada es para siempre, pero nada da igual. Y por eso es lícito tener una legítima inquietud.

El problema no es tanto de las políticas que podrían ponerse en marcha. Los programas de los dos grandes partidos, salvo alguna estridencia, son relativamente similares en lo que se refiere a opciones económicas y sociales. El problema es que se ha roto el demos. Ya queda poco de ese pueblo norteamericano estable que alternaba pacíficamente presidentes. Ahora la sociedad está fracturada, airada y con sensación de fracaso. Y cuando el miedo se apodera del ambiente social, las soluciones disparatadas empiezan a parecer razonables. Ya no se reconoce la legitimidad del contrario a disentir y compartir espacios. La aceptación de la diversidad está disminuyendo. Muchos hablan ya de posibles retrocesos constitucionales que negarían conquistas ya alcanzadas.

Desde 1980 Gallup pregunta regularmente a los estadounidenses si están satisfechos sobre cómo van las cosas. Hasta principios de los 2000, un poco más del 40% decía que todo iba bien. En las últimas dos décadas ese porcentaje ha caído al 25%. Hoy en día la esperanza de vida de un recién nacido estadounidense es de 79 años, tres años menos que el promedio de la Europa occidental. Justo al contrario de 1980. Estados Unidos es hoy el país más desigual del mundo rico y esta realidad empieza a pasar factura.

El miedo y el resentimiento se han apoderado del clima social. Sólo hay que escuchar las fuertes palabras que han dominado en los mítines de campaña. Ya apenas se llama a la decisión individual responsable del voto. Ahora se apela a la pertenencia a unas minorías e identidades excluyentes que en ocasiones se vuelven violentas.

El sistema electoral no ayuda. La Constitución Americana, la más antigua de entre las liberales, no es muy extensa. Pocos saben que en ella no se menciona el derecho universal al voto. Se aprobó en tiempos de segregación racial y sexual. Las leyes electorales se dejaron en manos de los estados federados y estas, así como la propia Constitución, apenas han evolucionado.

Eso ha supuesto que se haya generalizado la regla general de “the winner takes it all” y que a muchos ejemplares ciudadanos se le haya denegado el derecho al voto por prácticas electorales anticuadas. También que se hayan perpetuado prácticas escandalosas de manipulación del colegio electoral como el “gerrymandering” o manipulación de las circunscripciones electorales. El anquilosamiento institucional quiebra la confianza y la cohesión social cae a plomo.

Seguramente el 6 de noviembre nos levantaremos sin saber quién ha ganado las elecciones. Los resultados serán muy ajustados y discutidos. Un ejército de abogados de los dos grandes partidos está ya trabajando en una guerra judicial por cada voto, especialmente en los estados con la victoria en litigio. Se teme que Trump se proclamará vencedor sin importar los datos que se publiquen. El ruido, el caos, y las denuncias de fraude harán muy difícil certificar el desenlace final. Y en caso de empate, el Tribunal Supremo (elegido por los republicanos) decidirá. No se pueden descartar capítulos similares a los vividos en la toma del Capitolio en 2020.

La campaña del candidato Trump y de su compañero de ticket Vance ha sido delirante. Sus mensajes solicitando el voto cristiano, bochornosos. La manipulación de la opinión pública, flagrante. Algunos pueden decir que este tono ya lo vimos en anteriores campañas, pero que, a la hora de gobernar, nada de lo prometido acabó por pasar. Pero esta vez puede ser diferente.

Los analistas coinciden en que esta vez el expresidente no sólo parece decidido a llevar a cabo algunas de sus declaraciones más alocadas, sino que también estaría en mejor posición para hacerlo que la última vez. ¿Cuán mal podrían ir las cosas? «Si Trump es reelegido, vamos a pagar una enorme prima por el caos» afirman desde el Centro de Estudios American Enterprise Institute. Los que trabajaron anteriormente con el expresidente lo pintan aún peor.

La sociedad opulenta, amenazada en su comodidad, puede sentirse tentada a optar por soluciones arriesgadas con el fin de que nadie le obligue a renunciar a una posición privilegiada. Muchos se ven empujados a tomar al asalto lo que la realidad les niega. Otros prefieren atrincherarse y negar la dignidad de los otros. Algunos desalentados pueden verse atraídos por la posibilidad de abandonar los caminos habitualmente transitados, y optar por una utopía abstracta y desencarnada. Pero eso es de todo menos nuevo.

Al final todo se decide en el corazón de cada ciudadano. En el modo en el que entendemos y vivimos cotidianamente la vida individual y en común. En el mundo y para el mundo. Por y para los otros. Ni siquiera que gane Harris nos evitará ese esfuerzo. Pero que gane Trump nos llevará a transitar por rutas salvajes donde puede que sea más difícil convivir y construir juntos. Como a McCandless nos resultará más difícil sobrevivir. Por eso mi voto, si pudiera ejercerlo, es para Harris-Walz.


Lee también: Los malos estadounidenses también votan


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