Golpe de efecto

Cultura · Víctor Alvarado
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26 noviembre 2012
Tantos años de colaboración han servido para que Clint Eastwood rompiera su promesa de no volver actuar, tras su obra maestra: Gran Torino (2008), pues Robert Lorenz, el director de la película en cuestión, siempre ha trabajado a las órdenes del citado actor-cineasta y la amistad de ambos ha provocado que podamos disfrutar de una interpretación de Oscar.

Cuenta los avatares de un ojeador amargado y en decadencia que no quiere reconocer sus achaques de anciano, manteniendo una tensa relación con su hija, que se ha convertido en una exitosa abogada que se verá en la obligación de intentar ayudar a su padre que le necesita de verdad, aunque no lo quiera reconocer.

Si Clint Eastwood tiene todas las papeletas para llevarse más de un premio en la temporada 2012-2013, la actriz Amy Adams sigue demostrando sus grandes dotes para la interpretación. Como dato curioso, mientras preparaba la primera escena con la mítica estrella, la actriz le estuvo evitando durante los momentos previos a una situación en la que le tenía que dar un rapapolvo como hija que se preocupa por su padre. Este trabajo con este crack Hollywoodiense ha sido una lección de vida. John Goodman está viviendo una segunda juventud y la actuación de Justin Timberlake es simplemente correctita. Los actores se encontraron con la dificultad de rodar en una sola toma con lo que ello conlleva.

Golpe de efecto (2012) guarda ciertos paralelismos con las anteriores producciones de Malpaso, protagonizadas por Clint Eastwood, pero sin superar el nivel alcanzado con las otras dos, ya que presenta una par de descensos de ritmo narrativo donde parece que los personajes deambulan sin un rumbo claro. Eso sí, esta película mantiene el optimismo de las últimas entregas del polifacético artista.

Por otra parte, el realizador nos ofrece un trabajo de gran riqueza antropológica que demuestra que se puede contar una buena historia sin deformar la realidad ni a las personas que se acercan a una sala de proyección. Estamos ante un elogio de la lealtad en un mundo donde se pueden contar los amigos con los dedos de la mano. El largometraje refleja que las personas, los deportistas en este caso, no son un simple cruce de datos estadísticos y, a veces, es necesario conocer la psicología del ser humano para descubrir que una caída del rendimiento deportivo puede deberse a motivos personales que no pueden ser detectados por un ordenador. La veteranía y la juventud no aparecen como dos conceptos irreconciliables, sino como dos realidades complementarias. Nos ha gustado el guiño a John Ford y a la trascendencia en una escena en la que el personaje de Gus se toma una cerveza, mientras habla en la tumba de su difunta esposa.

Por último, el cineasta ha pretendido que reflexionemos sobre la importancia de rectificar y de que todos merecemos una segunda oportunidad.

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