Francisco y Carrón: mirando y juzgando

X Aniversario · Sefa Levy
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2 mayo 2023
Me ha llamado la atención la coincidencia entre el modo de interpretar los signos de los tiempos. En los dos hay un modo de ver y juzgar en profunda sintonía.

En el buzón de spam de mi correo electrónico, por casualidad, he encontrado en las últimas semanas algunos artículos de este periódico digital sobre los primeros diez años del papa Francisco. Y eso me ha llevado a escribirles. Después de leer esas notas y haber profundizado en ellas, me ha llamado la atención la coincidencia entre el modo de interpretar los signos de los tiempos del actual Vicario de Cristo y del profesor de la Universidad Católica de Milán, Julián Carrón. En los dos hay un modo de ver y juzgar (sin el que no se puede actuar de forma correcta) en profunda sintonía.

El papa ha repetido insistentemente que no estamos en una época de cambio sino en un cambio de época. En su discurso a la Curia por Navidad en 2019, por ejemplo, señala que ese cambio significa que ya “No estamos más en la cristiandad (…). No estamos ya en un régimen de cristianismo porque la fe —especialmente en Europa, pero incluso en gran parte de Occidente— ya no constituye un presupuesto obvio de la vida común”.[1] Y citando a Benedicto XVI añade que “mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad”.[2] Este juicio ha sido el marco en el que ha trabajado Julián Carrón, como se puede ver en su libro La Belleza desarmada.

Las evidencias que nacieron del cristianismo, y que la Ilustración pensó que podían sostenerse por sí mismas, se han disuelto. La disolución tiene, importantes consecuencias. Obliga a reconsiderar la forma del testimonio cristiano. Y así Francisco señala que “conviene ser realistas y no dar por supuesto que nuestros interlocutores conocen el trasfondo completo de lo que decimos o que pueden conectar nuestro discurso con el núcleo esencial del Evangelio que le otorga sentido, hermosura y atractivo”.[3] Por eso “no podemos seguir insistiendo sólo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos. (..) Si se habla de estas cosas hay que hacerlo en un contexto”.[4] Carrón en la misma dirección recuerda una frase de la Comisión Teológica internacional: “es necesario ser modesto y prudente cuando se invoca la evidencia de los preceptos de la ley natural”.[5]

El profesor de la Universidad Católica retoma uno de los juicios esenciales de Francisco: “el mensaje que anunciamos corre más que nunca el riesgo de aparecer mutilado y reducido a algunos de sus aspectos secundarios. El problema mayor se produce cuando el mensaje que anunciamos aparece en identificado con esos aspectos secundarios que, sin dejar de ser importantes, por sí solos no manifiestan el corazón del mensaje de Jesucristo”.[6] Esta reducción, según Carrón, convierte el cristianismo en un marco nocional y doctrinal que no tiene interés alguno para el hombre que se debate en el drama del vivir cotidiano.

La secularización, paradójicamente, se convierte así en una oportunidad. Ya no se puede dar por descontado que el cristianismo sea conocido, ni siquiera en su forma reducida, y eso abre el campo a que brille lo esencial: la alegría del Evangelio, la belleza de una vida cambiada que no puede ni debe pretender apoyarse más que en la fuerza de esa misma belleza. Francisco señala la conveniencia de “confrontarnos con la secularización occidental de una manera que no sea superficial o fatalista y desalentada. Y esto es necesario no sólo para una reflexión sobre la cultura de nuestro tiempo, sino sobre todo para un diálogo y un discernimiento en profundidad en su contexto, para asumir las actitudes adecuadas para vivir, testimoniar, expresar y anunciar la fe en nuestro tiempo”.[7] No todas las formas de testimonio son útiles.

“No sirve una concepción activista del compromiso cristiano con tintes de moralismo”,[8] señala el español. El papa, al denunciar un nuevo pelagianismo apunta: “todavía hay cristianos que se empeñan en seguir otro camino: el de la justificación por las propias fuerzas, el de la adoración de la voluntad humana y de la propia capacidad (…) Se manifiesta en muchas actitudes aparentemente distintas: la obsesión por la ley, la fascinación por mostrar conquistas sociales y políticas”.[9] El testimonio, en este contexto, según el argentino, inicia procesos no conquista espacios (no es necesario privilegiar los espacios de poder), convierte a la Iglesia en un hospital de campaña y a la comunidad cristiana en una comunidad en salida.  Carrón no se limita a repetir estas indicaciones del papa, les da carne con su experiencia. Y así insiste en que las heridas del hombre contemporáneo expresan el palpitar de un “corazón inquieto” (un corazón que no se rinde ante el deseo de felicidad). Repite que a la verdad solo se accede a través de la libertad. El compromiso en política, por eso, no puede involucrar a toda la Iglesia como tal, que tiene la obligación de encontrarse con todos los hombres, independientemente de su ideología o filiación política, para dar testimonio de la “atracción de Jesús”.

Este testimonio huye de los muros. En el magisterio de Francisco la descalificación de los muros tiene varios sentidos. El papa dice no a los muros defensivos de una fe acuartelada, no a los muros de Occidente para defenderse de los migrantes. Carrón señala que los muros son el resultado de una incertidumbre existencial: “los problemas no nos los crean los otros, los otros nos hacen conscientes de los problemas que tenemos. El vacío que encuentra un inmigrante cuando llega no lo crea él. El otro nos hace darnos cuenta de que la sociedad no tiene algo atractivo que ofrecer como alternativa a la violencia terrorista”.[10] Una identidad madura permite entrar en relación con la experiencia del otro para enriquecerse con su perspectiva. Esto tiene un valor para construir el sujeto personal. Y, además, el reconocimiento del valor del otro se convierte en la gran aportación social y política de los cristianos, en un mundo dominado de forma habitual por la dialéctica ideológica.

Carrón repite insistentemente las palabras de Francisco: el anuncio del evangelio no es proselitismo, la Iglesia “crece por atracción y por testimonio. “El proselitismo -señala el papa- es siempre violento por naturaleza, incluso cuando se oculta o se ejerce con guantes. No puede soportar la libertad y la gratuidad con que la fe puede ser transmitida, por gracia, de persona a persona”.[11] De persona a persona, “no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo”.[12]

 

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[1] Discurso del SANTO PADRE a la curia romana con motivo de la felicitación por Navidad, Sábado, 21 diciembre 2019

[2] BENEDETTO XVI, Homilía, 28 junio 2010

[3] PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium, III 34

[4] Entrevista de ANTONIO SPADARO al PAPA FRANCISCO, “Civiltá cattolica”, 19 agosto 2013.

[5] COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, Alla ricerca di un’etica universale: nuovo sguardo sulla legge naturale, 2009, N. 52

[6] PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium, III 34

[7] Discurso del SANTO PADRE FRANCISCO, Conferimento del «Premio Ratzinger»,  Sábado, 9 noviembre 2019

[8] Apuntes de una conversación de LUIGI GIUSSANI en la “Scuola quadri” de Comunión y Liberación. Milám, 27 febrero 1972

[9] PAPA FRANCISCO, Senza di Lui non possiamo fare nulla. Essere missionari oggi nel mondo. Una conversación con Gianni Valente, Libreria Editrice Vaticana, 2019

[10] Entrevista a JULIÁN CARRÓN, “JotDown”, febreo 2017

[11] PAPA FRANCISCO, Senza di Lui non possiamo fare nulla. Essere missionari oggi nel mondo. Una conversación con Gianni Valente, Libreria Editrice Vaticana, 2019

[12] PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium, II 10

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