Europa: libertad, apertura y construcción en el límite

Editorial · Fernando de Haro
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19 mayo 2024
Si nos sentimos inseguros es porque lo nuestro está cada vez más ocupado por un gran vacío. Los extranjeros no nos hacen más débiles, sacan a la luz nuestra debilidad.

Arranca la campaña electoral europea. La agenda de la UE ha cambiado mucho desde la convocatoria de 2019. Tenemos retos nuevos y viejos desafíos que han aumentado de intensidad. Los cuatro temas determinantes en este momento son la migración, la seguridad, el bienestar y la renovación de la democracia.

El miedo a la migración recorre Europa y algunos lo explotan políticamente. Ese miedo tiene mucho que ver con la debilidad cultural del Viejo Continente. Muchos invocan la tradición occidental como un patrimonio que hay que defender frente a la llegada de los extranjeros. En realidad lo propio de la tradición europea no es afirmar una identidad cerrada, una identidad que ha conquistado sus valores de una vez para siempre. Lo propio de la verdadera cultura occidental es apropiarse de lo ajeno, ir detrás de la verdad que hay en todas las culturas. Lo propio del europeo es la apertura.

Europa nunca ha sido un espacio cultural definido de antemano. Ser europeo es saber beber en fuentes que estaban y están fuera de Europa. La fuerza de nuestra identidad cultural ha sido la fuerza de quien sabía hacerse con todo lo bueno y verdadero que encontraba a su paso, de quien sabía aprovecharse hasta de lo más oscuro. Siempre nos hemos movido de forma dinámica entre el mundo clásico y la barbarie.

El encuentro con lo diferente nos obliga a elegir: podemos levantar muros o construir puentes. Los europeos hemos construido puentes cuando hemos tenido la certeza de que los otros eran una oportunidad para ser más nosotros mismos. Si nos sentimos inseguros no es porque haya más o menos violencia en nuestras calles, no es porque los que vienen de fuera amenacen lo que es nuestro. Si nos sentimos inseguros es porque lo nuestro está cada vez más ocupado por un gran vacío. Los extranjeros no nos hacen más débiles, sacan a la luz nuestra debilidad.

La invasión de Ucrania nos ha despertado. Nos hemos dado cuenta de que las reglas de juego en el tablero mundial no tienen ya nada que ver con el multilateralismo y la cooperación. Enfrente tenemos la Rusia de Putin y la China de Xi Jin Ping. El Sur Global (antes denominado Tercer Mundo) se siente más cerca de las autocracias que del Occidente europeo. Vivimos en un mundo mucho más inseguro y la amenaza de agresión a través de guerras convencionales o guerras híbridas (desinformación, desestabilización de procesos electorales, agresiones tecnológicas) no se puede ignorar. El reto de la seguridad plantea la necesidad de aumentar el gasto en defensa, la integración entre los diferentes ejércitos, la posibilidad de desarrollar un ejército europeo. Pero lo que está sucediendo en Ucrania deja claro que el factor humano es lo esencial. No se puede construir un sistema de defensa sin europeos que se rebelen ante la injusticia, que no estén dispuestos a realizar importantes sacrificios para no perder su libertad. Los ucranianos desde febrero de 2022 nos están enseñando que hace falta dinero, hace falta munición. Pero, sobre todo, hace falta tener viva la fuerza que da el deseo de ser libre.

La amenaza no es solo externa. En muchas zonas del mundo el apoyo al autoritarismo ha crecido. En la India, la mayor democracia del mundo, el 85 por ciento de la población es partidaria de un régimen autocrático. En México el 71 por ciento. La epidemia antiliberal también ha llegado a Europa. Casi un 30 por ciento de los italianos preferirían un líder fuerte que no estuviera sometido a las reglas de la separación de poderes y del sufragio popular. En España y en Francia estamos en porcentajes del 20 por ciento. El valor de la democracia ha dejado de ser una evidencia. Y en esta circunstancia es inútil, como algunos proponen, una estrategia para “blindarnos” de la cultura asiática. La democracia no es un espacio que se pueda defender solo luchando contra la corrupción, fortaleciendo las instituciones y con asignaturas de “buena ciudadanía”. Es también aprecio por la libertad. La democracia  es un proceso, una estima por la cosa común, por la conversación pública, por la deliberación, por la responsabilidad y el protagonismo en lo público que tiene que ser reconquistada continuamente. La democracia será sexy para las nuevas generaciones si conecta con su deseo de satisfacción y de estar constreñido sólo por la propia libertad y por la de los otros.

La prosperidad se ha convertido en un asunto complejo. El Estado del Bienestar tiene que ver con el crecimiento económico y los servicios públicos pero también con la demografía. No hay prosperidad sin desarrollo sostenible y sin igualdad.

Hemos descubierto que la globalización, no sólo la globalización de las materias primas, tiene límites. Necesitamos reducir la dependencia energética, producir semiconductores, proteger sectores estratégicos como el tecnológico. Y eso exige capacidad de innovar, de investigar, de desarrollar talento. Requiere conocimiento e inteligencia. Requiere un yo curioso, despierto, atento, capaz de arriesgar, sin miedo a equivocarse.

Ser europeo, más que nunca, va de amor por la libertad, de apertura, de un yo que deja encender su núcleo incandescente, nostálgico de lo ilimitado, ante los desafíos y la atracción de lo real. Un yo que sabe  construir en el límite (frontera y contingencia).

 

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