Eres uno de los nuestros

Editorial · Fernando de Haro
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24 noviembre 2024
Eres “uno de los nuestros” es una pertenencia emotiva, una forma de protección del grupo. El malestar es para muchos más concreto que los principios que inspiran una democracia.

¿Por qué un antivacunas va a ser el ministro de Sanidad en el Gobierno de Trump? ¿Por qué la responsable de las agencias de inteligencia es una partidaria de Rusia? ¿Por qué muchos de los miembros del Gobierno que regirá los Estados Unidos a partir de enero son personas sin los conocimientos técnicos, sin el equilibrio y la prudencia necesarias? En realidad el equipo del que será el 47 presidente, ya fue el 45, es muy coherente. Va a ser un Gobierno con una gran unidad, cada uno de sus miembros es “uno de los nuestros”. Eso es lo que los cualifica. No importa si saben de leyes, de política económica o de seguridad nacional. Saben lo que tienen que saber. El jefe los considera a todos “uno de los nuestros”. No hace falta más que una pertenencia clara y rotunda, sin fisuras. Es una pertenencia que no requiere capacidad crítica. Basta estar del lado de Trump: creer que  ha amanecido una edad dorada y que las élites de Washington van a recibir su merecido después de haber arruinado el país.

Eres “uno de los nuestros” cuando sientes que la gente que ha ido a la universidad es una privilegiada, que los migrantes te quitan el pan, que la mala política te ha robado el trabajo y el bienestar. Es una pertenencia emotiva, una forma de protección del grupo. El malestar es para muchos más concreto que los principios que inspiran una democracia. El problema no solo afecta a los Estados Unidos, no solo afecta a la sanidad democrática. Y, ante esta dificultad, hay quien piensa que los excesos del emotivismo político, religioso, familiar o de pareja se “curan” con formación. Se trata de mejorar la instrucción. Para remediar el poco apego de los jóvenes a la democracia habría que reformar los planes de estudio y dedicar más horas a la enseñanza de la moral constitucional. Es una fórmula que desde hace décadas utilizan los franceses, siempre muy “orgullosos de los valores de la república”.

El fracaso es contundente, como se ha visto en las últimas elecciones. En España también se puso mucho énfasis hace 20 años en introducir en los planes de estudio la “educación para la ciudadanía”. Fracasa la formación para la ciudadanía, la formación doctrinal en el dogma católico, la formación o la autoayuda afectiva. Es como si, después del hundimiento de la Ilustración, todavía pensáramos que el racionalismo político o religioso, el racionalismo aplicado a las relaciones de pareja pudiera resolver algo. El racionalismo no puede corregir las desviaciones de la indignación o del entusiasmo. Es la otra cara del emotivismo.

Lo que no está unido en el origen, en el modo que una persona tiene de conocer, de relacionarse consigo mismo y con la realidad, no se puede unir después. Todavía pensamos que las emociones que nos provocan las diferentes situaciones a las que nos enfrentamos lo son todo o son una interferencia que nos impide usar la razón. El problema para la racionalidad democrática no es que muchos votantes de Trump se sientan frustrados. El problema es que no van hasta el fondo de esa frustración: la frustración es una invitación a usar su capacidad crítica. La pertenencia se vuelve tóxica porque “ser uno de los nuestros” significa vivir disociado. Esta es la crisis antropológica del sujeto postmoderno, incapaz de aprovechar el impacto estético que inevitablemente provoca la realidad para conocerse a sí mismo y conocer el mundo. La disociación no se resuelve con formación. Se resuelve con una educación capaz de desarrollar la capacidad crítica, la adhesión libre y un uso de la razón unida al sentimiento. El ejercicio de la razón, la capacidad de valorar y de juzgar, solo deja de ser un “añadido” a la vida cuando nace de sus entrañas, de  la experiencia. Necesitamos entrenarnos para este tipo de ejercicio.

 

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