Editorial

Encuentro Madrid: algo muy común

España · PaginasDigital
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30 marzo 2014
Vuelve el EncuentroMadrid, el extraño evento (conferencias, exposiciones, conciertos) que desde hace más de diez años organiza la gente de Comunión y Liberación en Madrid. El programa de este año se antoja más completo que el de otras ediciones.

Vuelve el EncuentroMadrid, el extraño evento (conferencias, exposiciones, conciertos) que desde hace más de diez años organiza la gente de Comunión y Liberación en Madrid. El programa de este año se antoja más completo que el de otras ediciones. Entre los invitados está el cardenal de Milán, Angelo Scola. Un peso pesado en la Iglesia. Los temas van desde Europa, las elecciones están cerca, hasta el medio ambiente. En esta edición los organizadores, a juzgar por el lema elegido (Buenas razones para la vida en común), se han metido en un buen lío.

Todo el mundo, en una situación de polarización y de desconcierto, hace llamamientos en favor de la unidad. Sobre todo ahora que acabamos de enterrar a Adolfo Suárez. Pero pocos saben indicar qué es lo común. Muchos, afortunadamente, subrayan que es necesario deshacerse de la ideología para vivir la vida peligrosamente (González Saiz). Pero ese buen intento se queda, a menudo, en asegurar que ideología es lo que tienen los demás (Savater). Digámoslo rápidamente: la voluntad de vivir juntos en paz y los llamamientos a la concordia, basados en razones abstractas, aunque son valiosos, suelen conducir a la frustración.

Por eso es interesante ver qué sucede el próximo fin de semana en la Casa de Campo de Madrid, donde se celebran estas jornadas que están a medio camino entre una fiesta del PCE y una universidad de verano. Seguiremos con curiosidad lo que les ocurre a los voluntarios que sostienen el EncuentroMadrid, a los invitados y a los asistentes. La vida en común, dicho en prosa, es vida con otro, con otros. Y ya estamos cansados de frases bonitas. Lo que necesitamos es ver experiencias de personas para las que los demás no son un accidente sino un complemento y una ayuda real para descubrir lo que todavía está oculto, para desplegar una riqueza que en solitario se marchita. El otro está en los ojos del mendigo que pide en el semáforo, en la mano opresora del jefe o del compañero de trabajo, en las costumbres del que se cree conocer desde siempre, en el sectario que repite una idea esquemática y machacona (sea el anticlerical tozudo o el católico doctrinario), o en el que por un milagro inesperado saca su corazón a pasear y se convierte en un inesperado compañero. Esperemos que el EncuentroMadrid, en sus cocinas, en sus horas fatigosas de montaje, en sus mesas redondas, llegue hasta este punto concretísimo. Es lo que más puede ayudar a los que se dejan la piel en levantarlo y a toda España.

Pero la experiencia de que el otro es un bien no es una flor silvestre. Hace falta mucha cultura, o sea mucho trabajo sobre uno mismo, para superar una mentalidad que considera la socialización como algo accesorio. El liberalismo nos ha enseñado que el mundo se mueve por el interés. Y el estatalismo de izquierdas y de derechas proclama que solo una Administración fuerte nos puede salvar del egoísmo. Desde la economía, sin embargo, se abren otras sensibilidades. Rifkin, por ejemplo, en The Age of empaty (2009), al describir los efectos de la revolución de internet y de la creación de redes ha indicado que ha quedado superada la idea de que el mercado funciona gracias al choque entre adversarios. La colaboración basada en los beneficios mutuos genera tanta o más riqueza.

La crisis ha puesto de manifiesto hasta qué punto eso que otros economistas llaman los “deseos socializantes” pueden ser más determinantes que el crudo mercado o que el Estado. La semana pasada Foessa, la fundación de estudios de Caritas, en su estudio “Análisis y Perspectivas 2014 Precariedad y Cohesión Social”, ha subrayado cómo el deterioro del empleo ha sacado a la luz e incluso fortalecido un capital social basado en las relaciones humanas. Es ese capital el que ha mantenido a flote cierto bienestar. Estamos hablando de una categoría económica, no de un factor marginal.

El “deseo de socialización” no pertenece al plano del deber ser, es la gramática con la que está escrito nuestro nombre. Nos realizamos en las relaciones personales que expresan algo muy común. Hay una intuición elemental que estaba en el origen de la Ilustración a la que no podemos renunciar: hay experiencias que son universales. Como dice Todorov: “el reconocimiento de la pluralidad en la especie sólo es fecundo si no nos obliga a renunciar a nuestra humanidad común”. Para algunos esa universalidad se basa en los derechos humanos, otros llegan más allá y afirman que detrás de los derechos está la dignidad de la persona (Habermas). Y la dignidad se expresa, cotidianamente en un feroz e indomable anhelo de felicidad, de bien, de verdad. En la intuición o certeza de que Alguien nos deletrea (Octavio Paz).

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