Encuentro con los obispos de México

Mundo · Jorge E. Traslosheros (México D.F)
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15 noviembre 2010
Atendí a la invitación que me hiciera la Conferencia del Episcopado Mexicano para platicar sobre los problemas de México. Fue un encuentro franco. Hablamos de la situación de violencia que nos agobia como expresión trágica de una cultura que se ha olvidado del valor de la persona. De cómo esto ha derivado en una conciencia fragmentada que nos impide ver el problema desde su raíz, para atacarlo de manera integral. Si la conciencia es el núcleo vital de la persona, fragmentarla incapacita al ser humano para actuar con coherencia.

Puesto que la raíz de la crisis es cultural, entonces la emergencia es educativa, lo que, claro está, no se reduce a las escuelas. Así, comenté, me parece urgente recuperar la identidad católica y el compromiso eclesial de nuestros institutos educativos, formar centros de investigación con alta capacidad científica, revitalizar la liturgia y la religiosidad popular, y formar una intelectualidad católica dispuesta al diálogo en la razón con distintos actores sociales para, desde el espacio común de la razón, proponer las verdades del Evangelio.   

Tratamos del contagio de la epidemia de "conciencias fragmentadas" en el seno de la Iglesia, lo que limita nuestra capacidad de respuesta. Sólo podrá superarse si volvemos al principio y fundamento que es Cristo. Es necesario, entonces, fortalecer el modo de ser Iglesia que consiste en afirmar nuestra creencia en Cristo sin regateos, para celebrar nuestra fe en la liturgia de suerte que, confirmados en la fe y alimentado nuestro entendimiento, podamos actuar con coherencia en el mundo.

Advertí de la necesidad de superar un feo problema en la vida reciente de la catolicidad mexicana, parte de su conciencia fragmentada, como es la manipulación del Evangelio con fines de eficacia política y económica en la consecución del poder, lo que puede convertir a la Iglesia en agencia política y a la pastoral en programa de acción partidista. Un problema que los grupos "fieles de derecha" y de "izquierda crítica" dentro de la Iglesia han buscando sin pudor. 

Reflexionamos sobre dos ventajas que tiene la Iglesia en nuestros días. Por un lado, la existencia de un laicado preparado y deseoso de emprender acciones en comunión con la clerecía y; por otro, que el signo de nuestros tiempos es la multiplicación de los carismas. Ambos elementos permiten, como ya lo están haciendo, abrir espacios de reflexión y actuación de la Iglesia como parte de la sociedad civil.

No puedo ocultar mi esperanza. Hablamos de muchas cosas más. Descargué mi corazón y sentí una respuesta sincera. Expresé lo mucho que los fieles y clérigos necesitamos de nuestros obispos, de su prudencia y valentía, de su decisión al hablar y de su coherencia al actuar, de su dirección y acompañamiento, de su cariño y disposición. Ellos son, por su propio carisma, los únicos que pueden unir, por la caridad, la diversidad tan propia de la Iglesia. Decía el cardenal Newman que sólo el corazón puede hablar al corazón. Tenía razón. 

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