En el estanque dorado

Cultura · PaginasDigital
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10 abril 2014
Solamente por ver a Lola Herrera y a Héctor Alterio, dos de los grandes en un mismo escenario, merece la pena acudir al Teatro Bellas Artes a ver En el estanque dorado. Aquí debería acabar mi crítica, pero créanme que si les esbozo un poco, sólo un poco más de la obra, verán que no hay más opción que ir al teatro a verla.

Solamente por ver a Lola Herrera y a Héctor Alterio, dos de los grandes en un mismo escenario, merece la pena acudir al Teatro Bellas Artes a ver En el estanque dorado. Aquí debería acabar mi crítica, pero créanme que si les esbozo un poco, sólo un poco más de la obra, verán que no hay más opción que ir al teatro a verla.

El libreto de Ernest Thompson es conocido porque se llevó a la gran pantalla en los 80, pero la dirección de Magüi Mira aporta a esta historia un toque mucho más humano y por ello más cercano, casi familiar, al drama que viven Norman y Etel. Ya con 70 años parece que uno tiene la vida resuelta, pero no es así. 49 años de matrimonio no aseguran nada; es más, quizá cuanto más tiempo va pasando, más exigencia de entrega urge en la pareja, porque cuanto más se acerca uno al otro, más incomprensible resulta, más misterioso, y por ello más necesitado de amor.

Les confieso que tener delante, aunque sea de una forma ficticia, un matrimonio de ancianos que se quieren, no de forma ideal sino concreta, provoca el deseo de querer vivir esa misma experiencia, porque el amor es tal cuando está por encima del sentir y se vive desde la donación. Así es como vive Etel (Lola Herrera): se entrega a su marido a pesar de los obstáculos que él pone, porque “amo a este viejo tonto”. Pero Norman (Héctor Alterio) ha tirado la toalla, no de amar a su mujer, sino de vivir. La vejez, y por ello la muerte, está presente en el horizonte como ese estanque que, sin verlo durante toda la obra, el espectador no olvida que está. Habrá que cruzarlo antes o después, como la laguna Estigia, para alcanzar la otra orilla, para adentrarnos en lo que no conocemos y nos asusta. El estanque es el personaje omnisciente, una presencia que ha sido testigo de la vida de este matrimonio, y que les ha permitido durante años levantar la mirada y dejarse asombrar por la belleza de la realidad. La simbología clásica del agua es muerte y vida. Este estanque dorado es un punto de fuga.

La vejez pone a Norman frente al sentido de su existencia porque se da cuenta de que está perdiendo memoria, de que tiene miedo al mundo, de que su papel como padre ha sido un fracaso y de que su apellido acabará con él. El deseo de inmortalidad aflora, no como una lucha contra la naturaleza, sino como un deseo de permanecer en la historia. “Dejar huella quería”, como dice Jaime Gil de Biedma. El “sentido” llega a Norman con el rostro de un adolescente maleducado de 15 años, Billy Rey hijo (Mariano Estudillo). Héctor Alterio llena el escenario y carga sobre sus hombros una historia que sería “una más” si no fuera por su soberbia actuación.

En el estaque dorado aborda muchos temas: la familia, las relaciones, el amor, la muerte, la vejez, la aceptación de la realidad, las consecuencias de nuestras decisiones… pero, sobre todo, acentúa el drama tan actual de la incomunicación. En una familia tan pequeña como ésta, el drama se marca porque no se pueden encontrar entre ellos. La exigencia de unos hacia otros, la dificultad generacional, el egoísmo, el propio choque entre sexos… No hay comunicación porque no hay escucha, y no hay escucha porque se ven pero no se miran. Por eso el espectador es privilegiado: porque mira y entiende, sufre y ríe, juzga y perdona a unos personajes que nos perfilan a todos nosotros. Como Norman, nos escudamos en el sarcasmo para no afrontar la incómoda realidad, o como Etel, nos desvivimos por maquillar lo imperfecto, o como Chelsi (Luz Valdenebro), nos asusta descubrir que somos como aquel que odiamos.

Sin embargo, frente a tantos desencuentros, nudos, rencillas, dolores, enfermedades, insatisfacciones, y un largo etcétera, En el estanque dorado nos enseña que la realidad está cargada de positividad, que una caricia, un beso o una sonrisa valen más que todo lo anterior. El determinismo es mentira. Uno va construyendo la vida en cada decisión, y cada decisión, cada vaciarse de uno por el otro, va llenando de sentido la existencia. El estanque está ahí, y cada año que pasa parece que es más real que uno mismo. Pero ese estanque, no se olviden, es dorado, aunque uno nunca se pare a contemplarlo.

Supongo que ya tienen suficientes motivos para ir a ver esta obra, ¿verdad? Pues falta uno más: hay más comedia que drama.

@Chema_Alejos

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