En el aparcamiento del Supremo

Mundo · Fernando de Haro, Lahore
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4 julio 2019
Nuestra cita es a la entrada de la Ciudad Vieja de Lahore, en la parada de autobuses que vienen de los pueblos a la capital. Junto a un mercado lleno de trajín, de hombres con largas barbas blancas, de mujeres vestidas a lo indio con trajes de vivos colores, con mujeres de hiyabs negros a los que solo se les ven los ojos. Se desayuna en los restaurantes populares, se grita y se comercia, el ruido del tráfico es ensordecedor. A la entrada de la Ciudad Vieja, los antiguos edificios de los hindúes que se marcharon con la partición son como fantasmas congelados de una belleza decadente. Las fachadas pintadas de rosa, de azul brillante, de turquesa acusan la falta de cuidado, los remiendos, los árboles que les salen por las junturas, los cables del tendido eléctrico prendidos de cualquier manera, arracimados, formando nudos. La vida no se detiene, pero el Lahore del esplendor colonial se ha quedado definitivamente en el pasado.

Nuestra cita es a la entrada de la Ciudad Vieja de Lahore, en la parada de autobuses que vienen de los pueblos a la capital. Junto a un mercado lleno de trajín, de hombres con largas barbas blancas, de mujeres vestidas a lo indio con trajes de vivos colores, con mujeres de hiyabs negros a los que solo se les ven los ojos. Se desayuna en los restaurantes populares, se grita y se comercia, el ruido del tráfico es ensordecedor. A la entrada de la Ciudad Vieja, los antiguos edificios de los hindúes que se marcharon con la partición son como fantasmas congelados de una belleza decadente. Las fachadas pintadas de rosa, de azul brillante, de turquesa acusan la falta de cuidado, los remiendos, los árboles que les salen por las junturas, los cables del tendido eléctrico prendidos de cualquier manera, arracimados, formando nudos. La vida no se detiene, pero el Lahore del esplendor colonial se ha quedado definitivamente en el pasado.

Adnan no tiene ojos ni para el bullicio, ni para el mercado, ni para fachada alguna. Se baja del autobús cubierto con una gorra, con un pañuelo que le llega hasta la boca y con unas gafas de sol. En sus movimientos hay nerviosismo. Luego me confesará que siempre que viene a la ciudad tiene miedo, teme que la asociación radical que le ha amenazado de muerte le quite la vida. Adnan tiene cita en el Tribunal Supremo de Lahore. Ha viajado parte de la noche. Lleva siete años acusado por blasfemia. Pasó cinco años en prisión y ahora está en libertad provisional. Todo su caso comenzó porque intentaron que se convirtiera al islam y rechazó hacerlo. En comisaría lo torturaron y en prisión tuvo que sufrir una clara discriminación respecto a los otros presos. Anthony lo defendió en otros tiempos. Ahora está en manos de otro abogado, pero ha acudido esta mañana a recogerlo. Anthony ha tenido una vida difícil desde que decidió dedicarse a la defensa de personas acusadas por la ley de la blasfemia. Hoy no viste el uniforme habitual de los letrados en Pakistán, herencia británica, que se compone de pantalón negro y camisa de algodón blanca. Quiere pasar inadvertido y se ha puesto una camisa de cuadros. Antes de llegar al Tribunal Supremo, nos bajamos del coche y nos escondemos tras unos árboles del parking que usan los abogados. Anthony me explica que entre sus compañeros de profesión hay dos asociaciones islamistas que le amenazan y le presionan a menudo. Suele aguantar sus invectivas, pero hoy es mejor que no le vean. Esperamos media hora a tener noticias. Pasado ese tiempo Adnan llama a Anthony y le informa de que los acusadores no se han presentado y que la vista se ha pospuesto para dentro de unas semanas. Anthony me explica que es una técnica habitual. Los jueces no cumplen los plazos establecidos, dilatan los tiempos y lo hacen con la complicidad de acusadores y de abogados. Denunciantes, magistrados y abogados están en el mismo frente. La inseguridad jurídica es absoluta, nunca se sabe cuándo va a acabar el proceso y las víctimas ven hipotecadas sus vidas.

Adnan sale sereno del tribunal y nos vamos a un lugar tranquilo para hablar. Antes de que aparecieran los jueces para tomar una decisión sobre la vista, un grupo de clérigos radicales han estado amenazándole. Anthony me explica que es una técnica habitual. Adnan se queja de la nueva cita y me insiste en que es muy frecuente. Nunca puede hacer planes. Lleva meses teniendo que viajar de noche para acudir a comparecencias en el tribunal que no llevan a nada. Adnan, después de los años de prisión y de un proceso interminable, está cansado y tiene miedo. Me dice que la absolución de Asia Bibi no ha servido para mejorar las cosas.

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