En Bélgica comienza el cambio
En efecto, hace menos de dos meses que el Papa hubo de tomar una de sus decisiones más trascendentales en el tablero episcopal europeo, al elegir a Léonard como Primado de Bélgica en sustitución del Cardenal Godfried Daneels, hombre alabado por los mass media, con amplia reputación de progresista y que no había escondido sus discrepancias con algunos aspectos del pontificado. La paradoja de Daneels es que su prestigio mediático era directamente proporcional a la crisis de fondo experimentada por la Iglesia en Bélgica durante su mandato, traducida en una alarmante incapacidad para incidir en la vida pública del país. Contra viento y marea el Papa eligió a Monseñor Léonard, teólogo vinculado a Communio, como nuevo arzobispo de Bruselas. Frente a lo que se ha dicho, no fue una opción conservadora sino rupturista, la búsqueda de un nuevo aliento y una nueva forma de presencia para una Iglesia de raíces gloriosas pero que daba muestras de evidente agotamiento, y que se había replegado de manera llamativa a los cuarteles de invierno.
La traumática renuncia del obispo de Brujas, representante del viejo orden progresista que ha regido durante décadas en la Iglesia belga, ha puesto un amargo broche a toda una etapa. Monseñor Léonard compareció ante los medios para declarar que "era indispensable por respeto a la víctima y a su familia, y por respeto a la verdad, que el obispo dimitiese", subrayando que el Papa había aceptado inmediatamente la renuncia. Y añadió que se trataba de aplicar una rigurosa transparencia, dejando atrás los tiempos en que la Iglesia en Bélgica había preferido el silencio y la ocultación. También reconoció la crisis de confianza que este episodio ha de provocar, al tiempo que invitaba a reconocer que la inmensa mayoría de los sacerdotes viven conforme a su propia vocación.
Apenas un día después Benedicto XVI recibía las cartas credenciales del nuevo embajador belga y recordaba hasta qué punto la experiencia de la Iglesia se inserta en la historia y en el tejido social de la nación. Pero a continuación reconocía el pluralismo social y cultural en el que se inscribe su misión, subrayando que la Iglesia "no reclama otra cosa que la libertad para proponer su mensaje sin imponerlo a nadie, en el respeto a la libertad de las conciencias". Recordando al Padre Damián de Veuster, recientemente canonizado y una de las pocas figuras que aún reúnen a los belgas, el Papa ha explicado que "el Evangelio es una fuerza de la cual nadie debería tener miedo", es una fuerza que cambia la vida y suscita una ética amiga de la persona, capaz de generar una cultura que promueve y defiende la dignidad de cada ser humano.
De esta forma el Papa argumentaba la pertinencia del servicio de la Iglesia en una sociedad plural y secularizada como la belga. Pero quizás lo más llamativo en este discurso haya sido el augurio papal al nuevo Primado Léonard, "que con entusiasmo y generosidad acaba de iniciar su misión". El Papa extendió su saludo a los sacerdotes, religiosos y fieles de las comunidades católicas belgas, invitándoles a "hacer valer plenamente su derecho a proponer los valores que respetan la naturaleza humana y que corresponden a las aspiraciones espirituales más profundas y auténticas de cada persona". Se acabó pues la línea de camuflarse con el paisaje. Es la hora del verdadero diálogo misionero, del testimonio y de una paciente reconstrucción eclesial. Un tiempo difícil pero apasionante, señalado por una valiente decisión de gobierno de Benedicto XVI.