El valor de una tregua

Mundo · Mario Mauro, vicepresidente del Parlamento Europeo
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13 enero 2009
Partimos de un hecho en el que todos estarán de acuerdo: Hamas acumula culpas incalculables. Las continuas vejaciones y estragos que sufre la población civil, la destrucción de ciudades y pueblos, el frío y calculado proyecto de destrucción contra Israel pesan como rocas sobre la conciencia del movimiento de resistencia islámico que, hay que decirlo sin miedo a equivocarse, si por un lado tiene como rehén a todo un pueblo -el palestino-, del otro y desde hace tiempo sigue causando la muerte impunemente a otro pueblo, el israelí.

Sólo esto -que no es más que una breve presentación del estado actual de las relaciones entre los dos pueblos- bastaría para explicar la reacción de Israel. Con el escenario internacional actual es con el que Europa y el resto del mundo tienen que hacer las cuentas.

Las imágenes de estas primeras semanas de conflicto reabren una de las heridas más agudas -si no la más grave-: una herida crónica y nunca cicatrizada. Junto a los escombros y los cientos de muertos provocados hasta el momento, se suman nuevas heridas que van a resultar aún más profundas.

El ejército israelí avanza lentamente hacia el centro de Gaza y los blindados con la estrella de David penetran en el barrio periférico de Sheik Ajlin, mientras los cañonazos han destrozado la zona de Tal al-Hawa. El primer ministro israelí, Ehud Olmert, quien anunció el inicio de la ofensiva "Plomo fundido", ha anunciado ahora que Israel se acerca a los objetivos que se había fijado contra Hamas en Gaza: "No podemos dejar escapar en el último momento todo lo que hemos conseguido con grandes esfuerzos".

Hace mucho tiempo que la Unión Europea superó la ambigüedad en el tema de la financiación a los estados árabes. La Oficina Europea de Lucha contra el Fraude (OLAF) es el organismo encargado de controlar que las ayudas comunitarias a la Autoridad palestina no acaben financiando ataques armados o actividades ilícitas.

Nada de esto se ha probado nunca en las numerosas y escrupulosas investigaciones realizadas todos estos años. En cualquier caso, es inevitable pensar que algunos recursos de la Autoridad palestina hayan sido utilizados por algunas personas para propósitos diferentes de aquellos para los que estaban destinados.

De 1994 a 2006, con el programa MEDA, la Comisión europea distribuyó casi 2.300 millones de euros a favor del pueblo palestino, incluida la ayuda a los refugiados palestinos a través del ANUR, la asistencia humanitaria de la Oficina Europea de Ayuda Humanitaria (ECHO), la ayuda para garantizar la seguridad alimentaria, acciones para el mantenimiento del proceso de paz en Oriente Medio y proyectos de promoción de la salud, educación y consolidación de las instituciones. La relación pagos-compromisos aumentó nada menos que del 45% en 2000 al 90% en 2005.

La Comisión asignó en total 107,5 millones de euros en 2006 a los tres capítulos de asistencia: 10 millones de euros para suministro esencial de gastos corrientes en hospitales y centros sanitarios a través del Programa de Sostenimiento de Servicios de Emergencia (ESSP) del Banco Mundial (capítulo 1); 40 millones de euros para el suministro continuado de recursos energéticos, como carburante, mediante la contribución de emergencias temporales (capítulo 2); 57,5 millones de euros para el mantenimiento de la población palestina en dificultad, mediante el pago de prestaciones sociales a los estrato más pobres de la población y los laboratorios que cubren funciones clave en el suministro de servicios públicos esenciales (capítulo 3). En 2009 se llegó a 142.

Hay que señalar que tras la llegada al gobierno palestino de una parte del movimiento integrista Hamas, Israel, Estados Unidos y la Unión Europea bloquearon la financiación directa al Gobierno palestino, implicando a las ONG y a otras organizaciones internacionales para que hicieran llegar las ayudas, evitando así pasar por el Gobierno de Hamas.

No se puede negar la obstinación asesina de Hamas ni la legitimidad de una reacción armada. El problema real tiene que ver con los llamados efectos colaterales. En una de las regiones más densamente pobladas del mundo, el riesgo de atacar una escuela convertida en refugio de civiles y provocar con ello numerosas víctimas es altísimo, como ya hemos visto.

Pedir una tregua no significa ponerse del lado de Hamas ni dar la victoria al extremismo, ni desvirtuar el concepto de la palabra "paz", significa sobre todo poner fin a las armas para que ningún misil caiga sobre territorio israelí, evitar la matanza de civiles y aliviar la grave emergencia humanitaria que no se puede negar que sufre Gaza en nombre de una reconciliación que, no temamos decirlo, todavía está por construir.

Se trata de una paz negada muchas veces -en primer lugar por los terroristas que rechazan todo tipo de diálogo-, de una posibilidad de reconciliación que parece irremediablemente perdida después de meses de negociaciones, intentos y llamamientos que ahora quedan en el olvido.

Frente a la desorientación general hace falta una luz de esperanza. Hace unos días el Papa, en el Ángelus pronunciado en la plaza de San Pedro con ocasión de la fiesta de la Epifanía, fue extremadamente claro en este punto. Recordando a los hermanos y hermanas de la Iglesia oriental que, siguiendo el calendario juliano, han celebrado la Navidad, afirmó: "El recuerdo de nuestros hermanos en la fe me conduce espiritualmente a Tierra Santa y a Oriente Medio. Sigo con aprensión los violentos enfrentamientos armados que se están produciendo en la franja de Gaza. Insisto en que el odio y el rechazo del diálogo no llevan más que a la guerra, hoy quiero destacar las iniciativas y los esfuerzos de todos aquellos que, llevando la paz en el corazón, intentan ayudar a israelíes y palestinos para que acepten sentarse en torno a una mesa y hablen. ¡Que Dios sostenga el empeño de estos infatigables "constructores de paz"!".

No es un camino necesariamente cómodo ni sencillo, sino un camino de esfuerzo el que puede ofrecer una posibilidad de diálogo. Renunciar a un "mínimo de cordura" no sólo abriría frentes de conflicto con consecuencias imprevisibles, sino que significaría dar la razón a la violencia y al odio, precisamente lo que los terroristas esperan de nosotros. Israel -y con él todo Occidente-, que desde siempre ha sido constructor de paz y diálogo, no puede renunciar a dar esta batalla.

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