El secreto de la transversalidad

Mundo · Alver Metalli
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26 enero 2014
Va a ser un febrero caliente, como se decía antes hablando del otoño sindical, y un marzo que hierve, por supuesto no desde el punto de vista atmosférico, sino editorial. A Bergoglio-Francisco, a punto de cerrar su año de pontificado, se le dedicarán libros -por lo menos seis, hasta donde nosotros sabemos- y producciones cinematográficas y televisivas -cuatro ya están en marcha. ¿Cuáles son las novedades que trajo el Papa que vino de lejos? ¿Dónde y cómo incidió con mayor fuerza? Lucio Brunelli, vaticanista de la RAI desde hace veinte años y muchos más dedicados a la información religiosa, responde con palabras pensadas y pasadas por el filtro de un seguimiento casi cotidiano de la actividad del Papa. Él considera que éste es un Papa especial, y no lo esconde...

Va a ser un febrero caliente, como se decía antes hablando del otoño sindical, y un marzo que hierve, por supuesto no desde el punto de vista atmosférico, sino editorial. A Bergoglio-Francisco, a punto de cerrar su año de pontificado, se le dedicarán libros –por lo menos seis, hasta donde nosotros sabemos– y producciones cinematográficas y televisivas –cuatro ya están en marcha. ¿Cuáles son las novedades que trajo el Papa que vino de lejos? ¿Dónde y cómo incidió con mayor fuerza? Lucio Brunelli, vaticanista de la RAI desde hace veinte años y muchos más dedicados a la información religiosa, responde con palabras pensadas y pasadas por el filtro de un seguimiento casi cotidiano de la actividad del Papa. Él considera que éste es un Papa especial, y no lo esconde…

En la vigilia del cónclave eras uno de los pocos periodistas que señalaban a Bergoglio como papable. ¿Por qué? ¿Sólo por el afecto que sentías por un cardenal que conocías bien?

Afecto le tenía y le tengo, sin duda… pero la convicción de que el cardenal de Buenos Aires era papable se fundaba en razones objetivas. Percibía un gran deseo de cambio en los cardenales (sobre todo en los no europeos) después del escándalo del Vatileaks y la dramática renuncia de Benedicto XVI. La barca de Pedro parecía encallada, envuelta en una niebla oscura. Se buscaba un hombre de Dios, con una gran fuerza espiritual, no de la curia y no italiano, porque a los italianos, con razón o sin ella, se los consideraba parte involucrada en las penosas circunstancias de la Curia romana. Bergoglio respondía a este identikit mejor que cualquier otro. Las únicas dudas se referían a su supuesta no disponibilidad, porque se había difundido la leyenda de que en el cónclave de 2005 había rechazado los votos de quienes buscaban en él una alternativa “pastoral” para el candidato “doctrinal” Ratzinger. Y también estaba el tema de la edad, 76 años. Todas esas dudas se disiparon durante la preparación del cónclave, en las secretísimas congregaciones generales. La intervención de Bergoglio dejó con la boca abierta a todos los cardenales, tanto por los contenidos (una Iglesia que debe salir de sí misma, liberarse de la mundanidad espiritual para dejar que brille mejor la luz de Cristo entre los hombres de nuestro tiempo, hasta las periferias existenciales más lejanas…) como por el espíritu profundamente religioso, creíble, que había animado sus palabras.

Cuando tuve noticias seguras de la acogida que recibió su discurso, llamé por teléfono a mi jefe de redacción para proponerle que incorporáramos un servicio sobre Bergoglio a nuestro reducido ciclo sobre los papables, que ya habíamos empezado a transmitir, uno por día. “¿Estás seguro de que no ocupa el puesto 65 de la lista?”, me preguntaron en el telediario. “Sin duda estará mucho más arriba”, les contesté. El servicio se transmitió esa misma noche, era el 9 de marzo. Recuerdo también la emblemática frase de un influyente hombre de Iglesia la vigilia del cónclave: “será anciano, pero bastarían cuatro años de un papado Bergoglio para reformar la Iglesia”. En fin, ya no tenía dudas de que el cardenal argentino era un candidato fuerte y leía con ironía los títulos del Corriere della Sera y de Repubblica, que hasta el último momento presentaron el cónclave como un partido con dos jugadores y resultado ya previsto, entre el italiano Scola y el brasileño Scherer. Sin embargo después, esa noche del 13 de marzo, cuando transmitía en directo en mi telediario y escuché que el cardenal Tauran pronunciaba en latín el nombre de Jorge Mario Bergoglio, sentí que se me cerraba la garganta por la emoción y la felicidad.

Para llegar a cuatro años de papado de Bergoglio falta mucho, pero cuando está por cerrar el primer año, ¿en qué crees que ha incidido ya?

Ha incidido sobre todo en la percepción que la gente tiene de la Iglesia. Es casi milagrosa la velocidad con que se ha producido el cambio. El Papa y su predicación, en todo el mundo, se mira con sorpresa, con interés y simpatía. Y las personas más impresionadas por Francisco parecen precisamente las que hasta ayer estaban más alejadas o más desconfiaban de la Iglesia. En segundo lugar, Francisco ha sentado las bases de una renovación profunda de la curia romana, para liberarla de un excesivo centralismo burocrático y de la enfermedad del carrerismo eclesiástico. Los primeros nombramientos cardenalicios fueron una señal muy concreta en esa dirección. Se ha terminado el automatismo con que algunas reparticiones vaticanas o algunas diócesis podían reivindicar la púrpura cardenalicia casi por derecho divino. Otras medidas muy incisivas se refieren a la composición de la congregación de los obispos, uno de los dicasterios más influyentes de la curia, porque allí se decide la fisonomía que debe tener la “clase dirigente” de la Iglesia católica. Francisco quiere obispos “con olor a oveja”, no funcionarios; los quiere cercanos a la gente, capaces de predicar con la vida el evangelio de esa misericordia que es el proprium de Cristo.

Con respecto al Bergoglio que conocías de antes, ¿qué aspectos del Papa Francisco te impresionan más y por qué?

Me impresiona la fuerza, la determinación tranquila, la obstinación gozosa con la que lleva adelante sus decisiones. Desde vivir en Santa Marta hasta la negativa a dejar que una corte le administre la vida… o las intervenciones que están produciendo un terremoto en la Conferencia episcopal italiana. Lo veo más fuerte, más sereno. No se deja estresar por la mole de la empresa reformadora y por el peso de las resistencias. Se ve que reposa en Dios, siente que está haciendo aquello a lo que Dios le llama, y por eso avanza con decisión por su camino, sobrellevando un enorme esfuerzo pero sin perder la serenidad en ningún momento. Y además me encanta lo que veo, como reflejo en los fieles, cuando estoy en San Pedro como periodista: estupor, conmoción, gratitud. Como ocurría con los discípulos en Palestina hace dos mil años, cuando asistían azorados y conmovidos a la predicación y a los gestos de Jesús. Porque la verdadera reforma es volver precisamente a ese origen. Y eso no es algo que se puede programar en un escritorio, como nos enseñaba el gran Benedicto XVI: es la gracia que Dios concede en algunos períodos a algunas personas. Para que a todos nos resulte más fácil seguir el bien, la verdad y la belleza.

Están surgiendo resistencias, tanto cerca del Papa, en el ambiente más cercano a él, como en otros ambientes eclesiales. ¿Sabes algo acerca de eso? ¿Y qué extensión tienen?

Hay resistencias ideológicas, y resistencias psicológicas y de poder. Una parte del establishment eclesiástico le reprocha al Papa que habla demasiado poco contra esos males morales sobre los que la jerarquía católica en las últimas décadas ha concentrado tantas energías y batallas políticas: aborto, eutanasia, matrimonio gay… Obviamente el Papa Francisco comparte los mismos principios y ha definido como un “horror” el drama de los niños no nacidos, víctimas del aborto. Pero él quiere conquistar almas, le interesa la salvación, o lo que es lo mismo, la felicidad de las almas, también y sobre todo de las personas que están alejadas. Y comprende, porque es un hombre de Dios y un pastor con muchísima experiencia en el campo, que el cristianismo no entra en los corazones repitiendo de manera obsesiva los “no”, sino sólo por una atracción. Por una “belleza que nos precede y nos pone en camino”, como dijo hablando de los Reyes Magos, en el ángelus de la Epifanía. Estoy completamente convencido de que simplemente mirando con ojos puros la ternura con la que el Papa Francisco se relaciona con los ancianos, con los discapacitados, con los niños que sufren graves enfermedades, tiene una eficacia educativa mil veces más concreta y persuasiva que todos los pronunciamientos fulminantes contra la eutanasia o el aborto. Solamente la obtusidad a la que ha llevado cierto tipo de militancia católica, cierto “cristianismo” ideológico sin Jesús, puede dejar de ver y de alegrarse.

¿Y las resistencias psicológicas y de poder…?

A veces la ideología es solo una máscara. Hay un mundo clerical –no todo, gracias a Dios, sino una parte– que se siente desnudado en su mezquindad espiritual por la predicación y el testimonio de Francisco. Los que tienen cola de paja, como me decía ayer con toda sencillez un honesto colaborador de los últimos tres papas. Es la misma rabia que anidaba en los escribas y fariseos frente a la presencia mansa y verdadera de Jesús, presencia que no lograban encerrar dentro de sus esquemas. Es difícil cuantificar estas resistencias, sobre todo porque no existe un metro para medir el corazón de una persona, pero están, y el Papa es muy consciente de eso. A veces están relacionadas con intereses económicos fuera del Vaticano, que temen perder sus conexiones.

¿Cuál es el secreto de la transversalidad de este Papa, que es capaz de hablar a todos? ¿Tal vez que prefiere reclamar con garbo antes que lanzar un anatema?

El garbo… me gusta esa expresión. Hay una delicadeza y también una discreción que forman parte de la experiencia cristiana, porque la fe es una gracia y el que la vive sabe que nunca se pueden tener pretensiones sobre ella, no se puede forzar a nadie para que crea. Solo ocurre, como la sorpresa de un encuentro. Por eso un cristiano, un verdadero cristiano, hace un culto de la libertad. Permiso, perdón, gracias… las tres palabras que el Papa Francisco señala a todos como el secreto de una buena vida familiar, son palabras profundamente cristianas. Un creyente las usa espontáneamente en su relación con Cristo: perdón, gracias… conciencia de su propio mal y gratitud por un perdón que no se da por descontado. Eso es lo que me enseña Francisco, siguiendo las huellas del pontificado de Ratzinger: cuanto más vuelve la Iglesia a lo esencial, y por lo tanto al misterio de la misericordia –verdadero corazón del Evangelio– más se vuelve “transversal”, es decir, capaz de llegar a cada hombre y a todo el hombre, hasta sus heridas y hasta su deseo. Un deseo que en su nivel más profundo es universal, que une al esquimal y al indio, al hombre culto europeo y a las multitudes del Cuerno de África que huyen del hambre y de la pobreza.

Garbo, es cierto, pero Francisco también ha lanzado severas críticas contra la corrupción de la política y lo inhumano de una economía que mata…

Lo que me impresiona en estas tomas de posición es sobre todo la fuerza libre del Papa. Dice cosas de una verdad evidente y sacrosanta: que se hace una gran tragedia, por ejemplo, por una pequeña caída de la bolsa, mientras se ha perdido la capacidad de llorar por los refugiados que mueren en el mar, y nos alzamos de hombros si el que muere es un mendigo o un drogadicto: basuras humanas para una sociedad donde manda el dinero. Pero si fueran solo denuncias políticas o un dramático rasgarse las vestiduras, no tendrían el mismo efecto. La gente también percibe, en estas severas palabras de Francisco, que se toma a pecho a las personas, cuyo valor no depende del que les da el poder sino del hecho mismo de existir, de haber sido deseadas por Dios. Entonces lo que él dice se acepta, impacta y educa. En cuanto a la predilección por los pobres, “la carne de Cristo”, ¡nada que ver con populismo peronista o criptomarxista! Francisco dice que es una cuestión teológica: un Dios omnipotente que decide hacerse pobre por amor a los hombres. El compartir la necesidad, el inclinarse hacia la humanidad más herida, es el método mismo de Dios.

Es un Papa que cree en la eficacia, incluso “política” de la oración. Lo dijo hace poco, en el mensaje de Pascua, recordando la vigilia de oración y ayuno que se convocó por la paz en Siria.

En septiembre parecía cuestión de horas la intervención militar norteamericana contra Siria. El Papa consideraba que solo podía empeorar las condiciones de la población siria, ya martirizada por una feroz guerra civil. A la vigilia de oración y a la jornada de ayuno se adhirieron millones de fieles en todo el mundo, no solo católicos, e incluso muchísimos no creyentes. Muy probablemente esta simple pero intensa movilización espiritual contribuyó a frenar un ataque que parecía inevitable. Pero el Papa sin duda no considera que ha resuelto el drama sirio, en ningún momento sus palabras reflejaron triunfalismo. Sobre todo porque allí la gente sigue muriendo. Francisco seguirá sacudiendo a la comunidad internacional para que busque con convicción una solución política, para poner fin a la guerra. Y al mismo tiempo seguirá rezando y pidiéndonos que recemos por la paz. Él, mucho más que nosotros, cree realmente en la eficacia de la oración. Una vez dijo que no hay que tener miedo de levantar la voz, de luchar contra Dios para que nos mire y finalmente preste atención a nuestro grito.

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