La Conferencia de Seguridad de Múnich

El mundo, ¿hacia el precipicio?

Mundo · Ángel Satué
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26 febrero 2018
Si hubiera que escribir una novela de política internacional y de seguridad, incluso de espías, la Conferencia de Seguridad de Múnich sería un marco excepcional. La 54º edición fue la última y tuvo lugar el fin de semana del 16 al 18 de febrero de este año, bajo el lema “Hacia el precipicio, ¿y vuelta?”.

Si hubiera que escribir una novela de política internacional y de seguridad, incluso de espías, la Conferencia de Seguridad de Múnich sería un marco excepcional. La 54º edición fue la última y tuvo lugar el fin de semana del 16 al 18 de febrero de este año, bajo el lema “Hacia el precipicio, ¿y vuelta?”.

En su cita anual, precedida de la publicación homónima de uno de los informes más prestigiosos sobre seguridad internacional, que analiza por regiones los riesgos para la seguridad global, se dieron cita más de 12 jefes de estado y alrededor de cien jefes de gobierno y ministros de exteriores y defensa, en torno a paneles de trabajo en formato conferencia.

Entre los temas tratados, la manida relación transatlántica, la cooperación europea en defensa y seguridad, las ciberamenazas, la inteligencia artificial –el robot Sophia–, la necesaria arquitectura de seguridad para Oriente Próximo y aspectos de la seguridad humana (catástrofes, epidemias, migraciones…).

Además, en el hotel Bayerischer Hof tuvieron lugar más de mil encuentros bilaterales oficiosos y discretos entre las distintas delegaciones de países, think tanks, ONG y grandes empresas globales, lo que explica, como apunta el think tank ECFR, que sea el único foro del mundo donde, cuando vaya a hablar el Secretario General de Naciones Unidas, se vacíe la sala y comiencen encuentros secretos, que de alguna manera definen la agenda de seguridad mundial para 2018.

El hecho de que a la Conferencia hayan acudido delegaciones de todo el mundo hace que no sólo se trate de un foro de seguridad de y para occidentales –OTAN, Hispanoamérica, Australia y Nueva Zelanda, y Europa–, sino que regiones como Asia, con China, Japón o India, así como Arabia, Turquía, Irán, Rusia, Israel, etc. han podido encontrarse para, en principio, dialogar. En la práctica, lo que ha sucedido es que ha sido un foro que, lejos de conjurar las numerosas mini-crisis para la seguridad internacional que existen en estos momentos, más bien ha sido un escenario para lanzar al mundo reivindicaciones en la más pura clave nacional, sin visos aparentes para que se pueda dar un diálogo verdadero, capaz de asentar las bases para la paz y la libertad.

En este sentido Netanyahu –investigado por corrupción– portó en su mano un pedazo de dron iraní, en un juego de recriminaciones a múltiples bandas en el que también participaron los ministros de exteriores iraní y árabe. Los turcos hicieron lo propio respecto de los kurdos. El ministro ruso de exteriores Lavrov, visiblemente aburrido, negaba la mayor en el asunto de la injerencia rusa en las presidenciales de EE.UU., mientras acusaba a la Unión Europea de una vuelta a la era nazi, mientras que el presidente de Ucrania –país en guerra–, Poroshenko, acusó a Rusia de ser el origen de todos los males por los que atraviesa Europa.

Para comprender qué ha sido una conferencia “de punto muerto”, qué nos depara un 2018 donde las tensiones para la seguridad no irán a menos, debemos recurrir a la doctrina del realismo en las relaciones internacionales, la que permitió a Nixon y Kissinger tener relaciones diplomáticas con Mao hace 60 años.

Esto es una mala noticia para una Conferencia de Seguridad, que tiene como uno de sus fines la salvaguarda del orden internacional liberal, aquel que busca entre las naciones del orbe una mayor y cada más profunda cooperación, sobre la base del estado de derecho, los derechos humanos y el gobierno del pueblo, junto con una economía de libre acceso a los mercados mundiales.

El director de la Conferencia y diplomático alemán Wolfrang Ischinger decretó al finalizar la misma que la interrogación del lema no había desaparecido, sin caer por ello en el pesimismo, algo muy habitual entre los cuerpos diplomáticos. Sin embargo, para el avezado presidente de uno de los más importantes grupos de análisis geopolítico, Ian Bremmer, de Eurasia Group, es evidente que no cabe ser optimista (y le preocupó que no se estaba hablando de China, al menos en público).

Comparto esta opinión del señor Bremmer. La música, los gestos y la letra seguían caminos distintos. Se hablaba para las opiniones públicas nacionales y, sobre todo, en clave nacional.

El secretario de Estado de defensa, Mattis, ni siquiera pronunció un discurso ni hizo declaraciones a los medios, ni abrió Penn la conferencia como el año pasado dejando a las ministras de defensa de Alemania y Francia este honor –mujeres en un sector aún muy masculino–. EE.UU. volvió a pedir más compromiso a sus aliados, mientras prosigue con la modernización de su arsenal nuclear. El panel sobre las relaciones de la UE con la OTAN tuvo una audiencia escasa. La ausencia de liderazgo efectivo de Trump, que no olvidemos es continuismo de la dejación de Obama en Siria, incluso del “liderazgo desde atrás”, también en la crisis de Libia, está provocando movimientos de los aspirantes a influir en los asuntos globales. Piensan que el hegemón americano no quiere intervenir ya nunca más. Olvidan empero que el repliegue norteamericano es más bien “el descanso del guerrero”.

Mientras tanto la defensa europea, y la tecnología y su impacto en la democracia y la ciberseguridad, son los temas que como europeos nos deberían preocupar más en el corto plazo, descontadas otras materias (Rusia, vínculo transatlántico, terrorismo, ISIS). No en vano la ministra de defensa alemana, consciente de la falta de capacidades germana en el plano cíber, con su presencia junto al CEO de la tecnológica Pallantir en uno de los paneles de trabajo, hizo todo un guiño a la orientación del gasto de defensa alemán, y europeo. Sobre el futuro, aún resuenan las palabras del antiguo CEO de Google, que son una clave fundamental para construir estrategias en el futuro, algo de lo que careció la Conferencia de Múnich: “La confianza que ha sido construida en democracia es más sencilla de destruir que de construir”.

Este es el reto que tenemos, generar estructuras de confianza, relaciones de hondura, amistades de fondo. ¿Acaso hay otro método para la vida?

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