Don Giussani y su encuentro con Pasolini y Testori

Cultura · Massimo Borghesi
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5 noviembre 2014
La “Vida de don Giussani” de Alberto Savorana (Rizzoli 2013) tiene el gran valor, entre otras cosas, de documentar episodios y encuentros de la vida de Giussani poco conocidos y, en muchos casos, totalmente desconocidos. Entre ellos, uno de los más significativos tenía lugar después del 68, después de que el sacerdote de Desio intuyera que aquella gran contestación social estaba dando un vuelco a lo que quedaba de la “cristiandad”.

La “Vida de don Giussani” de Alberto Savorana (Rizzoli 2013) tiene el gran valor, entre otras cosas, de documentar episodios y encuentros de la vida de Giussani poco conocidos y, en muchos casos, totalmente desconocidos. Entre ellos, uno de los más significativos tenía lugar después del 68, después de que el sacerdote de Desio intuyera que aquella gran contestación social estaba dando un vuelco a lo que quedaba de la “cristiandad”. Aquello le llevó a repensar una presencia cristiana que ya no estuviera determinada por la relación con la tradición sino modulada por la prioridad que confió al encuentro, a un testimonio cristiano humanamente auténtico, deseoso de relacionarse con todo y con todos, más allá de barreras o prejuicios de tipo ideológico o político.

Esta perspectiva, absolutamente inédita en el panorama eclesial de entonces, que encontrará una formulación siempre abierta, como muestra el volumen de Savorana, en el movimiento de Comunión y Liberación, será la que lleve al autor a tener una serie de grandes encuentros con personajes no creyentes, todos ellos con una característica en común: la de estar humana e intelectualmente vivos, y ser voces que cantaban fuera del coro.

Entre ellos estaban Pier Paolo Pasolini y Giov anni Testori, ambos homosexuales, representantes de un mundo de izquierda muy alejado del democristiano y católico tradicional. Aunque el de Pasolini sería en realidad un encuentro ideal, con gran pesar para don Giussani. Savorana reconstruye la crónica de aquella cita fallida. «La mañana del 3 de noviembre de 1975, en su estudio de Via Martinengo, Giussani se enteró por el Corriere della Sera del asesinato de Pier Paolo Pasolini. Junto a él estaba Laura Cioni, que vio sobre la mesa una carta dirigida al escritor que ya no sería completada: “Expresaba una consonancia total con la postura que él mantenía en muchos de sus artículos del Corriere della Sera”». Este recuerdo lo confirma Lucio Brunelli: «al encontrarse con Giussani en 1998 en su casa de Gudo Gambaredo, le habló de Pasolini y le contó que “le estaba escribiendo una carta cuando llegó la inesperada noticia de su  muerte. En la carta le decía que quería conocerle”».

Giussani se acercó a Pasolini a partir de los artículos de este poeta-escritor-cineasta en el Corriere della Sera, que luego se publicaron en el volumen “Escritos corsarios”. El artículo del 24 de junio de 1974, “El poder sin rostro”, le entusiasmó. Según Brunelli, «me vio pasar y, bailando literalmente en la silla, me llamó: “Ven, Lucio, lee esto, es el único intelectual católico, el único…”». Le llamaba la atención la crítica pasoliniana a la homologación, a la destrucción del pueblo en marcha por un nuevo poder, conservador e irreverente al mismo tiempo, para el cual el único dios era el mercado, el consumo como forma de vida. Citó al corsario en el discurso que dirigió a la Democracia Cristiana lombarda en Assago, en 1987.

Pasolini se convertirá para Giussani en el paradigma de un drama, el de un hombre criado en la tradición católica que recibió de su madre y que abandonó porque no se vio confirmada por la experiencia de un encuentro. «En un pueblo del Triveneto, de ambiente muy católico –dirá–, hubo uno que, desobedeciendo a su madre, fue a una taberna de un pueblo cercano para reunirse con un grupo de tres o cuatro jóvenes gamberros con los que le gustaba estar (…) y  con el tiempo eso le disuadió de ir a la iglesia los domingos, de escuchar siempre a su madre. (…) Aquel chico fue Pasolini. Él mamó la tradición cristiana genuina del seno de su madre, la tenía, la debía vivir, estaba obligado a vivirla, aunque interpretaba todo de un modo distinto: según la mentalidad de su grupo. Se convirtió en Pasolini, uno de los escritores italianos más grandes, (…) Pasolini se encontró con un grupo de personas que estaban en contra de la sociedad de entonces, en contra de la cultura de entonces, como si fueran unos innovadores. (…) Buscó un camino equivocado: dijo que la verdad no existe –mejor dicho, que la verdad no sabe lo que es– (…). Pero lentamente, a lo largo de su vida, sintió el eco de lo que su madre le decía sobre la vida, sobre la verdad y sobre el camino a recorrer. Si se hubiese encontrado con uno que tuviera nuestra pasión, su hubiera venido a un gesto de nuestra comunidad, sobre todo en ciertos momentos, Pasolini habría llorado».

No era una forma de hablar. Cuando Giussani hablaba así de Pasolini, en el año 2000, tenía presentes, sin duda, las lágrimas y el encuentro con otro autor, otro gran protagonista de la Italia cultural de la posguerra, Giovanni Testori, que se convertiría en una de las firmas más prestigiosas de Il Sabato en los años 80-90. También a él lo descubrió por sus artículos en el Corriere della Sera. Algunos universitarios de CL se pusieron en contacto con él y finalmente Giussani le conoció en 1978 en un restaurante de Milán. «Nada más verle, se levantó para salir a su encuentro. Giovanni estaba totalmente conmovido, hasta las lágrimas. Don Giussani, conmovido también, le abrazó. Testori, llorando, no dejaba de decir que él –que había renegado y blasfemado contra Dios– no era digno de estar delante de don Giussani. Luego contó que se había pasado la vida buscando la forma de quitarse de la frente la cruz que en el bautismo le habían impreso. Y que cuanto más se esforzaba en eliminarla, más potentemente salía a la luz, hasta que, con la muerte de su madre, fue regenerado a la vida. Decía que era como si su madre, al morir, le hubiera parido de nuevo». Giussani, «profundamente impactado por la humanidad de Giovanni, no dejaba de darle las gracias por aquel encuentro, recordándole que lo que él llamaba “blasfemias” era como una oración desesperada que ahora encontraba su respuesta».

De un modo misterioso, la figura de la madre, como puente hacia Dios, unía a Testori y a Pasolini. La madre como último eslabón de una tradición cristiana arrasada por la historia, que solo podía verse recuperada y renovada a partir de un nuevo inicio, un “encuentro” con testigos libres, inteligentes, apasionados, del cristianismo en el presente. Las dos voces más expresivas en Italia de intelectuales no esclavos del poder se cruzaban así, ideal y realmente, con el camino del sacerdote de Desio, el don Juan Bosco de nuestro tiempo.

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