Editorial

Deseo de transhumanizarse

Editorial · Fernando de Haro
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24 febrero 2020
Sanders va a ganar en las primarias demócratas. Al menos eso es lo que predice David Brooks en New York Times. La apuesta se basa en que Sanders tiene una historia, un mito, sobre todo un mito moral, que vende bien. Los problemas de Estados Unidos los generan los avariciosos de la Costa Este, la gente de Wall Sreet que está destruyendo los valores del país. Es un relato sencillo, con un mensaje ético en el centro, que da salida al resentimiento.

Sanders va a ganar en las primarias demócratas. Al menos eso es lo que predice David Brooks en New York Times. La apuesta se basa en que Sanders tiene una historia, un mito, sobre todo un mito moral, que vende bien. Los problemas de Estados Unidos los generan los avariciosos de la Costa Este, la gente de Wall Sreet que está destruyendo los valores del país. Es un relato sencillo, con un mensaje ético en el centro, que da salida al resentimiento.

En el lado republicano no es complicado hacer predicciones. Trump será el candidato y, de facto, las primarias de este partido quedarán eliminadas tras el supermartes de comienzos de marzo. Hasta ese momento el “lunático” Zoltan Istvan seguirá disputándole al actual inquilino de la Casa Blanca el puesto. El resultado es lo de menos, como lo fue en 2016 cuando ya se presentó a las elecciones. Lo que le interesa a Zoltan es aprovechar la ocasión para difundir su programa transhumanista. En este caso, el programa es antropológico. Habría que decir “transantropológico”: el objetivo es “reconocer los derechos de los robots conscientes, de los ciborg y la posibilidad de que el 3D imprima un ser humano entero y de que la Inteligencia Artificial cree la singularidad de cada uno”. Las ideas de Zoltan pueden parecer descabelladas. Son las expresiones menos serias de un movimiento con elementos muy serios.

Como siempre, la ficción se adelanta. En uno de los capítulos de hace unos meses de Years and Years, los espectadores nos quedamos sobrecogidos con una escena que se desarrolla en la cocina de una casa familiar. Una adolescente explica que no se siente cómoda con el cuerpo que tiene. Los padres, atentos y solícitos, le muestran su apoyo para el cambio de sexo. La chica, sorprendida, les responde: “el problema no es el sexo, no soy transexual, quiero ser transhumana. No quiero ser carne, quiero ser datos, quiero vivir para siempre como información”. El drama de la identidad llevado hasta su extremo, no es ya una cuestión de nación o de género sino de especie.

Hay sin duda que distinguir, entre los candidatos lunáticos a las presidenciales estadounidenses, los guiones de series efectistas, las corrientes ideológicas y las posibilidades reales de lo que la tecnología o la genética pueden hacer. La profesora Elena Postigo, que ha dedicado tiempo a estudiar el pensamiento transhumano, señala que uno de sus principales teóricos es Nick Bostrom, filósofo sueco, experto en Inteligencia Artificial y presidente de la World Transhumanist Association. Según Bolton, el transhumano es el hombre que está caminando para convertirse en posthumano, por medio de la mejora de la especie que tendrá una vida mucho mas larga (hasta 500 años), con capacidades intelectuales que duplicarán las actuales y con un cuerpo sometido a sí mismo. Suena a película de ciencia ficción de sábado por la tarde. Pero antes de llegar al paraíso posthumano, hay proyectos transhumanos en marcha que plantean retos interesantes.

George Church, profesor de genética de la Universidad de Harvard, ha elaborado una lista de genes que pueden ser modificados para “mejorar” la condición humana. Church sostiene que si se hackea el LRP5 se pueden obtener huesos más duros, lo mismo sucede con el PCSK9 que permite tener menos colesterol, o con el GRIN2B que está asociado a la buena memoria. En la misma dirección está el proyecto de alargar los telómeros para que la vida pueda prolongarse.

Pero la mejora no se refiere solo a la modificación genética, también incluye la relación con la tecnología. Hace unos meses Nature publicaba un artículo sobre las ondas de nanoescala (1000 millonésima parte de un metro) utilizadas para leer la actividad eléctrica intracelular en las neuronas. Esta lectura permitiría avanzar en una relación directa entre el cerebro y la máquina. El programa Braingate para enfermos que sufren una parálisis casi total va en la misma dirección. Aunque Leigh Hochberg, el neurólogo que trabaja en el Hospital General de Massachusetts en un proyecto para que un cerebro controle directamente un ordenador, aseguraba hace unas semanas que todavía no han logrado resultados satisfactorios. Pero en campos más modestos los implantes tecnológicos ya existen (marcapasos, lentes intraoculares, desfibriladores) y van a ir a más.

Las ficciones de la llegada de la Tercera Edad (en la estela de las predicciones milenaristas de Joaquín de Fiore) sin sufrimiento y quizá sin muerte retratan un tiempo obsesionado por acabar con la historia, con el límite y con la carne. Pero las reacciones ante el transhumanismo posible (más modesto que todo lo teorizado) retratan también la pobreza del momento. Se hacen llamamientos a establecer contenciones éticas (todo lo que se puede hacer no se debe hacer) que sin duda son necesarios. Pero los clamores para poner límites a la mejora de lo humano dan por supuesto que todos sabemos qué significa ser hombre. Como si se pudiera armar una nueva Ilustración que, ahora sí, estuviera moralmente a la altura de los retos del siglo XXI. Como si repetir que existe una naturaleza humana reconocible por la razón fuera suficiente. El aspirante a transhumano está buscándose a sí mismo, está deseando transcenderse. En esa búsqueda, en esa pregunta, está la naturaleza humana en acto.

Los relatos morales, como los de Sanders en las elecciones, pueden dar un triunfo, pero siempre efímero. Los relatos que vencen son los que tienen que ver con la identidad, con el yo.

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