Cuando está nublado los cerebros oscurecen

Mundo · Francisco Pou
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22 septiembre 2016
Ahí estaba, atrapada en el tiempo, desde abril de 1934. En la ciudad polaca de Zlozienic ha aparecido un cilindro sellado que contenía dos volúmenes de Mein Kampf de Hitler, acreditaciones nazis, monedas, algunos periódicos de la época y un cuaderno ilustrado con información de la vida diaria de la localidad. ¿Con qué animo se depositó esta “captura de tiempo”? El colegio de mis hijos, que iniciaba ahora unas obras de un nuevo edificio, depositó también hace unos días una “cápsula” sellada para extraer del hormigón al cabo de 100 años. Periódicos, fotografías, cartas. ¿Ganas de prevalecer?

Ahí estaba, atrapada en el tiempo, desde abril de 1934. En la ciudad polaca de Zlozienic ha aparecido un cilindro sellado que contenía dos volúmenes de Mein Kampf de Hitler, acreditaciones nazis, monedas, algunos periódicos de la época y un cuaderno ilustrado con información de la vida diaria de la localidad. ¿Con qué animo se depositó esta “captura de tiempo”? El colegio de mis hijos, que iniciaba ahora unas obras de un nuevo edificio, depositó también hace unos días una “cápsula” sellada para extraer del hormigón al cabo de 100 años. Periódicos, fotografías, cartas. ¿Ganas de prevalecer?

¿Se sabía lo que pasaba?

No sé si los polacos (¿o invasores nazis?) que enterraron esa “radiografía” preservada de una época y un momento hicieron el ejercicio de pensar cómo sería la vida 83 años después, esto es, la semana pasada. Pero sí que intuían que Mein Kampf y los nazis no iban a pasar de puntillas por la Historia. No muy lejos de la cápsula con vocación arqueológica hoy se alza, en piedra para siempre, el macabro campo de concentración de Auschwitz, a 43 kilómetros de Cracovia, donde se calcula que fueron enviadas cerca de un millón trescientas mil personas, de las cuales murieron un millón cien mil, la mayoría judías. ¿No intuían esos “enterradores del cilindro del tiempo” de Zlozienic (entonces llamada Falkenburg) el trágico fin de la aventura ideológica del super-hombre y la super-nación “distinta” y la cruel criminalidad de sus métodos? Probablemente sí. O, mejor dicho, probablemente preferían no saber más.

Hace seis años se publicaron los cuadernos del funcionario alemán Friederick Kellner, escritos entre 1939 y 1945, y que habían sido custodiados por la familia. El título es tan expresivo como las columnas de humo de los campos de concentración: “Cuando está nublado todos los cerebros oscurecen”. Esta “cápsula del tiempo” rompe el mito de que “el pueblo alemán no se enteraba de lo que estaba pasando”. Sus comentarios de la vida cotidiana y algunas transcripciones de periódicos y radios de la época son definitivos. Cualquier persona con dos dedos de frente podía deducir con una mínima posición crítica la conclusión a la que Friederick, crítico con el sistema, llegaba: “Está claro (escribe horrorizado), se trata del exterminio de los judíos y los polacos”. Friederick irónico con la propaganda oficial, se fija hasta en el anormal crecimiento de las esquelas en los periódicos como en el Hamburger Fremdenbalt: 281. Extrapolando esa información a las esquelas en otras ciudades, la cifra de alemanes muertos (300.000 al año daría ese cálculo, anotando que “la cifra debe ser más alta porque muchos soldados rasos –¿y los judíos?– no reciben el honor de una esquela”) no cuadraba con la propaganda oficial que hablaba de “algunos casos aislados”. “¿Dónde ha ido la familia Stein?”. En las calles de Alemania, en las tiendas, se preguntaba poco y se contestaba menos, o mucho más; con silencio.

¿Se repite la Historia?

¿Cómo se escribirá la historia de nuestros días dentro de cien años? ¿Podemos anticipar? Lo que sí es cierto es que podemos, sabemos, “entender” un poco más. Es este un reto de la cultura histórica, el de la observación, del que hablaba ya Jesús hace dos mil años. “Al atardecer decís: va a hacer buen tiempo, porque el cielo tiene un rojo de fuego. Y a la mañana: hoy habrá tormenta porque el cielo tiene un rojo sombrío. ¡Conque sabéis discernir el aspecto del cielo y no podéis discernir las señales (signos) de los tiempos!”.

En el colegio de mis hijos ponían cartas, imágenes, archivos como muestra de la vida diaria de nuestro tiempo: lo que ahora vemos como avances, la música que se escucha, lo que se lee… Pero las tragedias ocurren hoy entre nosotros, con el mismo silencio que en las colas de las tiendas en la Alemania nazi. Y se responden también con “correctos” silencios. Miles de inocentes mueren cada día en Europa vícitimas de la cultura eugenésica, consumista, egoísta: una bolsa de soledad oficial. Miles también los mártires por su fe. A diario mueren mártires cristianos en países que nos parecen tan lejanos que no van con nosotros, como la familia Stein. Países lejanos pero ya viviendo con nosotros, en un fenómeno migratorio inédito en la historia de Europa. Vienen a vivir en un sistema económico que, lejos de funcionar, crea una creciente bolsa de “inadaptados” (parados, mayores, sobrantes…) que no se podrán mantener, generando ricos más ricos y muchos más pobres, cada vez más pobres.

“¿Pero no os dábais cuenta?”. Esa puede ser la pregunta que nos llegue a nuestra generación dentro de cien años. Escribía célebramente Paul Preston que el “que no conozca su Historia está condenado a repetir sus errores”. Yo no lo creo. La Historia, el III Reich, no se repite; el alejamiento de la realidad sí. Y el tamaño de las consecuencias está en función directa del tamaño de los errores. Por eso, ante la banalidad del discurso cultural, uno se pregunta muchas veces: ¿es que no nos damos cuenta? Sí; como los civiles en el III Reich, seguramente nos podemos dar cuenta.

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