´Coincido con el afán de la amistad social´
Me preguntan si es posible que los españoles sepamos superar las diferencias ideológicas para abordar juntos problemas concretos.
Por supuesto, somos capaces de hacerlo y lo hemos demostrado en otras ocasiones. Así ocurrió en la Transición. Se trata de una tarea necesaria para avanzar y no retroceder. Es cierto que hay poderosas fuerzas políticas empeñadas en ahondar en las diferencias, agrandándolas, y que se emplean a fondo en prácticas maniqueas; lo propio de los populistas y extremistas. Es imprescindible ser pragmáticos y escoger lo esencial –que es la convivencia y el consenso– frente a lo accesorio e ideológico. La vida cotidiana nos muestra ejemplos de equipos que trabajan muy bien, gracias a su profesionalidad y un saber hacer que van más allá de cualquier ideología.
Del manifiesto ‘Por una amistad social’, me dirigen hacia este párrafo: “nuestra experiencia nos enseña que somos capaces de colaborar por el bien común en contextos donde no todos piensan igual, como en la familia o el trabajo”. Exactamente, así es.
Y hacia este otro: “nuestra vida pública, muy ideologizada y con una violencia dialéctica exasperante, parece haber perdido ese ‘nexo’ con la realidad, con la vida cotidiana de la mayoría de los ciudadanos”. Sí, la violencia, también la dialéctica, es desagradable y exasperante. Hay que huir de ella como de la pólvora. A pesar de los pesares, creo que hemos avanzado mucho en este aspecto. Y aún nos queda muchísimo por hacer: se teje y desteje el respeto debido a la verdad y las personas, así como nuestro uso social de la razón.
Permítanme este ejercicio comparativo. En torno a 1875, Augusto González de Linares, catedrático de Historia Natural en la Universidad de Santiago de Compostela y uno de los fundadores de la Institución Libre de Enseñanza, encabezó una protesta en defensa de la libertad de cátedra y escribió: “no he sido nombrado para formar catecúmenos de ningún sistema político, sino para enseñar ciencia, en la que se busca la verdad, sin distinción de orígenes”. ¿A quién no le parece impecable? Sin embargo, sufrió represalias de un Gobierno reaccionario. Esta actitud pública le ocasionó presidio en el castillo de San Antón en La Coruña antes de salir para el destierro, como ha recordado hace poco la profesora Isabel Burdiel. Creo que sobran comentarios.
Para concluir, diré que coincido en el afán de este escrito por la ‘amistad social’, frente a la fractura social y por el siempre concreto ‘bien común’. Sin sectarismos hacia lo principal, evitando estancarse en bandos irreconciliables. La condición personal siempre tiene que prevalecer sobre las diferencias ideológicas. Recordemos la fórmula del maestro Julián Marías: Concordia sin acuerdo. Si la esperanza es lo último que se ha de perder, a la discordia nunca se debe llegar.