Cenicienta

Cultura · Juan Orellana
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26 marzo 2015
Ya hace tiempo que parece que se han acabado las ideas y todo son remakes, adaptaciones de best sellers y franquicias. Pero en este caso, el remake que la Disney hace de su propia película, en imagen real, parece incluso mejor que la precedente. Al frente, un prestigioso director británico, Kenneth Branagh, que se hizo famoso por sus adaptaciones de Shakespeare a la gran pantalla.

Ya hace tiempo que parece que se han acabado las ideas y todo son remakes, adaptaciones de best sellers y franquicias. Pero en este caso, el remake que la Disney hace de su propia película, en imagen real, parece incluso mejor que la precedente. Al frente, un prestigioso director británico, Kenneth Branagh, que se hizo famoso por sus adaptaciones de Shakespeare a la gran pantalla.

Para el guión, la Disney ha contado con Chris Weitz que, aparte de series televisivas, tiene en su haber los guiones de películas infantiles como la cargante La brújula dorada o Un niño grande, El profesor chiflado II y Hormigaz. En esta ocasión se mantiene bastante fiel a la historia tal como la contó la Disney en 1950, en la versión dirigida por Clyde Geronimi, Wilfred Jackson y Hamilton Luske. Las diferencias fundamentales se refieren a que aquí los animales no hablan –aunque sí se comunican–, no es una película musical –aunque sí hay canciones– y, sobre todo, que en esta versión se cuenta la historia familiar de la Cenicienta, lo cual enriquece enormemente al personaje.

La protagonista se llama Ella y es una niña feliz, nacida en el seno de un maravilloso matrimonio. Su padre tiene negocios que le obligan a viajar mucho, pero es un marido encantador y se desvive por su hija. La madre tiene una gran complicidad entrañable con su hija, con la que comparte una máxima que le acompañará toda su vida: “Ten valor y sé siempre bondadosa”. Una vez que fallece la madre y el padre se casa por segunda vez, comienza la historia tal y como la conocemos. Una Ella adolescente, a la que da vida con convicción la actriz Lily James, trata de aceptar a su nueva familia hasta que su padre fallece en uno de sus viajes. La elegante actriz australiana Cate Blanchet encarna a una estilosa madrastra, llena de celos y complejo de inferioridad, que enseguida va a dirigir todas sus frustraciones contra su intachable hijastra.

La Cenicienta de Branagh es una película de estilo absolutamente clásico, un cuento de hadas en toda regla, pero más luminosa y brillante que su antecesora. En primer lugar porque las aportaciones del guión ofrecen una lectura mucho más realista y adulta de los personajes y sus conflictos, lo que permite una identificación mayor del espectador y una profundización en elementos antropológicos de calado (las relaciones paterno-filiales, la familia como el cimiento de una personalidad, la humildad, el agradecimiento, el perdón…). Por otra parte, la puesta en escena de Kenneth Branagh, debido a su tradición shakesperiana, no es nada fofa o sentimentalmente blanda, sin dejar de ser un cuento infantil. Además, el despliegue de medios en el departamento de arte hace que en algún momento, como en la secuencia del baile en palacio, nos veamos trasportados al Gatopardo de Visconti.

Afortunadamente, la animación digital está al servicio de la historia, sin autocomplacencia, y resuelve muy bien los elementos mágicos, como por ejemplo todo lo que tiene que ver con los favores del hada madrina. Hada, por cierto, interpretada por Helena Bonham Carter, en un papel que no carece de ironía al tratarse de la actriz “bruja” por excelencia. Y es que toda la película está atravesada de un fino sentido del humor que viene muy bien para una historia que tiene tanto componente trágico. También resulta irónico ver al actor Stellan Skarsgård, uno de los más duros del panorama interpretativo actual, haciendo del duque –patético personaje en la versión animada–. Y para coronar los homenajes shakesperianos, la película cuenta con la actuación de Derek Jacobi, famoso por sus papeles en adaptaciones de Shakespeare en los noventa. Una excelente y elegante versión del cuento, que podrán disfrutar pequeños y adultos sin sorpresas incómodas o guiños posmodernos.

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