Busco seguridad

Editorial · Fernando de Haro
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4 agosto 2024
Me hablan de buscar el significado de todo. Pero voy a ser sincero: yo en realidad lo que busco es un poco de seguridad.

¿Por qué tendría que estar atento a la campaña electoral de Estados Unidos, al intercambio de presos con Putin, al futuro de Venezuela? No tengo energía. Me hablan de la necesidad de buscar el significado de todos esos acontecimientos, de la conexión que tienen con mi vida. Me hablan de buscar el significado de todo, de buscar lo importante en la existencia. Pero voy a ser sincero: yo en realidad lo que busco es un poco de seguridad.

Seguridad para superar el miedo, seguridad para tener las ideas claras, para no tener que convivir con esta herida de soledad que me acompaña siempre y que se niega a cerrarse. Me dicen que busque. Ya he buscado. Y no me fío de mí mismo. Me conozco: mi deseo es peligroso, ya me lo advertían en el colegio. El deseo es un caballo desbocado y es necesario ponerle el apellido correcto, el adjetivo justo, el genitivo correcto,  para evitar equívocos: por ejemplo “deseo de honestidad”, por ejemplo “deseo de elevar el espíritu”. No se puede desear cualquier cosa, no se pueden desear todas las cosas. Hay deseos buenos y deseos malos y muchas veces creo que no soy capaz de distinguir. Repito, quiero seguridad y en mí mismo no la encuentro. He aprendido a sospechar de mis valoraciones, a menudo son demasiado categóricas. Necesito a alguien con suficiente formación, alguien a quien se le haya asignado la gran tarea de guiar almas, de darles luz cuando están confusas, de certificar con su sabiduría qué es y qué no es objetivo. Ya hemos visto las consecuencias de darle valor a los sentimientos. No quiero perderme en la subjetividad del emotivismo. Soy hijo de la generación del 68 y conozco las consecuencias de exigir demasiada autenticidad.

Voy a ser claro, ya he perdido los complejos. Soy un hombre maduro. Necesito alguien que me tome de la mano y que me saque de la confusión, que me diga qué es verdaderamente objetivo. Necesitamos personas con autoridad. Con una autoridad externa que nos cure de la enfermedad, de la obsesión por el sujeto. Necesitamos alguien que nos quite de los hombros parte de la fatiga que supone ser libre. No quiero que nadie me malinterprete. Tenemos capacidad de distinguir pero solo hasta cierto punto. No se puede exagerar. Tenemos una naturaleza muy dañada, tan estropeada que yo diría que huele mal, a  punto de descomponerse.

Muchas veces, la mayoría de las veces, somos como asnos: si alguien no tira de la cuerda que tenemos al cuello no nos movemos.

El mundo, desde hace algunas décadas, es un lugar confuso. Ya no sabes dónde está el este o el oeste. Antes todo estaba claro. Tengo nostalgia de mi pueblo. En mi pueblo cuando era mi pueblo no había que estar hablando todo el día del sentido de las cosas. Estábamos educados y cuando se está bien educado solo te ocupas de estas cuestiones en Navidad, en Pascua, en las fiestas religiosas. Y luego se dedicaba uno a lo concreto: se buscaba mujer, se trabajaba, se hacía política, se hacían negocios, se defendía el perímetro de la patria, se construía la patria porque sin patria no se puede vivir.  Se defendía la patria porque la patria está siempre asediada.

Pero hubo un momento en el que la historia cogió el camino equivocado. Y no hay más remedio que rehacer ese camino y volver a ese punto de la historia en el que todo se estropeó. Quizás fue cuando salimos de la Edad Media, quizás cuando la modernidad se convirtió en postmodernidad, puede ser también que fuese cuando triunfaron las revoluciones liberales. Hay que luchar para devolver a la historia al punto justo. Para ir contracorriente, para defender la verdad. Para construir fortalezas en las que poder defenderse. Pero lo tremendo es que tengo la intuición de que después de hacer ese esfuerzo titánico lo que sucede en el mundo seguirá sin interesarme, estaré más lejos de mí mismo, más dominado por el miedo. Seré más débil. Y no tendré seguridad alguna.

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