Entrevista a Massimo Borghesi

Balance de tres años de pontificado

Mundo · Luca Marcolivio
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19 marzo 2016
Tres años con el Papa Francisco, un pontífice consciente de que ´el cristianismo en un mundo cada vez más neopagano, solo puede volver a suceder como un encuentro´. En una larga entrevista, Massimo Borghesi analiza varios aspectos del pontificado de Jorge Mario Bergoglio. Su pastoral, su (presunta) discontinuidad con sus predecesores, las reformas, su sensibilidad con el medio ambiente, su actividad diplomática, la informalidad de su trato, incluso las críticas que le han llegado al Papa desde ciertos ambientes dentro de la propia Iglesia. Y un punto firme...

Tres años con el Papa Francisco, un pontífice consciente de que ´el cristianismo en un mundo cada vez más neopagano, solo puede volver a suceder como un encuentro´. En una larga entrevista con el periodista de Zenit Luca Marcolivio, Massimo Borghesi analiza varios aspectos del pontificado de Jorge Mario Bergoglio. Su pastoral, su (presunta) discontinuidad con sus predecesores, las reformas, su sensibilidad con el medio ambiente, su actividad diplomática, la informalidad de su trato, incluso las críticas que le han llegado al Papa desde ciertos ambientes dentro de la propia Iglesia. Y un punto firme, ´el punto que Ratzinger y Bergoglio comparten con dos grandes maestros y educadores cristianos del siglo XX: Romano Guardini y Luigi Giussani. Si el cristianismo, hoy igual que hace dos mil años, vuelve a empezar por el encuentro y no por la organización, por la militancia, por la dialéctica…, entonces el testimonio es lo primero. La re-presentación de Cristo en el mundo es, tanto para Benedicto como para Francisco, la tarea esencial de la Iglesia en el contexto histórico actual, ese primerear fundamental que el clericalismo olvida dándolo por supuesto´.

Tres años después de su elección, el Papa Francisco sigue siendo un gran rompecabezas para muchos intelectuales, pero sobre todo para los defensores acérrimos de las ideologías del siglo XX. No es de izquierdas ni de derechas. Su pastoral es su lenguaje más accesible, que le hace más cercano al pueblo que a las élites eclesiales o laicas. Usted, como filósofo, ¿cómo ha aprendido a enfocar su figura?

Todo lo que usted dice es verdad. Desde el principio de su pontificado, el Papa Bergoglio ha puesto en crisis a los comentaristas y opinadores, tal es la novedad de su estilo. Comentaristas que se afanan por encontrar las raíces del Papa latinoamericano para comprenderlo y, en muchos casos, para criticarlo y deslegitimarlo. Sobre todo una cierta corriente conservadora que en los años de Benedicto XVI intentó, sin conseguirlo, plegar la imagen del Papa Ratzinger a sus propios deseos, y que ahora acusa al Papa Francisco de populismo, peronismo, de ser un secuaz de la teología de la liberación, etc. Le han tachado de ´doblez jesuita´, desempolvando las armas de un vetero-laicismo que curiosamente empuña hoy la derecha católica. En ello se documenta una buena dosis de ignorancia y prejuicio. El Papa Bergoglio nunca ha sido filo-marxista. Simplemente no ha sido nunca de derechas. Su ´teología del pueblo´ surge, en el contexto de la Argentina de los años 70, como respuesta católica a la teología de la revolución. No se trata de una posición ideológica sino del arraigo de la fe en la mística popular, en una tradición cristiana viviente, histórica, que la Iglesia institucional no puede desconocer, a riesgo de quedarse en abstracciones y formalismos. El sensus fidei del pueblo creyente es un ´lugar teológico´, igual que los pobres son los predilectos, los que Dios ama de forma especial. La ´teología del pueblo´ es una respuesta al ideologismo, de derechas y de izquierdas, al elitismo de sello ilustrado, al gnosticismo que reduce la fe a doctrina. De ahí surgen consecuencias importantes. La primera es una concepción carnal, física, del cristianismo. Un pueblo surge de una relación viva, real, no de una propuesta abstracta. El cristianismo, por naturaleza, se comunica en la concreción del ver-oír-tocar-abrazar. Consecuencia de ello es la sencillez de un lenguaje evangélico cargado de ejemplos y reclamos, que no se limita a instruir sino que también quiere implicar al corazón. Quiere poner en una relación real a Dios con aquellos que lo escuchan. Dios sensible al corazón: eso es el cristianismo para Bergoglio.

Un factor controvertido es la presunta discontinuidad de Francisco con sus predecesores, al menos a nivel pastoral. ¿Es esta, en su opinión, una lectura correcta?

No. En realidad hay un hilo rojo que une a Bergoglio y Ratzinger, y viene dado por la percepción de que el cristianismo, de manera cada vez más neopagana, solo puede volver a suceder como ´encuentro´. Lo afirma la Evangelii gaudium en su punto 7, retomando un pasaje de la Deus caritas est que en su primer punto dice: ´No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva´. Se trata de un punto de convergencia importante porque, tanto en la vida como en la fe, el punto de partida lo decide todo. Es el punto que Ratzinger y Bergoglio comparten con dos grandes maestros y educadores cristianos del siglo XX, Romano Guardini y Luigi Giussani. Si el cristianismo, hoy igual que hace dos mil años, vuelve a empezar por un encuentro, y no por una organización, por una militancia, por una dialéctica, etc, entonces el testimonio es lo primero. La re-presentación de Cristo en el mundo es, tanto para Benedicto como para Francisco, la tarea esencial de la Iglesia en el contexto histórico actual, ese primerear fundamental que el clericalismo olvida dándolo por supuesto´.

La óptica pastoral de ambos papas es pues la misma. Distinto es, sin duda, el estilo. La reserva y timidez de Benedicto son distintos del abrazo físico de Francisco. Esta dimensión no es, en Bergoglio, un dato característico sino el resultado de una percepción de la fe que nace del espectáculo del pueblo creyente en la geografía espiritual de América Latina. Es lo que decía antes. La fe se alimenta dentro de un pueblo, una comunidad vida, una proximidad real. En el primer punto de la Evangelii gaudium, Francisco afirma: ´El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista´. Es decir, Occidente está afectado por una tristeza individualista. En este sentido hay una diferencia indudable entre Francisco y Benedicto, debida a que la perspectiva eurocéntrica que domina la visión cultural del Papa Ratzinger ha quedado superada. Con Francisco entra en escena la perspectiva de una fe viva, actual, arraigada en un tejido popular y solidario, que a la senil Europa le parece, al modo ilustrado, el retal de un pasado muy lejano.

¿Cómo valora muchas de las reformas o innovaciones de Bergoglio (redimensionamiento de la curia, sinodalidad, atención a las ´periferias´ y a la modernidad), a la luz del Concilio Vaticano II?

Son reformas que entran en la perspectiva abierta en el Concilio Vaticano II. El redimensionamiento de la curia -¡la reforma más difícil!- presupone una política de ahorro y se mueve con una oposición consciente a ese proceso de burocratización eclesial dominante en las últimas décadas. La curia debe recuperar esbeltez en el desempeño de sus funciones, evitando en la medida de lo posible afanes por hacer carrera y protagonismos que dañan seriamente al ministerio petrino. La discreción del actual secretario de Estado, desde este punto de vista, es ejemplar. Otro tema de reforma es el ejercicio sinodal, la forma que debe asumir la autoridad en la Iglesia. Ya lo dijo también Benedicto XVI en una entrevista a Radio Vaticana el 5 de agosto de 2006, donde anunciaba un pontificado no monárquico. El problema de superar la forma ´monárquica´, absolutista, del papado, está en el centro de la reflexión desde el Vaticano II. El mismo diálogo con la ortodoxia, que culmina actualmente en el abrazo entre Francisco y Kiril, exige un retorno a la óptica eclesial del primer milenio. Por lo que se refiere al encuentro entre fe y modernidad, Bergoglio no tiene dudas. Lo ha dicho en muchas ocasiones: el Concilio Vaticano II representa el encuentro entre la Iglesia y el mundo moderno. Es un punto de no retorno. Lo cual significa, sobre todo, rechazo a la teología política, al uso político de la religión. Con respecto a Ratzinger, los matices distintos de Bergoglio al delinear la relación entre fe y modernidad están en el hecho de que la modernidad no es solo la europea sino también la latinoamericana. Un contexto en que la secularización no ha llevado a la “privatización”, a la solución individualista de la fe. De la Ilustración europea ha salvado la clara distinción entre Iglesia y Estado en cuestión de derechos y libertades. En cambio rechaza su elitismo intelectualista, su rostro nada popular. En este sentido, la perspectiva de la “periferia” corrige la del centro. Pero se trata de una corrección, de un punto de vista privilegiado, no de una alternativa tercermundista a Occidente. Quien interprete así al Papa Francisco comete un grave error. La visión de Francisco es “polar”, una polaridad fundamental entre centro y periferia.

En su magisterio social, que ocupa una parte importante de su pontificado, un espacio nuevo y original viene representado por la atención del Santo Padre hacia las cuestiones medioambientales, que sintetiza en la Laudato si`. La ecología se convierte por primera vez en objeto de interés por parte de la Iglesia, ¿o la encíclica es más bien un punto de llegada, aunque sea intermedio?

La encíclica Laudato sì es un documento que ha sido muy contestado y poco leído. Contestado desde la derecha liberal, sobre todo en Estados Unidos, que ha visto en el texto un peligroso ataque a la doctrina del “dejar hacer”, del mercado libre de toda limitación ética y jurídica. En realidad, la encíclica critica duramente el paradigma tecnocrático que, en la era de la globalización, domina sin oposición. Es el mismo paradigma que lleva a valorar a los ancianos, a los embriones con patologías, a los enfermos terminales, a las personas con discapacidad y a los pobres en general, como “descartes”, seres inútiles, no productivos para la sociedad. La devastación ecológica de varias zonas del planeta es fruto de un modelo que, al mismo tiempo, rechaza a la humanidad débil, desprotegida. Este doble vínculo no lo aferran las corrientes de la derecha cristiana que luchan contra el aborto y la eutanasia, y sin embargo luego se muestran totalmente liberales en materia ecológica y medioambiental, subordinados a los intereses del neocapitalismo mundial. En cambio, en la perspectiva planteada por el Papa se presenta un cuadro unitario. Como afirma en el número 117 de la Laudato sì, “cuando no se reconoce en la realidad misma el valor de un pobre, de un embrión humano, de una persona con discapacidad –por poner sólo algunos ejemplos–, difícilmente se escucharán los gritos de la misma naturaleza. Todo está conectado”. En su análisis del paradigma tecnocrático como módulo dominante en la economía de las últimas décadas, Bergoglio se deja guiar por la reflexión sobre el poder en la era de la técnica desarrollada por uno de sus autores preferidos, Romano Guardini. La Laudato si` está llena de citas de Guardini. Por último, observamos cómo la importancia de la cuestión ecológica como problema planetario emerge en Bergoglio de su clara conciencia de que los países de la periferia se han convertido, en África, América Latina, etc, en el basurero del mundo. Lo que Occidente se ahorra, en su tutela de la naturaleza y el medio ambiente, no se lo ahorra a los países más pobres, lugar de explotación indiscriminada de recursos, deforestación, contaminación de las agua y del aire, residuos tóxicos. La cuestión ecológica afecta directamente a las periferias, a los suburbios del planeta, no a las zonas verdes del mundo rico.

Dirijamos la mirada a la diplomacia vaticana. Un gran éxito de Francisco ha sido haber puesto paz entre Cuba y EE.UU. después de más de 50 años. Paralelamente, está trabajando en el frente ecuménico ortodoxo-católico (encuentro histórico con el patriarca Kiril), también para alejar a Oriente Medio del abismo y a los cristianos mediorientales de la persecución. ¿La actividad diplomática del Papa supone una nueva actitud geopolítica?

Sin duda hay tres cuestiones sobre la mesa. La primera: apoyar el proceso de distensión entre este y oeste, entre Rusia y Occidente, para evitar un conflicto de resultados catastróficos. El abrazo entre Francisco y Kiril tiene un valor geopolítico enorme. Igual que lo tuvo, en su momento, la mano que Francisco tendió a Putin con su oración en San Pedro por la paz en Siria para frenar el proyecto americano de intervenir directamente en la guerra contra Assad. Sin avalar las intenciones hegemónicas del Kremlin, el Papa contribuyó a la salida de Rusia del callejón en el que peligrosamente se había adentrado.

La segunda cuestión va unida a la anterior. Se trata de sostener todos esos factores que puedan favorecer procesos de paz en Siria y Oriente Medio a favor de los cristianos y de los propios musulmanes. El respeto presentado por Francisco hacia el islam, unido a su crítica firme del fundamentalismo religioso, tiene como objetivo la convivencia pacífica de los pueblos. Especialmente de los martirizados por esas horribles guerras civiles. Es lo que la derecha cristiana, aferrada al escenario teocon del enfrentamiento entre islam y Occidente, demuestra no entender.

La tercera cuestión en el corazón del Papa es China. El sueño de unas relaciones diplomáticas plenas, que garanticen una libertad total del catolicismo chino es sin duda uno de los grandes deseos de Francisco. Pasos importantes y signos de respeto recíproco ya se han producido. El futuro está en las manos de Dios. Aquí también ayudaría a una relación plena un encuentro entre Occidente y Oriente, que no haría más que beneficiar a la paz en el mundo.

La informalidad de este Papa, sus frecuentes discursos sin papeles, la facilidad con que concede entrevistas, también son objeto de gran polémica. ¿Qué tipo de lenguaje es el suyo?

Es un lenguaje sencillo acompañado del lenguaje del rostro, de las manos, del cuerpo. El padre Antonio Spadaro ha descrito muy bien este aspecto del testimonio papal: “Bergoglio -escribe Spadaro- ‘habita’ la palabra que pronuncia. Igual que él no es capaz de vivir solo sino que necesita una comunidad, su palabra también necesita hacer sitio a los que tiene delante. Nunca la pronuncia por su belleza sino porque puede generar una relación evangélica. La palabra de Bergoglio es hija del sermón humilde de san Agustín, porque quiere ser una ‘palabra-casa’, hermosa, accesible y clara, suave. Por eso siempre está marcada por la oralidad, por el diálogo, aunque esté escrita. Sus palabras toman cuerpo”. Respecto a la “informalidad” del Papa, Spadaro señala que la “normalidad” es para Francisco una condición del ser cristiano. Este hombre, que hoy parece un icono mediático mundial, rechaza todos los clichés del star system, empezando por la exhibición a distancia y la excepcionalidad. El “Deus semper maior” ha entrado en el mundo como un “Deus absconditus”, calando plenamente en la normalidad de la vida. Como la de la famosa imagen del Papa subiendo las escaleras del avión llevando él mismo su maletín.

Ningún Papa había recibido nunca tantas críticas en el mundo católico. En su opinión, ¿son críticas puramente ideológicas o nacen de intereses concretos que Francisco pone en discusión?

Las dos cosas. No cabe duda de que las reformas y el estilo de vida del Papa pueden causar molestia, momentáneamente, en los privilegios y carreras que se han construido sobre sólidos intereses. En la Iglesia, el clericalismo y la burocratización han marcado la escena de las últimas décadas. La desorientación ante un Papa que viaja en utilitario es bastante grande. La mejor arma es aquí la acusación de demagogia, de populismo, de buscar el aplauso de las multitudes. En realidad, detrás de las críticas, se adivinan ambiciones. Por eso, muchos esperan en la ventana a que pase el ciclón y todo vuelva a ser como era antes. Entre tanto, basta con actualizar el lenguaje eclesiástico –las periferias, los últimos, la misericordia– sin que nada cambie realmente. Por otro lado, hay que entender que Francisco es hoy la única voz relevante, a nivel mundial, que se opone verdaderamente a la ideología de la globalización, al dogma de un sistema económico que ha disuelto la esfera política y ha creado profundas antítesis en los estados y entre los estados. Diferencias que son las premisas de enfrentamientos, violencias, guerras futuras. Atenuar los contrastes sociales es un imperativo de paz en el mundo, eso es lo que Francisco tiene en mente. El liberalismo económico, sin frenos, no ha conseguido un mundo unido sino lo contrario. Dentro de la sociedad, ha creado la doble exclusión de ancianos y jóvenes sin empleo. Los dos polos de la sociedad, los ancianos que son la memoria de un pueblo, y los jóvenes que son su futuro, su esperanza, se ven excluidos, “descartados” en un mundo obsesionado por su momento presente. Esta es la decadencia actual del mundo: no tener ya la mirada en su futuro y haber cortado las raíces de su pasado. Bergoglio no es un progresista ilustrado. Sabe que no hay progreso si no hay custodia de la memoria popular, la de los abuelos que no tienen que quedar relegados en las residencias sino ser custodia de sus nietos. La derecha católica, subalterna a la derecha liberal, no entiende la riqueza de esta perspectiva. Imaginando un Papa modernista, no es consciente de que sirve a un neocapitalismo individualista y cínico que es la primera causa de la revolución antropológica, que disuelve toda certeza moral. Esta incapacidad para percibir al adversario real es el punto débil de un pseudo-pensamiento católico que ha perdido las coordenadas para identificar el momento presente.

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