Ayudemos a Oriente Medio

Mundo · Angelo Scola
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20 octubre 2015
«La historia de la Iglesia, la verdadera historia de la Iglesia, es la historia de los santos y los mártires: los mártires perseguidos». Son palabras del Papa Francisco que recuerdan con especial fuerza la ´seriedad´ de la existencia cristiana: el testimonio al que todo bautizado está llamado, incluso ante la persecución. También, si Dios lo pide, hasta la efusión de sangre. Es una realidad crudamente prevista en el discurso misionero del capítulo 10 del Evangelio de Mateo y confirmada por dos mil años de historia. Pero tocarla con la mano, entre los refugiados de Erbil, como me sucedió el pasado mes de junio, es una experiencia que queda impresa para siempre en la memoria y en el corazón. 

«La historia de la Iglesia, la verdadera historia de la Iglesia, es la historia de los santos y los mártires: los mártires perseguidos». Son palabras del Papa Francisco que recuerdan con especial fuerza la ´seriedad´ de la existencia cristiana: el testimonio al que todo bautizado está llamado, incluso ante la persecución. También, si Dios lo pide, hasta la efusión de sangre. Es una realidad crudamente prevista en el discurso misionero del capítulo 10 del Evangelio de Mateo y confirmada por dos mil años de historia. Pero tocarla con la mano, entre los refugiados de Erbil, como me sucedió el pasado mes de junio, es una experiencia que queda impresa para siempre en la memoria y en el corazón. Introduce una luz nueva con la que mirar los trágicos hechos de Oriente Medio y su repercusión en una Europa demasiado apática y replegada sobre sí misma, que solo recientemente parece despertar del sopor en que se había precipitado.

Muy difícilmente se habría podido imaginar que, a principios del siglo XXI, se volvería a hablar de jizya, el impuesto de los no musulmanes, que va en contra de cualquier concepción moderna de igualdad de derechos y deberes. Pero ha sucedido, mucho antes de que el Isis se convirtiera en un fenómeno mediático. Luego la caída de muchos estados mediorientales, certificado por las revueltas de 2011, disparó el último salto de calidad y de la discriminación se dio paso a la abierta persecución, que ha obligado a poblaciones enteras a dejar a toda prisa sus casas para no ser masacrados.

La lección que los cristianos orientales dan al mundo no es un asunto puramente intra-eclesial. Tiene también enseñanzas políticas muy concretas que ofrecer, que permiten descifrar de una forma más profunda el virus que ha destruido países enteros, de Siria a Iraq. ¿Dónde tiene su origen esta enfermedad? En la búsqueda de la victoria a toda costa, mediante la opresión y aniquilación del adversario. Hoy en Oriente Medio todo consiste en un frenético hacer alianzas, deshacerlas, llamar en causa a siempre nuevos protectores extranjeros, en una escalada de violencia que termina autoalimentándose. Pero nunca como ahora ha sido claro que este camino solo conduce a la muerte y a la destrucción. El proceso de ´des-humanización´ que nace de esto afecta sobre todo al ´religiosamente distinto´, pero no se limita a eso. Después de los no musulmanes, les toca a los musulmanes de confesión distinta (sunitas contra chiítas y viceversa), luego a los musulmanes ´desviados´, por último a todos aquellos que no pueden presumir de una perfecta praxis ortodoxa, según un esquema de intolerancia progresiva ya visto muchas otras veces.

Frente a este proyecto, los mártires de nuestros días dicen un claro “¡no!”. Este no es el camino para Oriente Medio. Más homogeneidad no significa menos conflictos, porque siempre habrá alguien “más fundamentalista que yo”, que intentará someterme a su credo. No es esta la victoria que perseguir, ni siquiera en el plano temporal. De hecho, la verdadera victoria es la Pascua, el Crucificado Resucitado que acepta llevar sobre sí el pecado del mundo y con su obediencia destruye el cuerpo del pecado. Una victoria de alcance universal que llega también a los que no creen.

Pero la durísima prueba que atraviesan las comunidades cristianas orientales también deja despiadadamente al descubierto la abdicación de Occidente de sí mismo. Mientras los Estados Unidos contribuían activamente a la desestabilización de Iraq, Europa daba pruebas de toda su impotencia en Siria. Traicionando su propia misión histórica de defender la libertad y los llamados “valores europeos” que ahora querría oponer al terrorismo, la UE ha preferido volver la cara hacia otro lado. Presa de su narcisismo, ha ignorado el conflicto, salvo algunas acciones humanitarias en las fronteras, ha fingido no ver el rápido avance del odio sectario, los cientos de miles de muertos y los millones de desplazados, y solo ha despertado cuando las oleadas de refugiados empezaron a llegar a sus fronteras.

Ahora es una emergencia, y la emergencia nunca es buena consejera, porque confunde fenómenos distintos: los refugiados, en gran parte procedentes de Oriente Medio, y los migrantes por razones económicas, originarios de otros países, y para las que deben regir lógicas diferentes, aun respetando indefectiblemente la dignidad de toda persona. A pesar de todos los retrasos y cierres, parece que algo se está moviendo por fin a nivel político, para pasar de una gestión al día a una visión estructural, con la conciencia de que el proceso es demasiado grande para poder tenerlo dominado. Pero por lo que respecta a los refugiados, la obligada acogida sigue siendo igualmente una solución improvisada: el verdadero objetivo a largo plazo –los obispos orientales no se cansan de repetirlo– es hacer de nuevo de Oriente Medio una región en la que todos puedan vivir, donde sea posible tener un futuro. Como han señalado muchas voces, eso probablemente exige en lo inmediato una acción más valiente para detener al agresor injusto. De hecho, recuerda el Papa Francisco, “es un derecho de la humanidad, pero también es un derecho del agresor, ser detenido para no hacer el mal”. Y habrá que empezar a hablar del derecho al retorno por parte de los refugiados.

Sin embargo, para que cualquier iniciativa puede tener alguna posibilidad de éxito, es absolutamente prioritario dar vida a una especie de “plan Marshall” que garantice la posibilidad de elegir entre quedarse o regresar; exactamente igual que sucedió en Europa al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando un continente en ruinas encontró en pocos años el camino para renacer de sus cenizas. El enorme poder que la tecnología nos otorga lleva consigo una preocupante capacidad destructiva, que Oriente Medio experimenta hoy amargamente. Pero también ofrece la posibilidad de invertir situaciones que parecen irremediablemente comprometidas. Porque, como escribe el Papa Francisco en la Laudato Si’, “el Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común”.

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