Avatar

Cultura · Juan Orellana
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12 diciembre 2009
El director James Cameron, que alcanzó su máxima popularidad con Titanic, vuelve a su afición por los adelantos técnicos con Avatar, una superproducción de género fantástico rodada para exhibición en 3D. Con un despliegue visual realmente apabullante, Cameron nos cuenta una historia escrita por él, cuyo guión está muy por debajo de su puesta en escena.

La historia es una transposición de correcciones políticas actuales a una fantasía situada en 2154. Una empresa de explotación mineral decide arrasar Pandora, un remoto planeta cuyo subsuelo alberga un mineral cotizadísimo en la Tierra. Para ello tienen que enfrentarse a los na´vi, los habitantes de Pandora, que son como unos elfos silvestres muy ecologistas y roussonianos. De hecho representan la era preindustrial, sus armas son arcos y flechas, y siguen el modelo de las tribus indias o africanas precoloniales, con sus chamanes y sus ritos. Los americanos invasores, en aplicación de las tradiciones de la CIA, deciden infiltrar entre los na´vi a Jake Sully, ex-marine, a través de un avanzado sistema de ingeniería genética. Han creado unos seres de apariencia na´vi, llamados Avatares, cuyo cerebro está "poseído" por humanos. De esta manera Jake Sully se introduce en el pueblo na´vi como espía, hasta que se enamora de Neytiri, una hermosa princesa. En el momento crítico, Sully deberá elegir entre su lealtad a la misión americana o su amor a Neytiri, entre su naturaleza humana y su naturaleza na´vi.

No cabe duda de que el principal interés de esta película reside en su dimensión de espectáculo visual. El formato 3D da con Avatar un nuevo paso, no revolucionario pero sí de perfeccionamiento. Tanto los movimientos como la integración entre lo digital-virtual y lo real están cada vez más conseguidos. Las escenas de acción son muy deslumbrantes y apabullantes. Además las opciones cromáticas del film son tan extremas como interesantes. La creación de seres fantásticos es muy deudora de Parque Jurásico (1993), como no podía ser de otra manera, y se debe interpretar como homenaje a la película de Spielberg, que marcó un antes y un después en las aplicaciones de los diseños digitales al cine.

Menos brillante es el guión y sus evidentes contenidos didácticos e ideológicos. La película es muy esquemática a la hora de afrontar los temas de las agendas políticas actuales. El cambio climático, la voracidad de las multinacionales contra el llamado desarrollo sostenible… son justas denuncias que se ven enturbiadas por un misticismo ecologista new-age bastante cargante. No es de extrañar que quien ha producido un documental agresivo negando la resurrección de Cristo se entregue sin reservas a la fantasía de una mística de la Madre Naturaleza. El personaje que representa lo peor de la derecha americana, el coronel Miles Quaritch, está calcado de los oficiales desquiciados de La chaqueta metálica, o Apocalyse Now. Y es que es muy difícil no ver en la invasión a Pandora un ataque al intervencionismo de la política exterior americana. El multiculturalismo también tiene su doble carta de ciudadanía en Avatar, no sólo porque un humano se enamora de una na´vi, sino porque él es blanco (Sam Worthington) y ella negra (Zoe Saldana).

En definitiva, una película que como producto de entretenimiento funciona muy bien, que como tecnológico paso al frente es importante, pero que como historia es demasiado convencional, y como ideología de fondo es demasiado obamista y zapateril.

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