In memoriam

Auster y sus hechos extraordinarios

Cultura · Eva Pérez Ramos
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13 mayo 2024
El pasado 1 de mayo falleció, en su casa de Nueva York, Paul Auster. Siempre que se marcha un escritor un aguijón se punza en mi corazón.

Es inevitable sentir ese vuelco, ese sobresalto provocado por el dolor de percibir que alguien, que ha dedicado su vida a las historias y a cómo narrarlas, deshabita el mundo de su presencia, de su gran universo creativo. Nos queda su obra, por supuesto, y, sin embargo, paradójicamente, no hay ‘palabra’ suficiente que sustituya ese lugar ineludible que el escritor ocupó. Si algo ha definido la trayectoria literaria de Auster es su extremada singularidad, una narrativa en la que ficción y realidad se dan de la mano con tal sintonía que casi nunca llegas a saber dónde y cuándo están cada una. Lo ‘real maravilloso’ que acontece en sus escritos funde esos dos planos: la ficción está al servicio de la realidad y viceversa: «Era un verdadero milagro. Y yo estaba allí para verlo con mis propios ojos, para vivirlo en mi propia carne. Hasta aquel momento, yo pensaba que cosas así solo ocurrían en los libros». (Cuaderno rojo) Y esa ficción cobra ‘vida’ para el lector, quien, ensimismado, lee situaciones y momentos que él mismo ha vivido o vive dando palabras, sentido a su experiencia. Y en ese ‘juego del vivir’ se ha movido la prosa de Auster, porque el mismo perspectivismo que encontramos en la mirada que ofrecen sus narradores es un diálogo abierto con el lector: «Esta es una historia verdadera. Si alguien lo duda, lo reto a que visite Sligo y compruebe». (Cuaderno rojo) Siempre busca un lector cómplice, conoce perfectamente su inteligencia. Si lo dudas, él te pide que lo ‘compruebes’ a sabiendas de que su historia es ‘verdadera’, no por imposición, sino por la profunda libertad que ofrece al que lee sus obras. Este hecho, al final, te reconcilia, abraza todo tu ser, porque Auster no escribió para quedarse sino para ‘mostrarse’ y con ello mostrar las historias del mundo, del alma humana, de cada quien que se acerque a su obra.

Nunca olvidaré a tu maravilloso personaje Marc Stanley Fogg de El palacio de la luna: «Yo había saltado desde el borde del acantilado y justo cuando estaba a punto de dar contra el fondo, ocurrió un hecho extraordinario: me enteré de que había gente que me quería. Que le quieran a uno de ese modo lo cambia todo. No disminuye el terror de la caída, pero te da una nueva perspectiva de lo que significa ese terror. Yo había saltado desde el borde y entonces, en el último instante, algo me cogió. Ese algo es lo que defino como amor. Es la única cosa que puede detener la caída de un hombre, la única cosa lo bastante poderosa como para invalidar las leyes de la gravedad». Reconocerme en él me ‘salvó’ la vida, como lo hacen las palabras verdaderas, las que resuenan en mi alma porque la muestran, la ‘desvelan’.

Días después de su partida, su mujer, la escritora Siri Hustvedt, escribía estas palabras en Instagram: «No mucho antes de morir, Paul me citó a Josef Joubert, el escritor francés de Cuadernos, a quien tradujo: “Uno debe morir querido por la gente (si se puede)”. Mi marido murió siendo querido». Realidad y ficción estaban tan unidas en él que ni siquiera en su ‘caída’ final pudo dejar de lado la necesidad de ser querido: «Que le quieran a uno de ese modo lo cambia todo».

Gracias Paul, por dejarte aquí, por haber estado entre nosotros, por tus hechos extraordinarios, como la vida de todos y cada uno de los que te leemos.


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