Diez años para volver a empezar

X Aniversario · Fernando de Haro
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22 marzo 2023
Recorremos con el periodista Fernando de Haro algunas etapas fundamentales de la vida de CL en los últimos diez años que pueden ayudar a seguir las indicaciones del Santo Padre.

Mi primera reacción cuando escuché las palabras y vi los gestos de Francisco en el balcón de San Pedro, tras su elección, fue de sorpresa. Era evidente que tenía un estilo muy diferente al de Benedicto XVI y al de Juan Pablo II, los dos papas que habían marcado, hasta entonces, mi vida adulta. Desde el primer momento CL me ayudó a comprender el valor de lo que hacía y decía Francisco. Así fue cuando me indicó que la fe, que se manifestó en su gesto de pedir al pueblo la bendición de Dios, era la misma que habíamos visto en Benedicto XVI.

Con el tiempo arreciaron las críticas desde ciertos sectores al papa que había venido del fin del mundo. CL explicaba entonces que si no se comprendían algunas tomas de postura era porque no se entendían plenamente las implicaciones de lo que él llama un “cambio de era”. Muchas personas están perturbadas por Francisco, como lo estaban por Jesús en su tiempo –y en particular, la gente más «religiosa», por ejemplo los fariseos- que no veían todo el drama de la situación de los hombres de su tiempo. Los fariseos querían un predicador que simplemente les dijera lo que debían hacer. Es lo que entonces dijo Julián Carrón, el presidente de la Fraternidad de CL. Señaló que Francisco encarnaba la ‘radicalización’ de Benedicto XVI. Leí con apasionado interés la Evangelii Gaudium, considerado el texto programático del pontificado. En el corazón de este texto está la observación de que, en el mundo católico, la batalla por la defensa de los valores se ha convertido en una prioridad tal que es más importante que la comunicación de la novedad de Cristo, que el testimonio de su humanidad. Desde hacía años se me había señalado que este intercambio entre antecedente y consecuente documenta la caída “pelagiana” de mucho cristianismo actual.

El atractivo del poder

Francisco había sido elegido por los cardenales pocos meses después de que se hubiese producido un acontecimiento importante en la vida de CL. Algunas personas del movimiento, desde los primeros tiempos, se habían comprometido en la vida política. En mayo de 2012 Julián Carrón, escribe una carta al diario La Repubblica. Varios miembros del movimiento en ese momento están siendo investigados por casos de corrupción. Algunos serán condenados. Prosperi, el entonces vicepresidente de CL, dirá que la carta es una autocrítica. Carrón señala en el periódico: “Leyendo estos días la prensa me invade un dolor indecible al ver lo que hemos hecho con la gracia que hemos recibido. Si el movimiento de Comunión y Liberación es continuamente identificado con el atractivo del poder, del dinero, de estilos de vida que nada tienen que ver con lo que hemos encontrado, algún pretexto debemos haber dado”. “Pedimos perdón -continua- si hemos perjudicado a la memoria de don Giussani con nuestra superficialidad y falta de seguimiento”. Para terminar con estas palabras: “debemos reconocer continuamente que “presencia” no es sinónimo de poder o hegemonía, sino de testimonio, es decir, de una humanidad diferente que nace del “poder” de Cristo para responder a las exigencias inagotables del corazón del hombre. Tenemos aún un largo camino por delante y estamos contentos de poder recorrerlo”.

No era fácil comprender esta corrección. Me ayudaron a asumirla personas que miraban a CL desde fuera. Antonio Polito, editorialista del Corriere della Sera, por ejemplo señaló: “la presencia en el mundo se puede desarrollar de muchas maneras, como las obras. Y CL tiene una tradición importante. He visitado muchas escuelas, por ejemplo. Y he visto un mundo fascinante y relevante en acción: servicios, empresas sin ánimo de lucro. Pero en el momento en que esta forma de presencia provocó -en mi opinión inevitablemente- tensiones, porque con el tiempo surgieron «los políticos de CL» o «los empresarios de CL» y demás, la respuesta de Carrón fue formidable. Diría decisiva para salvar el corazón de la presencia de CL, que es un movimiento eclesial: inevitablemente debe partir del sujeto”.

Polito planteaba, al subrayar la cuestión del sujeto, el tema que luego Francisco nos señalaría como esencial en la audiencia de octubre de 2022: la presencia. En la historia de CL esta es una cuestión que siempre ha sido relevante. De hecho, poco meses después de la elección de Bergoglio, Prosperi retomaba «Lettera a chi non crede» de Francisco (la Repubblica, 11 de septiembre de 2013). “Para quien vive la fe cristiana, la fe no significa huir del mundo ni buscar hegemonía alguna -decía Francisco-, sino un servicio al hombre, al hombre íntegro y a todos los hombres, a partir de las periferias de la historia y manteniendo vivo el sentido de la esperanza que nos impulsa a hacer el bien».

Presencia cristiana

La presencia cristiana en el mundo es algo que siempre me ha apasionado, de hecho, mi vocación periodística nace de esta pasión. Por eso me resultó especialmente interesante como en esas semanas el tema de la presencia se abordó en un encuentro presidido por Julián Carrón y Davide Prosperi.

Me tocó especialmente una pregunta y la respuesta que se dio entonces: “¿Por qué́ tenemos la tentación de sustituir la fe por un proyecto? Porque pensamos que la fe, la comunidad cristiana como presencia, no es suficientemente incidente, no es capaz de cambiar la realidad, y por eso creemos que tenemos que añadir algo, no como expresión de lo que somos – es inevitable que nos expresemos – sino como un añadido, porque a la fe le faltaría algo para ser concreta, como si a Jesús le faltase algo y hubiera que añadirlo al testimonio que da de Sí mismo”. Era sin duda una invitación a una conversión personal para mí, que a menudo he pensado que la fe, para ser concreta, necesita de alianzas políticas, de mediaciones culturales.

Un paso más en esta dirección fue la nota que en 2013 CL publicó  con motivo de unas elecciones en Italia. Era especialmente importante porque aunque yo no estaba comprometido en un partido, en ese momento como periodista, hacía -y hago- información política con una cierta incidencia. Aquella nota decía: “en primer lugar, queremos reiterar lo que siempre ha estado en la naturaleza de CL, pero que se hace particularmente evidente en este momento: la unidad del movimiento no es una homologación política y mucho menos se identifica con una alineación partidaria”. Releí las páginas en las que Giussani sostiene que «hay entre todos nosotros como CL y nuestros amigos implicados (en política) una distancia crítica irrenunciable». Era refrescante escuchar que nuestra esperanza, para nosotros mismos y para los demás, está en que vuelva a suceder el acontecimiento de Cristo en un encuentro humano. Las elecciones europeas de 2014 fueron especialmente intensas en España. Empezó a abrirse paso, por ejemplo, Podemos. CL redactó un manifiesto que difundimos entre algunos ensayistas y periodistas amigos. En nuestro país, mis amigos y yo habíamos participado de forma muy activa en una intensa batalla contra los nuevos derechos del socialismo radical de Zapatero. Habíamos luchado contra la ley de plazos del aborto, contra la asignatura de Educación para la Ciudadanía y contra muchas cosas más. Ahora no sé si esas batallas tienen sentido. Cada vez me parecen menos útiles. Pero seguramente nos pasó como había pasado en otros momentos de la historia del movimiento. El punto de partida tenía algo de ilusorio porque sin darnos cuenta dábamos por supuesto que ciertos valores cristianos podían mantenerse por sí solos. Y desde esa postura hacíamos análisis justos, pero nos distanciábamos cada vez más de la gente. Pensábamos que estaba sucediendo lo que estaba sucediendo porque había un poder que quería destruir lo humano. Es verdad que existe ese poder pero no tendría nada que hacer si no se hubiera dado una desconexión de aquello que mantiene en pie cierta forma de vivir. La discusión en España fue muy intensa en la década 2010-2020, en realidad la cosa había empezado antes. Una parte de la opinión pública reivindica los nuevos derechos como un logro de la civilización, otra los consideraba un ataque a los valores fundacionales de la civilización occidental. No se nos pedía que estuviéramos en uno de los dos bandos, se nos invitaba a preguntarnos de dónde venían estos nuevos derechos. Cada uno de ellos bebe de necesidades profundamente humanas: la necesidad de amar y ser amado, el deseo de ser padres y madres, el miedo a sufrir y morir, la búsqueda de la propia identidad. Entendimos que la atracción y multiplicación de nuevos derechos se debía a la secreta expectativa de que el orden jurídico pueda resolver el drama del vivir y garantizar con la ley la satisfacción de las infinitas necesidades de cada corazón. Casi nunca la cultura contemporánea, de la que todos formamos parte, mira las necesidades profundas del yo captando su alcance. En cualquier caso nuestro punto de partida quería ser una valoración positiva, una mirada ecuménica. Entendíamos, con Benedicto XVI, al que Francisco radicalizaba, que la Ilustración trató de salvar las verdades fundamentales. Pero, como intentaba establecer certezas sin tener en cuenta la historia particular que las había generado, había fracasado. ¿Íbamos a quedarnos nosotros como los que apagaran la luz en una habitación vacía?

El manifiesto de las elecciones europeas de 2014 nos ayudó a afianzar esta sensibilidad. Era inútil enfadarse porque ciertos valores ya no estuvieran presentes. Y era inútil un modo de estar en la realidad que no fuera diferente, que no fuera a la raíz. Hay cosas que sirven y hay cosas que no sirven, hay formas de estar en la realidad que te distancian de la gente y que no te hacen más cristiano. Después de haber estado luchando contra las leyes de Zapatero fue muy liberador reconocer que la dimensión del acontecimiento cristiano y la dimensión de la ley no se oponen sino que es necesario reconocer entre ellas un orden genético. No puedo olvidar esa expresión «orden genético».

Era especialmente provocador que CL distinguiera: quienes están involucrados en la escena pública, en el campo cultural o político, tienen el deber, como cristianos, de oponerse a la deriva antropológica. Pero este es un compromiso que no puede involucrar a toda la Iglesia como tal, que tiene la obligación de encontrarse con todos los hombres, independientemente de su ideología o filiación política, para dar testimonio de la «atracción de Jesús». Este juicio me sirvió para marcar distancia con una derecha con la que estaba cada vez más desencantado. No tenía que sostenerla contra viento y marea. Podía y debía dar rienda suelta a mis críticas y a mi inclinación a encontrarme con personas aparentemente lejanas de mi sensibilidad.

La dirección de CL no nos dejaba tranquilos a los que podíamos considerarnos, en nuestra pretensión bastante naif, la punta de lanza, la vanguardia de la presencia social. En febrero de 2016 volvieron a proponer algunos de los juicios emitidos por Giussani. Viví como una interpelación personal la recuperación de un texto del 1982, en el que hablaba a los universitarios y en el que afirmaba: “es como si el movimiento de Comunión y Liberación, desde los años 70 en adelante, hubiese trabajado, construido y luchado sobre los valores que Cristo ha traído, mientras que el hecho de Cristo para nosotros, para nuestras personas y para todos los que han hecho CL hubiese caminado por una vía paralela”

Se nos decía que estábamos viviendo la presencia pública como resultado de un moralismo imperante y dominante; era una presencia colectiva derivada de una «inseguridad existencial». A esto muchas veces -indebidamente- le habíamos dado el nombre de «presencia» (en su sentido original). (…) ¡Como sonaban actuales aquellas palabras! La nuestra no puede ser una presencia reactiva, que simplemente toma partido por uno u otro bando, sino que debe convertirse en una presencia original. Una presencia reactiva tiende a convertirse en una imitación de los demás, es como jugar en su casa, aceptar la lucha según sus métodos… Precisamente esto significa entrar en materia: emitir un juicio, formular un diagnóstico adecuado de la situación histórica concreta del hombre. Y la situación histórica de este principio de siglo es muy, muy, diferente a la de hace algunos años.

Cambio de época

Durante estos diez años, de hecho, me ha servido de gran ayuda que CL retomase de forma obsesiva una expresión de Francisco: “esta no es una época de cambio sino un cambio de época”. Para mí también ha sido un alivio y un estímulo que CL no considerara buena una solución basada en la creación de muros para defender de alguna manera lo que aún queda- muy poco- del mundo generado por la fe.

En España es fácil acabar en una de las trincheras ideológicas, por eso era un alivio y una provocación escuchar que el problema no es quién tiene razón sino cómo es posible vivir. Caíamos en la cuenta, en un ambiente muy polarizado, de que la dialéctica tiene su origen en una concepción ideológica. Y que, sin embargo, el diálogo expresa la experiencia cristiana, vivida en su verdad, porque el cristianismo es una gracia, un don recibido gratuitamente. Me reconocía absolutamente en una frase de ese momento: “A veces te encuentras más cerca de personas que han estado fuera durante años que de algunas en casa”. De hecho, los encuentros se sucedían sin parar: Mikel Azumerdi, Pedro Cuartango, Pilar Rahola, Gregorio Luri, Juan José Cadenas… Habíamos corregido la manera de estar presentes. ¿Cuál es el origen de estas relaciones novedosas en un país como España donde todo son frentes, frentes que parecen insuperables entre laicos y cristianos? Probablemente somos menos pretenciosos, estamos mucho menos dispuestos a contentarnos con ciertas aproximaciones analíticas, somos más conscientes de nuestra necesidad. Buscamos en el otro un nuevo eco de esa vibración que nos ha alcanzado y no la confirmación de los esquemas que tenemos. Estamos presentes de otra forma porque tenemos necesidad y curiosidad de ver al Misterio sorprendernos otra vez.

Forma del testimonio

En estos años hemos vivido una preocupación intensa por la forma del testimonio ¡Menos mal! Nunca he querido ser un “bicho raro” fuera del mundo. Leímos una página de la Introducción al cristianismo de Ratzinger. Retomaba la «fábula del payaso» utilizada por Søren Kierkegaard. La historia es, más o menos, así: de repente estalla un incendio en un circo. El jefe envía al payaso, ya vestido para actuar, al pueblo cercano para pedir ayuda. Los vecinos piensan que es en un truco para atraer público al espectáculo. Cuanto más grita, llora, y ruega el payaso más se ríen. Decía Ratzinger: los cristianos corremos el mismo riesgo. Cuanto más intentamos hablar de fe al hombre de hoy, más extraños, excéntricos, incomprensibles nos volvemos. Las cosas que podemos decir son ciertas. Pero caen en un contexto en el que no prenden, están fuera del mundo, no son creíbles. Se apoyan en evidencias que ya no se perciben como tales. He vivido mucho tiempo de mi vida en ámbitos laicos. Por eso sentía muy pertinente la pregunta que se hacía en ese momento y que sigue siendo, a mi modo de ver, determinante: ¿cómo puede hoy la fe volverse creíble, interesante? Ciertamente, no todas las formas de testimonio son útiles.

Afortunadamente, en este contexto, se rechazaron soluciones como las guerras culturales o la «opción Benedictina», es decir, la preservación de pequeñas islas de fe en un contexto de cultura secularizada. Se rechazaba la oposición entre intentar transformar el cristianismo en una religión civil e intentar convertirlo en algo totalmente privado.

No debemos elegir entre la guerra entre culturas y un cristianismo vacío de contenido, porque ninguna de estas dos hipótesis tiene nada que ver con Abraham y con la historia de la salvación. Abraham fue elegido por Dios para comenzar a introducir en la historia un nuevo modo de vida, que pudiera generar con el tiempo una realidad visible capaz de hacer la vida digna, plena.

Para tener esta posición era, y es, fundamental comprender el valor de la libertad religiosa, de la libertad. Como ha repetido Francisco: “La Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción (Evangelii gaudium, 2013, 14)». El papa me ayudaba a entender mejor que no hay otra posibilidad de presentar el cristianismo en este momento que a través de una belleza desarmada. Para mi trabajo esto es decisivo. No sirve hacer discursos sin experiencia.

Durante estos diez años he viajado por el mundo realizando documentales sobre la persecución de los cristianos. Los atentados de París de 2015 me sorprendieron en Beirut. Por eso leí con mucha atención una nota de CL invitando a una respuesta personal frente al desafío del terrorismo. Decía: “Los hechos de París nos ponen frente a la pregunta decisiva: ¿por qué́ merece la pena vivir? Es una provocación que ninguno de nosotros puede evitar. Buscar una respuesta adecuada a la pregunta acerca del significado de nuestra vida es el único antídoto al miedo que nos asalta al ver la televisión en estos días, es el fundamento que ningún terror puede destruir”.

Estos diez años he vivido con esta pregunta cada vez más viva: ¿por qué merece la pena vivir?

 

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