Alemania y el futuro de Europa
Como se esperaba, las elecciones regionales en tres länder alemanes han supuesto un serio castigo para los partidos de la Grosse Koalition, la CDU de la canciller Merkel y el SPD. No hay duda de que ha sido la política de bienvenida hacia los refugiados la que ha terminado por pasar esta amarga factura, cuyos números más preocupantes se refieren al ascenso del populismo de derecha representado por la AfD, Alternativa para Alemania, que ha sustraído votos a los dos grandes partidos del centro. De poco han servido los llamamientos al buen sentido de tantas fuerzas vivas de la sociedad civil, incluyendo las iglesias católica y evangélica. O quizás hayan impedido que la riada fuese más allá.
En todo caso la situación merece un análisis más fino que los gruesos titulares de prensa. En Sajonia-Anhalt, enclavado en la zona oriental de la República, la CDU ha resistido bien. Curiosamente es en este land donde el populismo ha alcanzado su cota más alta, el 24%, pero no ha sido a costa de los democristianos sino de la izquierda y los socialdemócratas, que pierden 7 y 9,5 puntos respectivamente. Esto demuestra que el fenómeno populista (como sucede en Francia con el Frente Nacional) no bebe exclusiva ni prioritariamente en las fuentes del centro-derecha clásico, sino que es un fenómeno de malestar transversal respecto del sistema.
En Baden-Württenberg, territorio tradicionalmente conservador, el fenómeno es diferente. Allí se alzan con el triunfo Los Verdes, gracias a un candidato moderado como Winfried Krestschmann, que precisamente había apoyado la política de Merkel hacia los refugiados. Paradojas de la política. En Renania-Palatinado la CDU y el SPD resisten bastante bien, aunque también entra la AfD con un nada despreciable 10,2% del voto.
Tiene razón el líder del SPD, Sigmar Gabriel, al decir que “Alemania necesita un gran y amplio centro democrático”. Tiene razón pero no es suficiente, porque la protesta anti-todo (anti-Europa, anti-refugiados, anti-Berlín) ha encontrado una grieta demasiado grande y no bastan las buenas palabras. La CDU y el SPD atesoran importantes méritos: una reforma valiente y pactada del sistema de bienestar, una sabia política de apoyo a la familia y un liderazgo europeo que ha dado seguridad y estabilidad al continente. Pero los hechos están ahí. Como sucede en toda Europa, es preciso que los políticos se fajen también en la batalla cultural y bajen a la calle para conectar con una sociedad asustada y confusa, que ve a sus políticos (incluso si ofrecen resultados más que aceptables) a una distancia sideral de sus problemas. Merkel ha tenido la inusual valentía de entrar en este debate, pero no ha bastado, y ahora deberá hacerlo en un marco de inestabilidad política y de oscuros nubarrones cara a las elecciones legislativas de 2017.
Es pronto para saber si la subida de la AfD es un fenómeno de efervescencia pasajera o si ha llegado para quedarse. Pero contemplando la historia, con todas las salvedades y cautelas necesarias, se comprende la preocupación. Más aún cuando el fenómeno viene acompañado de un contexto de violencia en las calles y de un discurso que postula una Alemania ensimismada y desentendida de los problemas de Europa y del mundo. Veremos qué sucede, porque existe un fondo de sensatez, memoria y tradición en la sociedad alemana que no deberíamos despreciar sin más.
Por lo demás, los resultados de este domingo en Alemania nos afectan a todos, pero también tienen que ver con lo que pasa en los países vecinos. En buena medida las dificultades de Berlín para dar una respuesta razonable y humanista al problema de los refugiados están relacionadas con la cerrilidad y egoísmo de muchos de sus socios europeos, empeñados en rechazar la cuota de responsabilidad que les correspondería dentro de esta aventura común. Alemania ha sido un centro de gravedad fiable para esa aventura, pero no sabemos si lo seguirá siendo en el futuro. Es curioso, algunos lanzan ríos de tinta amarga contra Ángela Merkel desde la derecha, acusándola de buenismo suicida, y de haber propiciado este destrozo. Naturalmente, no suelen decirnos qué política habrían recomendado para afrontar la avalancha de los perseguidos y humillados, más allá de los alambres de espino y las redadas. Puede que Merkel y Gabriel se la hayan jugado (en todo caso habría sido por una buena causa), pero si finalmente son derribados habrá motivos para preocuparse. Como si tuviéramos pocos.