Un cambio de civilización
La sociedad europea camina de manera vertiginosa y con escasa conciencia de ello a un cambio de civilización, sin que podamos intuir hacia dónde nos conduce.
Hace diez años la Asamblea Nacional francesa aprobó la ley Leonetti, que regulaba los cuidados paliativos en el trance de la muerte para los enfermos llamados terminales. En esa ley se proclamaba que “nada podrá nunca justificar el derecho a dar muerte a un ser humano”: ni su salud, ni su inconsciencia, ni su extrema vulnerabilidad, ni siquiera su deseo de morir. Parecía que en la sociedad francesa se había instalado un fuerte consenso en contra de la eutanasia. Los cuidados paliativos, en los que la práctica médica ha realizado extraordinarios avances, se consideraban el instrumento adecuado para evitar el dolor del enfermo en aquellos casos en los que humanamente se requiriera, sin aferrarse al “encarnizamiento terapéutico”.
Aquel consenso se ha quebrado tan sólo en el plazo de una década. Hollande ha presentado a la Asamblea Nacional un proyecto de ley que permitirá aplicar en el enfermo “una sedación profunda y prolongada hasta la muerte”, a petición de los pacientes y que implicará la retirada de todo tipo de tratamiento tendente a prolongarle la vida, es decir se le privará de alimentación y de hidratación. La voluntad del enfermo prevalecerá sobre el criterio del facultativo.
La ley, como viene sucediendo en casos análogos (la “interrupción voluntaria del embarazo” es un claro ejemplo), es meridianamente engañosa, ya que se basa en la manipulación de conceptos. La primera manipulación es la utilización del concepto de “muerte digna”, que ha sido uno de los logros más sofisticados que han impuesto los defensores de la eutanasia. El problema es que la llamada “muerte digna” supone el sacrificio del concepto de “dignidad humana”. Y, por ello, se trata de una apropiación indebida del clásico concepto de “dignidad”. Porque el concepto de “muerte digna”, en el sentido en el que lo formulan sus autores, sólo resulta explicable a cambio de renunciar al contenido más esencial del concepto de “dignidad humana”: que la vida del ser humano es res sacra y es inviolable.
La segunda manipulación es el abuso y desnaturalización de la sedación, técnica médica cuya finalidad es evitar el dolor y el sufrimiento del enfermo y que ahora se convierte en un instrumento destinado a provocarle la muerte. La iniciativa de Hollande da un paso, que supone cruzar el Rubicón. Cuando se produce la desnaturalización de un concepto, es decir se trastoca su causa y su finalidad, nos deslizamos inevitablemente hacia terrenos dominados por la confusión y la arbitrariedad. Y en un ámbito tan sensible y fundamental como la vida humana la confusión sólo puede provocar consecuencias letales para una sociedad.
He leído con sobrecogimiento la carta, publicada en Le Monde, de las máximas autoridades religiosas de las confesiones monoteístas que conviven en Francia (católicos, protestantes, ortodoxos, judíos y musulmanes), y que encabeza el cardenal arzobispo de Lyon Philippe Barbarin. Que los máximos representantes de las confesiones religiosas elaboren una carta conjunta es de por sí un hecho extraordinario, que demuestra la gravedad del paso que supone la iniciativa de Hollande. Los líderes religiosos de Francia lanzan su voz de alarma, porque estamos en presencia de un “desafío mayúsculo”, que es la quiebra de un “principio fundador: que toda vida humana debe ser respetada especialmente en el momento en que es más frágil”. Y formulan algunas preguntas cruciales: “¿Acaso el hombre se cree capaz de otorgar –para él y para los demás– patentes de humanidad?”.
No confío en que las fuerzas políticas mayoritarias atiendan, y ni siquiera tomen en consideración, la razonada y dramática apelación de las cinco confesiones religiosas. Tampoco confío en que la sociedad francesa reaccione. En el fondo el truco de las propuestas engañosas funciona y adormece las conciencias. Pero esta escisión en la sociedad francesa es más grave de lo que parece y afecta a toda la sociedad europea.
Europa vive momentos de incertidumbre y de desasosiego, en medio de una crisis económica, que no acaba de superarse, y que está generando consecuencias sociales indeseables. Pero no podemos refugiarnos en la superficie. Los “padres fundadores” sustentaron el gran proyecto histórico de la integración europea en unos valores, en los que la dignidad humana ocupaba el lugar nuclear. ¿Dónde está ahora el “alma europea”, que tanto se reivindica? Esta es la batalla crucial en los próximos tiempos: Quo vadis Europa?